En la raíz
de nuestra crisis anidan el engaño y el abuso, responsables del mundo de la
economía y la política que han arrastrado a la desesperación a miles de
ciudadanos como los preferentistas, los afectados por la pobreza energética o
los sangrados por las hipotecas. Tras esa comprensible indignación se esconde,
sin embargo, el sufrimiento de muchos trabajadores, atrapados entre la ira
muchos y la inmoralidad de unos pocos.
Sociedad
industrial, angustia ante la incertidumbre económica y conflictos derivados de
la crisis. Un cóctel explosivo que está detrás de una enfermedad silente que se
está convirtiendo en una epidemia mundial, según cuenta Antonio Cano,
presidente de la Asociación
Española de la
Ansiedad y el Estrés.
Un estudio,
pionero en el tema, realizado por el Hospital Virgen de la Victoria de Málaga y la Universidad de
Santiago de Compostela, y que ha publicado Scandinavian Journal of Public
Health hace unos meses, ha establecido una relación directa entre el estrés
laboral y la dislipidemia, una alteración del metabolismo de los lípidos
responsable de los infartos de miocardio y de los infartos cerebrales o ictus.
Es solo un ejemplo de los efectos del estrés laboral.
Pero no
solo el sufrimiento del paro está teniendo efectos devastadores en la
población. Una relaciones laborales nuevas y perversas están provocando una
sociedad cada vez más enferma, en el amplio sentido del adjetivo.
Ya desde
hace algunos años, los avances tecnológicos habían creado una presión notable
en los trabajadores. Los de más edad o los menos hábiles percibían la presión
de un sistema que les amenazaba con el despido o la marginación si no eran
capaces de adaptarse. El nuevo marco laboral de nuestro país ha incrementado
esta visión angustiosa que el individuo tiene de su vida laboral. Cada vez los
trabajadores ceden más ante las presiones de sus empresas, admiten más lesiones
de sus derechos, toleran más una relación insatisfactoria con los clientes y
sus jefes, y soportan una mayor responsabilidad, a igual compensación, todo
ello por el miedo al despido.
Pero en
ocasiones nos olvidamos de que los mismo que son responsables de esta situación
de incertidumbre y de esta precaria situación para miles de trabajadores, son
los causante de graves conflictos que los trabajadores deben luego soportar,
incrementando el enrarecido clima laboral de muchas empresas.
Un ejemplo
es Liberbank, la entidad financiera que asumió durante la reestructuración los
activos de varias cajas, entre ellas CajaCantabria. La Caja , como coloquialmente se
la conoce no solo afronta una complicada situación financiera, como todo el
grupo, si no una presión terrible de una parte de la sociedad cántabra, los
afectados por las preferentes. Así, a los despidos, la incertidumbre laboral,
la bajada de sueldos y las condiciones de trabajo, muy precarias hasta en
material de oficina se une una situación diaria para decenas de trabajadores de
“la Caja ”.
Pocas
semanas antes Semana Santa, un grupo de afectados por las preferentes,
pertrechados con cruces, cirios y atavíos de penitentes se dirigen a la oficina
central de Liberbank en Torrelavega, en la céntrica calle Pereda. Es el
particular “vía crucis” de estos ciudadanos, en la conmemoración de lo que ellos
llaman “Trienio de Pasión”, el periodo que llevan reclamando la devolución de
sus ahorros a la Caja
y a otras entidades como Caja Madrid-Bankia. Acceden a la sede, ante la
resignada mirada de los empleados, rezan los “Diez Mandamientos del Estafado”,
tras lo que corean canciones debidamente adaptadas en su letra a su problema.
Tras ello procesionan por el interior de la sucursal, pitan, gritan, increpan y
lanzan proclamas. Con mayor o menor éxito de los guardas de seguridad la escena
se repite en varias sucursales de la región.
No es la
primera vez. Cada jueves una gran pitada en la puerta de la entidad hizo imposible
durante meses hacerse entender en el interior de la oficina central de
Torrelavega. En enero, ataviados de reyes magos llenaron la oficina de carbón,
en carnavales …
Para el
delegado territorial de Liberbank en Cantabria, Ángel Fernando Menéndez
Vallina, como para los demás directivos, el problema es menor, dar a los
afectados uno de sus habituales plantones o presentarse de vez en cuando en
algunos de los juicios iniciados por la plataforma de afectados es el único mal
trago a tomar. Pero para el trabajador de a pie, para los comerciales, cajeros,
oficinistas y limpiadoras, la situación es insostenible.
“En la
última protesta María acabo en la urgencias del Hospital de Sierrallana. A la
mujer de Álvaro que tiene una mercería en una localidad cercana la han hecho
pintadas amenazadoras varias veces y dos compañeros más están de baja por
depresión”. Son todos nombres inventados, por una trabajadora sin nombre. Nadie
quiere dar la cara, los representantes sindicales, dan larga a nuestros
requerimientos y localizar a algún ex trabajador es complicado. La consigna
“desde arriba” es clara, el que hable se va, y el miedo circula.
De poco
valen en estos casos las terapias de gestión del tiempo y la nueva mentalidad
para afrontar el trabajo y la vida privada que preconizan novedosas
organizaciones como Show People, la asociación que vicepreside el catedrático
de ecología de la Autónoma
de Madrid Carlos Montes, que defiende una nueva cultura laboral.
En esta
crisis todo está cambiando, hasta el hecho de que haya situaciones con
solución, o eso al menos piensan trabajadores, como estos, obligados a hacer
frente a la ira comprensible de ciudadanos a los que quienes no dan la cara,
les han arrebatado todo. De hombres y mujeres que soportan las consecuencias de
un conflicto que no han creado y sobre el que poco pueden hacer, más que
soportar el vendaval de quienes piden justicia, y soportar en sus carnes la
indignación de otros, con la única esperanza, de alimentar a sus familias.
Imagen
christyanmartosphoto.blogspot.com
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