La vida es
un instante breve, una nube delicada que nuestro corazón evita que caiga al
suelo, y que nuestro ánimo soporta en un precario equilibrio. Hasta que un
soplo de viento, un vendaval de ira sacude el aire y lo derriba.
A veces el
aire es una perturbación que ni nuestra mente es capaz de anticipar. A veces es
un corazón herido que palpita odio, a veces la mente humana, la desazón del
alma de quien no la tiene la que mueve el aire, sacude nuestros cuerpos y
derriba nuestras vidas.
Siempre ha
coexistido con nosotros una horda de enemigos de la paz, aunque en los últimos
tiempos un vendaval de odio, un viento cargado de sin razón ahoga las vidas de
millones de personas, casi enmudece nuestra voz y nos recuerda lo cercana que
la muerte se pasea entre nosotros.
El odio nos
mira a veces con un color de pelo, a veces con otro de ojos, algunas con un
caminar vacilante, pero siempre vociferante, siempre ciego, siempre asesino.
Creemos que
el destino nos coloca en una calle, en un semáforo, junto a un coche bomba, en
una clase de acosadores, o en el punto de mira de un asesino de mujeres por
azar.
Pero no, es
la cosecha de sembradores de muerte que pululan entre nosotros, que crecen
entre nosotros, que, a veces sin querer, a veces con un atisbo de
inconsciencia, alimentamos en nuestro derredor, pero que siempre nace de un
recóndito rincón de nuestras pesadillas.
Los que,
como aquí, en un colegio, o en un medio de comunicación vivimos, tenemos mucho
en común. Somos una parte de la conciencia de nuestra sociedad, una parte del
motor que mantiene en equilibrio toda la vida que compone nuestra comunidad.
Creamos ciencia, mantenemos el arte y adoramos el espíritu humano, somos una
barrera contra el odio, que lo detiene, lo amansa, lo estrangula y lo subyuga,
y esa es parte de nuestra suprema misión.
Las paredes
que nos acogen, los campos que nos rodean pueden, Dios no lo quiera, ser algún
día escenario de actos contrarios a la esencia humana, pero cada día deben ser
el semillero de donde nazca una sociedad renovada que impida el odio, el
abandono y el silencio ante la injusticia.
Hoy
deberían asaltar las lágrimas nuestra memoria, por todos los que hemos
olvidado, por cuantas veces hemos roto la convivencia, o no lo hemos impedido,
o hemos abandonado a quien la violencia no lo ha hecho.
Pero hoy
también debemos renovar nuestra esperanza y nuestro compromiso. No alimentemos
rencor, no vivamos para la venganza, cerremos en nuestro corazón cualquier
rincón donde anide la larva del menoscabo a lo distinto, a lo diferente a lo no
coincidente con nuestros intereses. Como tampoco olvidemos a los que murieron
por querer ser libres, por querer caminar, por ir a su trabajo, por acompañar
la vida de su hijos, por amar, por leer, por pensar, por sentir. No cerremos
nunca nuestra alma a la conciencia de los viven una vida injusta y zaherida a
cada instante. No olvidemos a las familias, a los amigos, a los huérfanos, a las
viudas, a los refugiados, a quienes
quedan solos. No olvidemos a los piden justicia, sin la cual la paz es
imposible. No olvidemos, sin rencor, mirando a la vida de cara, pero no
olvidemos que la paz es un compromiso, y el olvido no es una opción.
Imagen , niños del Colegio La Paz, en las actividades por el día de la paz
No hay comentarios:
Publicar un comentario