Llueve en
Dublín, en el norte siempre llueve. Abrigado, aunque sea verano, Joaquín enfila
Grafton hasta llegar a St. Stephengreen´s , el centro comercial donde trabaja
recogiendo mesas en un populoso café. "Cuando terminé teleco estuve
deambulando entre varios gabinetes técnicos, en unas condiciones imposibles. En
un estudio me propusieron que me hiciera autónomo y que trabajara sin sueldo,
para así coger experiencia y rellenar el cv. Era pagar por trabajar, por ser
explotado, más bien. Ahí vi claramente que mi vida en España había
acabado".
Su caso no
es único, es la ventaja de la pobreza, siempre encuentras mucha gente como tu
con la que compartir recuerdos y anhelos. Apenas llevaba dos días en Dublín
cuando conoció a María, una enfermera malagueña que ha acabado recalando en
Carrolls, una famosa cadena de tiendas de recuerdos y cachivaches. Cuando
Joaquín entró en la tienda de la calle Westmoreland buscando un paraguas y oyó
ese sutil acento mediterráneo descubrió que su soledad se encaminaba al olvido.
No son pocos los días que quedan a la salida el trabajo, caminan entre el gris
del cielo irlandés hasta el puesto de Leo Burdock, frente a Christ Church, para
saborear el fish and chips más famoso de la ciudad y recoger a Pablo, un
historiador metido a limpiador de parrillas por capricho del destino y el mal
gobierno en su país.
Hay más ciudades
en el mundo que se han reconvertido en improvisados refugios del exilio español,
pero Dublín se ha convertido en una pequeña España, más que ninguna.
Junto a
profesionales cualificados desplazados a la categoría de mano de obra barata
para puestos que no quiere nadie, se une un río de niños y adolescentes
llevados allí por sus padres a los numerosos colegios que sirven para aprender
el idioma, coger autonomía e ir adaptándose al futuro.
Poco
importa que los niños estén a gusto, que tengan edad suficiente y carácter
formado para una experiencia como esta (enriquecedora por otra parte), o que a
su regreso a España hayan adquirido el nivel y preparación necesaria para reintegrarse
a un sistema educativo tan peculiar como el español. Poco importa, incluso, ir
a un país extranjero para aprender ingles y residir en un colegio lleno de
españoles, mejicanos o italianos. Poco importa ante el nuevo becerro de oro, el
inglés.
Bilingüismo,
años en el extranjero, academias, todo es poco para conseguir que los españoles
adquieran el apostólico don de las lenguas. Un proceso lleno de paradojas, como
que el profesorado que imparte el bilingüismo en España tenga como única
formación el b2. Un traductor o un filólogo estudia y se forma durante años, en
España un profesor de matemáticas en bilingüismo (que se da tamaña salvajada)
es un licenciado en exactas o un ingeniero que ha estudiado en una EOI o en un
centro de profesores para pasar un examen y evitar que le echen de su trabajo
por no ser valido para los grupos bilingües (una situación laboral cada vez mas
presente). Sin mas formación pedagógica ni más experiencia, pero puede dar
clase en inglés, que es lo que importa.
Es una de
las muchas ironías españolas. Decenas de familias optan cada vez más por
empeñarse para llevar a sus hijos a colegios irlandeses, o americanos o
ingleses. Un año de exilio para así aprender la lengua de quienes serán sus
amos, e ir conociendo el paisaje donde vivirán su destierro.
Imagen eolapaz
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