sábado, 3 de mayo de 2014

Matar la verdad



“Lo que no se cuenta, no existe”. Ni el odio, ni el amor, ni la luz, ni la oscuridad, ni la alegría, ni el asombro. Ni siquiera el dolor. Por eso los periodistas ponen sus ojos y su voz para mostrarnos el mundo cada día, y hoy, y sin que sirva de precedente, se han sacado una foto a ellos mismos, para denunciar que sin fotógrafos, no veríamos nada.

Coincidiendo con el Día Mundial de la Libertad de Prensa, la organización “Reporteros sin Fronteras ha dado a conocer una lista de cien periodistas y blogueros, comprometidos con la verdad, cuyo esfuerzo ha permitido que las víctimas de los abusos trascienden del mundo de las sombras, convirtiéndose en modelos de quienes luchan por la libertad, como ha explicado el secretario de la organización Christophe Deloire.

No se ha conseguido un listado riguroso y estricto en jerarquía, por cuanto el heroísmo y el compromiso son virtudes difíciles de medir, pero si nos ofrece una fotografía certera de esa nebulosa de reporteros que se han convertido en la ventana que nos muestra el infierno y espuela nuestras conciencias.

Entre los “héroes de la información” se cuentan el español Gorka Landáburu, atacado por ETA por denunciar la violencia nacionalista en Euskadi, y que tras perder un ojo y varios dedos, y ver mutilado su cuerpo, espetó a sus agresores, ante un tribunal, ”No me habéis cortado la lengua, seguiré informando”.

Junto a él, desde el veinteañero camboyano Oudom Tat, al septuagenario paquistaní Muhammed Ziauddin; la escritora Anabel Hernández, incansable en su denuncia de la complicidada de la política mejicana con los cárteles; el periodista turco, Ismail Saymaz, incansable flagelador de los islamistas; Hassan Ruvakuki, el informador que ha pasado 15 meses en Burundi por entrevistar a los rebeldes; Glenn Greenwald y Laura Poitras, dos ciudadanos que desvelaron los métodos de vigilancia electrónica masiva de los servicios secretos británicos y estadounidenses oel irani Jila Bani, siempre bajo la amenaza de las autoridades de su país.

Este último marca la pauta del perfil de la mayoría, el valor, el sacrificio y la superación del miedo. Ejemplos hay muchos en esta lista, cien exactamente. El católico vietnamita Le Ngoc Thanh; el fustigador de la mafia siciliana Lirio Abbate; el presentador malayo Peter John Jaban, que ha acabado exiliado, el chechenio Israpil Shovkhalov, amenazado de muerte por denunciar las violaciones rusas de los derechos humanos, lo mismo que el uzbeco Muhammad Bekzhanov, torturado hasta casi morir por los servicios de seguridad de su país. Y así historias en sesenta y cinco países de hombres y mujeres que habitualmente no vemos, y que en muchas ocasiones se pudren en las cárceles o en silenciosos secuestros solamente por haber cumplido con la labor de contar la realidad.

En ese sentido, este año ha sido especialmente duro. Medio centenar de periodistas muertos en “servicio”, 150 periodistas y 70 ciberdisidentes encarcelados y una veintena secuestrados por bandas y grupos rebeldes en varios países del mundo (y de eso sabemos mucho en España)

Datos que son solo una muestra de hombres y mujeres afanados sin miedo ni pausa por defender y extender, no solo la verdad, sino unos valores cívicos innatos al ser humano, y a veces desaparecidos en medio de la perversidad, y de la ignorancia. Seres humanos que se resisten a la tendencia de un mundo que hace bandera de la tecnología de la información, y en el que cada vez hay más miedo a escuchar la verdad, porque eso nos obliga a actuar, y en ocasiones tenemos miedo, y en otras exceso de comodidad.





Pero frente a las imágenes que surgen para defender la libertad y la verdad, aquella por la que hay gente que muere, en ese pequeño reservorio de modernidad, placidez, desarrollo y civilización, en que nos creemos que vivimos, afloran de continuo actitudes que refinadamente, pervierten la naturaleza humana que esos hombres se empeñan en defender.

Ciertos sectores que se autoproclaman ciudadanos se escandalizaban estos días por la condena de la Audiencia Nacional al rapero Pablo Hasel, un angelito que se dedica a escribir canciones en las que desean la muerte a las personas, atacan a su dignidad, maldicen a ciudadanos y describen la crueldad imprimida en la piel de la gente.

Pero él y sus seguidores no consideran malvado exaltar en las redes sociales a ETA, Grapo, Terra Lliure o Al Qaeda. Menos mal que su criterio no ha coincidido con el de los magistrados Alfonso Guevara, Guillermo Ruiz Polanco y Antonio Díaz Delgado, que han considerado que la creación y la expresión no son compatibles con la educación en el odio, y que frases como

“¡Merece que explote el coche de Patxi López!”, “quienes manejan los hilos merecen mil kilos de amonal” o “pienso en balas que nucas de jueces nazis alcancen”, no son ideas propias de un ser humano.

Pero quizá la cárcel no sea la solución más adecuada para este ciudadano. Posiblemente hubiera sido más educativo enviar a Pablo a Méjico, donde hace unos días, miembros de Reporteros sin Fronteras y la Asociación Mundial de Periódicos y editores de Noticias  demandaban al presidente francés, François Hollande, de visita en el país, acciones decididas ante “la preocupante situación de la libertad de información” en territorio mejicano, dado el compromiso histórico de Francia con la libertad, como tantos países de la Europa Occidental. Pero el tema no se circunscribe a Méjico. Y en todas partes donde los informadores son perseguidos, las necesidades son las mismas: reformar los sistemas judiciales para luchar contra la impunidad, garantizar una protección real de los periodistas, emprender investigaciones profundas e imparciales sobre los asesinatos, las amenazas y los ataques a los informadores, reforzar los medios con que cuentan las fiscalías y reforzar los mecanismos para la protección de periodistas y de defensores de los derechos humanos, con el fin de establecer medidas de protección eficaces, cuya aplicación sea obligatoria para todas las autoridades.

Leyendo las letras de Pablo he recordado el asesinato hace un año del periodista mejicano Alberto López Bello, por denunciar a las mafias. Y también me ha venido a la mente la figura de Robert Ménard, el fundador de Reporteros sin Fronteras, elegido alcalde de Beziers con los votos del xenófobo Frente Nacional.

Contradicciones, habituales en nuestra civilización. Quien lea las letras de Pablo, seguro que piensa “Algo habrán hecho” esos a los que él denuncia y señala con su voz asesina. Es lo mismo que piensan los genocidas y mafiosos de medio mundo, esos a los que denuncian los reporteros para ayudar a quienes luchan y mueren por la verdad. Periodistas, moribundos en vida en mil cárceles perdidas, en mil infiernos ocultos, de mil sombras que se ciernen sobre la gente sencilla del mundo. Pero aunque yo no os lo cuente, seguro que la mayoría sabéis que amenazar, desear el dolor ajeno, perseguir a quien dice aquí la verdad y aplaudir a quien con violencia se ensaña en su prójimo, no les parece a algunos delitos. Curioso país donde callar la verdad es prudente y suplantar la libertad con violencia es licito. Curioso país que alaba a quienes lejos, muy lejos, la arbitrariedad calla su boca, y defiende a quien con una canción, una difamación o un comentario lleno de odio en una red social, mata conciencias y vidas, que con un ladrido o una canción nos hace esclavos del miedo.


imagen noticias de Méjico. La información.com, reporteros sin fronteras

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