martes, 31 de enero de 2017

No olvidemos la paz



La vida es un instante breve, una nube delicada que nuestro corazón evita que caiga al suelo, y que nuestro ánimo soporta en un precario equilibrio. Hasta que un soplo de viento, un vendaval de ira sacude el aire y lo derriba.

A veces el aire es una perturbación que ni nuestra mente es capaz de anticipar. A veces es un corazón herido que palpita odio, a veces la mente humana, la desazón del alma de quien no la tiene la que mueve el aire, sacude nuestros cuerpos y derriba nuestras vidas.
Siempre ha coexistido con nosotros una horda de enemigos de la paz, aunque en los últimos tiempos un vendaval de odio, un viento cargado de sin razón ahoga las vidas de millones de personas, casi enmudece nuestra voz y nos recuerda lo cercana que la muerte se pasea entre nosotros.
El odio nos mira a veces con un color de pelo, a veces con otro de ojos, algunas con un caminar vacilante, pero siempre vociferante, siempre ciego, siempre asesino.

Creemos que el destino nos coloca en una calle, en un semáforo, junto a un coche bomba, en una clase de acosadores, o en el punto de mira de un asesino de mujeres por azar.
Pero no, es la cosecha de sembradores de muerte que pululan entre nosotros, que crecen entre nosotros, que, a veces sin querer, a veces con un atisbo de inconsciencia, alimentamos en nuestro derredor, pero que siempre nace de un recóndito rincón de nuestras pesadillas.

Los que, como aquí, en un colegio, o en un medio de comunicación vivimos, tenemos mucho en común. Somos una parte de la conciencia de nuestra sociedad, una parte del motor que mantiene en equilibrio toda la vida que compone nuestra comunidad. Creamos ciencia, mantenemos el arte y adoramos el espíritu humano, somos una barrera contra el odio, que lo detiene, lo amansa, lo estrangula y lo subyuga, y esa es parte de nuestra suprema misión.
Las paredes que nos acogen, los campos que nos rodean pueden, Dios no lo quiera, ser algún día escenario de actos contrarios a la esencia humana, pero cada día deben ser el semillero de donde nazca una sociedad renovada que impida el odio, el abandono y el silencio ante la injusticia.
Hoy deberían asaltar las lágrimas nuestra memoria, por todos los que hemos olvidado, por cuantas veces hemos roto la convivencia, o no lo hemos impedido, o hemos abandonado a quien la violencia no lo ha hecho.


Pero hoy también debemos renovar nuestra esperanza y nuestro compromiso. No alimentemos rencor, no vivamos para la venganza, cerremos en nuestro corazón cualquier rincón donde anide la larva del menoscabo a lo distinto, a lo diferente a lo no coincidente con nuestros intereses. Como tampoco olvidemos a los que murieron por querer ser libres, por querer caminar, por ir a su trabajo, por acompañar la vida de su hijos, por amar, por leer, por pensar, por sentir. No cerremos nunca nuestra alma a la conciencia de los viven una vida injusta y zaherida a cada instante. No olvidemos a las familias, a los amigos, a los huérfanos, a las viudas, a los refugiados,  a quienes quedan solos. No olvidemos a los piden justicia, sin la cual la paz es imposible. No olvidemos, sin rencor, mirando a la vida de cara, pero no olvidemos que la paz es un compromiso, y el olvido no es una opción.

Imagen , niños del Colegio La Paz, en las actividades por el día de la paz

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