viernes, 1 de septiembre de 2017

Los monstruos andan sueltos



Hay que considerar que el arte es tan imprescindible como indefinible. Es la virtud, la magia y hasta la servidumbre de lo inmaterial. Las discusiones entre que es realmente creación y que un burdo engaño son sempiternas. Estos días asistimos a un nuevo ejemplo de estas situaciones.

Boa Vista Brasil, la ciudad de los mil sonidos y las mil contradicciones. El lugar donde todo es magia y donde la corrupción es una de los más voraces e inhumanas del país, celebra estos días La Muestra de Arte de Mamam, una de las más importantes y afamadas del país.
Entre las obras expuestas una destacada muestra de las creaciones del artista local Gil Vicente, un discreto creador que ahonda en las fronteras entre la incorrección política, el escándalo in disimulado y la provocación gratuita.
El motivo de tanta publicidad “Inimigos”, una serie de carboncillos realizados entre 2005 y 2006 cuyo motivo son los autorretratos del autor “ejecutando” a diversas personalidades mundiales, caso de George Bush, baleado de rodillas con las manos atadas en la espalda, del ex primer ministro israelí Ariel Sharon, la Reina Isabel II de Inglaterra, Kofi Annan, o el presidente de Irán.
Todos asesinados a tiros, salvo Lula, el presidente brasileño, destacado en su degollamiento. Toda una distinción, que el autor lamenta, porque no quiso nunca hacer diferencias entre los objetivos de su ira.

La iglesia, grupos pro derechos humanos, la orden de abogados brasileños y algunos partidos políticos que hablan de la inoportunidad de la exposición, en este mundo tan cargado de violencia y sujeto de múltiples atentados, han pedido la retirada de la obra, como ya hicieron en la 29 Bienal del país carioca. Cosa que no va a ocurrir pues, como ha dejado el comisario de la exposición  esta se caracteriza, y siempre lo ha hecho en sus sesenta años de existencia, por la independencia de los artistas y el respeto escrupuloso a la libertad de expresión. El comisario, Arnaldo Farias, ha puesto sobre la mesa un argumento aun de mayor peso. Si todo lo que incomoda a nuestras conciencias fuera prohibido, Edipo Rey ya estaría descatalogado.

Puestos a argumentar, Gil Vicente, el magnicida de lapicero, no se ha quedado atrás, defendiendo que la ocurrencia le vino a la mente cuando cayó en al cuenta de la culpabilidad de estos sujetos en la gran cantidad de males que padece el mundo. Es más, si la gente sencilla muere, ¿porque han de ser ellos inmunes al dolor y la muerte?. Más aun, el arte, como elemento de la conciencia colectiva debe ser denuncia, y esta a su vez innovadora, ¿o no lo fueron los bodegones en su momento, al romper con la temática religiosa imperante?.

Bien es cierto que todas las fases y escuelas artísticas han nacido de la superación de un concepto, de una estética y de una técnica. Pero aquí hablamos de un hombre que dibuja a carboncillo, cosa que en León y As Pontes puede ser revolucionario, lo digo por el tema de los decretos de protección del carbón nacional español, pero fuera de ahí, nada tiene de innovador.
Bien es cierto que Boa Vista siempre se ha caracterizado por su espíritu rompedor, como cuando en 2008 prohibió la pintura y otras manifestaciones artísticas tradicionales, para denunciar el vacío creativo y reivindicar el cambio artístico. Pero me temo que la obra de Gil Vicente no cabe, en su hedionda magnificencia, ni en aquel famoso lema de “Siempre hay un vaso de mar para navegar”.

Por si acaso alguien entrevé otras lecturas más tiernas en esta historia, el autor ha dejado muy clara la composición. Pretende una profunda denuncia de una recua de políticos ladrones asesinos y miserables, y los ha retratado no en forma de amenaza, sino como un asesinato consumado. Solo ha ahorrado el después, para que su rabia no se convierta en una mancha de sangre, grotesca y meramente estética, “el impacto esta en el concepto, no en la imagen, aunque el alma necesita imágenes para pensar”.

Todo esto, que no escapa de la categoría de la anécdota, incluye, para mi, lecciones y reflexiones importantes. Coincido con el autor en que resulta curioso que escandalice más el juego pictórico de una amenaza a quien, tan solo con una palabra, decide el destino y la vida de miles de personas, que la muerte real y el sufrimiento cientos de estas. Si, es triste. Pero es cierto.
Sin embargo, esa reflexión tan acertada debería llevarnos a no caer en los valores, no hablo de las formas, que precisamente se denuncian.
He visto una grabación de un viejo programa de la cadena española cuatro, denominado “After hours”, un programa dedicado a exponer salvajadas de todo orden y aberraciones sexuales de todo pelo. Eso si, con la mayor naturalidad del mundo, que para eso somos europeos y vamos de iguales, liberales, y buenrolleros por la vida.
No voy a entrar aquí a dar detalles de lo mostrado en el programa, que tengo lectores menores de edad, pero el caso es que lo más aberrante no eran las imágenes, sino el tratamiento, con la misma naturalidad con que Karlos Arguiñano hace unos espaguetis al pomodoro.

Como explicaba en su momento Juan Manuel de Prada, el hecho destacable no esta en las imágenes, sino en la pasión humana actual por abrir la compuerta de nuestras cloacas, convirtiendo todo lo que esta al otro lado de la frontera de lo que nos hace humanos, en cotidiano, normal y aceptable.
Cuando alguien debería decirles a esos “creadores”, mire usted, eso no es normal, la gente no puede obtener placer sexual infringiendo un gran dolor a otro ser humano, aunque este sea tonto y se deje.
No es normal que un hombre arrase con el futuro de miles de familias y las deje en la calle, aunque ese hombre sea un alcalde y esas gentes idiotizadas le hayan votado.
No es normal matar a un sujeto, indefenso o no, de un tiro en la nuca, aunque sea un criminal y tú estés lleno de odio.
Y no lo es porque eso abre la puerta de nuestros instintos, vaciando por el desagüe nuestra racionalidad y nuestra sensatez dejando nuestra existencia a merced de la visceralidad de masas e individuos, en un mundo sin ley, que es precisamente el que la democracia ha luchado por desterrar.

Siempre hemos sido perversos, por eso nos hemos dado una ley, no hemos permitido que nos la impongan, pero nos la hemos dado, y además ajena a éticas y religiones particulares. Una ley de todos. Una ley para confinar en lo profundo de nuestros instintos todo lo que saliendo de nosotros, destruye a los demás y hace diana cotidiana en la justicia, la igualdad y la paz. Pero ahora, en esta sociedad aburrida y plena de medios materiales, ha surgido el deleite por sacar lo hediondo de nuestra alma, nuestras debilidades al fin, de su encierro, para perseverar en el morbo gratuito con su exposición, sin más fin ni fundamento que enseñar lo benéfico de nuestro cruel repertorio de inmundicias y atrocidades, como si tanta hambre y tanta guerra no hubieran sido suficientes, mostrando la muerte, la opresión y la violencia como aspectos naturales de la conducta humana.

Y eso es perceptible en la obra de Gil, y en el cine, los videojuegos y las modas actuales, hasta el punto de que hoy no es raro ver a un adolescente partirse de risa viendo una película de nazis matando judíos. No entrevén ya el trasfondo, solo la espectacularidad de la imagen.
Somos sociedades libres, se puede hacer. Más vale, dirán algunos, asumir ese riesgo que limitar nuestras ansiadas libertades. Quizá, pero sepamos que eso tiene un precio muy costoso. Es alimentar un monstruo, especialmente en las nuevas generaciones, carentes de referentes y de medidas experimentadas de sufrimiento, como han padecido otras sociedades del pasado. Un monstruo ávido y hambriento, que cada día demandará más ración de exageración, morbo y éxtasis, infectando cada sueño, cada conciencia y cada sensibilidad, hasta hacer insensibles nuestros sentidos, sin percatarnos que el monstruo nos engulle a nosotros.


PD. Te quiero Barcelona, No tendremos miedo


Imagen TheBlogIsMine

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