Esta ha
sido una semana muy femenina en el ámbito periodístico, claro esta que solo en
aquellos recovecos de los medios de comunicación que resultan secundarios y generadores
de una anécdota digna de cerrar un telediario o rellenar la página siete de la
sección de curiosidades.
Son
pequeñas miserias, escritas en femenino plural, capaces de arrancar una
sonrisa, un leve bostezo o un comentario, de esos que se ubican ahora en el
campo de micromachismo, pero que en realidad son mandar a hacer puñetas
nuestras tenues intenciones de igualdad.
Antonio
Salas, magistrado de la sala de lo civil del Supremo ha defendido que tras la
violencia contra la mujer no tiene porque haber machismo, solo maldad, y la
oportunidad de uno malo que es más fuerte que la víctima. Como ha respondido el
periodista Benjamín Prado, es como decir que en los casos de pederastia o de genocidio
no hay más causa que la perturbación o la maldad, y la debilidad de la víctima,
que no ha ido suficientemente al gimnasio, ninguna intencionalidad más. El polémico
comentario se une a algunas voces que en los últimos meses han cuestionado las
políticas de “igualdad impuesta”, la discriminación positiva.
En
realidad, es una evidencia más de que asistimos a diario a la irrelevancia de
las políticas de paridad. Porque lo malévolo, en realidad, no es que el número
de mujeres sea escaso, si no en lo infructuosa de una labor condenada desde su
raíz al fracaso, al haberlas puesto al frente (salvo honrosas excepciones) de
áreas insignificantes o carentes de contenido o sometidas a varón, lo que
remarca aun más la futilidad de su cometido, y su carácter débil, que diría
nuestro antedicho magistrado
Son hechos
que, pese a estar rebozados de un supuesto fin igualitario y de “visibilidad”,
como se dice ahora, solo llevan a pensar que son gestos vacuos, tan solo
llamados a eso, a ser gestos, pero que no redundan en el aumento de
responsabilidad y liderazgo social de la mujer.
La guinda
de la semana, en cuanto a mujeres se refiere, la ha puesto Bild, en una columna
semanal de Erika Dorhental sobre eso que se llama trending topic. En su caso
chorradas.
El motivo
de uno de sus últimos escritos ha sido la intrahistoria de las manifestaciones
pro refugiados en algunas capitales europeas, las curiosidades que envuelven
estos grandes procesos históricos y la figura emergente de Marina Weisband, la Pablo Iglesias alemana
(que no se porque el modelo a seguir debe ser siempre masculino).
Me imagino
que la trastienda de un movimiento tan amplio, contundente y democrático como
el que se vive en Europa debe ser apasionante. Gentes que sacrifican su
trabajo, su vida privada, su familia. Grandes movimientos de personas,
logística revolucionaria, penalidades ante la policía, la noche y el frío.
Innumerables historias y vivencias personales de amor, dolor y rabia. Pues no,
no íbamos a reparar en tan miserables acontecimientos del devenir humano.
Siendo mujer, la articulista ha empujado el carro de los periodistas que, a
partir de una foto de Reuters, se han empeñado en hacer famosa a la nueva
Marianne.
Y es que
con ese nombre conocemos a la mujer que, a hombros de sus compañeros, se convirtió
en un estandarte de los revolucionarios franceses del 68, aquellos que lucharon
por una nueva frontera y un nuevo sistema, en los convulsos y sangrientos años
de la Guerrade
Vietnam , las atrocidades rusas en Praga y Budapest, la
opresión laboral y el sojuzgamiento del Tíbet, por ejemplo. Unos
revolucionarios que inmortalizó el fotógrafo Marc Riboud, y sobre los cuales se
encaramaba Marianne gritando aliento y consignas.
Pero la
periodista germana se escapa de esos valores y simbolismos y se adentra en un
terreno más práctico. Valora la foto y su difusión por un rasgo, a su entender,
típicamente femenino. Es guapa. Es más, se alaba de la revolucionaria el ir
vestida “con camiseta beige minimalista -que es un color muy militar- y un poco
despeinada, con ese aire cuidadosamente descuidado que tanto nos gusta de las
mujeres guerrilleras, y con su dedo enhiesto, más tieso que una peineta de la Pantoja. Perfecta
para hacer la revolución en la temporada otoño-invierno de 2016” .
La
banalización de su actitud llega a hacer chanza de que, en una foto tomada a la
misma líder poco después, levanta el puño derecho en lugar del izquierdo, como
recalcando ese aspecto marginal de la protesta y de los ideales que encierra, y
enfatizando el lado superficial y decorativo de su presencia entre las masas.
Enfatizando, ya de paso, la belleza corporal de la revolución, con sus Jesús de
Nazaret y sus Ches Guevaras, enseñando la tableta de chocolate, entre el vaivén
de sus largos y descuidados cabellos. Como si la lucha por el futuro se
redujera a eso, a la pose. Como si protestar fuera un juego comprensible en
gentes infantiles, superficiales, incapaces de percibir lo bueno que es todo
cuanto tenemos, y que por tanto no debemos tocar.
Tanta
historia con la igualdad, tanto esfuerzo de tanta gente, para que al final, los
que más posibilidad tienen de ser oídos, y ayudar a crear opinión, demuestren
que toda esta historia tiene solo un afán numérico. La cosa es que haya
mujeres, por el que dirán, pero cuanto más monas mejor, que después de la foto
no conviene que piensen, no sea que nos alteren nuestro masculino poder.
Cualquier
día, uno de estos periodistas hechos a granel criticarán a una víctima de la
violencia de género, mujer por supuesto, por la forma inadecuada en que iba
vestida, sabiendo, como debería saber, que su, lo que sea, la iba a forzar a
hacer paracaidismo desde el séptimo, estampándola contra el suelo, sin tener en
cuenta lo mal que quedan las fotos de prensa de un cadáver en bata y
zapatillas.
Se lo digo
al juez con el que empezaba esta homilía y a todos los que piensan como él. Te
lo digo con todo cariño, piérdete muchacho, piérdete, que nos haces a todos un
favor.
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