domingo, 4 de mayo de 2014

Crónica de un engaño



Que importa una mirada perdida, cuando se ha perdido la vida. Que importa estar rodeada de gente, cuando la traición te siega el alma. En el centro Dolores, un nombre que es un desafío al destino en estos días, a su alrededor curiosos, micrófonos, sombras, y tan solo un llanto. Podría ser un drama más. Y efectivamente lo es. Un desahucio, una vida detenida, una lacerante violencia, una masa de quejas, la soledad de un anciana y el asombro de quien no da crédito a la voracidad del hombre sobre sus semejantes. Todo como siempre, salvo que en esta ocasión no hay un banco. Tan solo dos hijos y una madre. Y detrás un ex marido vengativo, que hay muchas formar de violentar el género.

Un hilo de voz era lo único que le quedaba a Lola tras esta foto, mientras imploraba, por misericordia, que no la echase la policía de su casa. De nada han valido las ocho mil firmas de vecinos, ni el apoyo de las plataformas de indignados y desahuciados. En España la ley se cumple, al menos a ratos, y este no ha sido uno.

La desgracia de Lola, sin embargo, había empezado mucho antes, el día en que se casó y, más aun, aquel maldito día en que parió dos víboras.

En 1998 Lola, harta de una vida desdibujada y un marido déspota, consiguió el divorcio, sin percatarse que sus hijos, cómplices de su señor padre, nunca la perdonarían haber tenido tan poco aguante.

Como tantas mujeres españolas, siempre a la vera de un marido que controlaba todo, la separación dejó sola a una mujer poco autónoma.

Sin medios de vida, los problemas de Lola crecieron tanto que perdió su casa. A punto de quedar bajo las estrellas su vida encontró refugio en una vieja casa familiar, en la calle Santiago de Motril, de la que ella poseía una parte, y el resto sus hermanos.

Agobiada por su penuria, Lola cometió la torpeza de renunciar a su parte en la propiedad, a cambio de la aceptación por parte de los demás dueños, a cambio del usufructo de la totalidad de la casa, de habitarla para siempre, y ella solo.

Pero la propiedad debía ser muy golosa, o el deseo de venganza de sus dos hijos mayores muy grande. Pronto empezaron los movimientos para comprar el total de la propiedad, por parte de una empresa de la localidad Ferjoma autotiendas.

¿Qué tiene que ver con sus hijos?, que estos son parte de esa cadena, pero una parte muy grande, con gerencia incluida. En medio de esa jugada, Fernando, el mayor de los hijos de Lola, se había ofrecido a realizar las gestiones necesarias para conseguir una pensión no contributiva o alguna ayuda pública para aquella mujer. ¿Quién en dificultades va a desconfiar de un hijo?. Pues Lola tampoco.

Aunque está en estudio en la mesa de un juez, todo apunta a que entre aquellos papeles que la mujer firmó para solicitar la ayuda, iba escondido un contrato de alquiler con Ferjoma, del que ella nunca tuvo conciencia. El final os le podéis imaginar. Pasados los meses, Ferjoma (Fernando y su hermano, los hijos de Lola) reclamó la ejecución del contrato por impago.

De nada sirvieron las explicaciones de Lola, el apoyo de una tercera hija, la pequeña, o el apoyo de vecinos y plataformas. La ley es inflexible. Y el marido tenaz. Y lo digo porque todo indica que la connivencia de los hijos, dueños de Ferjoma y el ex marido, es la causa de toda esta vergonzosa historia.

Ahora a Lola la han “lanzado”, tecnicismo que significa que la han echado a la p… calle, siguiendo las ordenes del ilustre juzgado 3 de Motril.

Las valoraciones morales del hecho me las reservo, aunque dudo que haya alguna religión, cultura, civilización o doctrina que pueda justificar actitud tan ruin con una madre.

Pero hay otras cuestiones menos subjetivas que si son dignas de reflexión. No parece que la crisis inmobiliaria que nos sacudió desde el inicio de la crisis este superada, al menos en sus aspectos morales. Con la connivencia de una legislación poco social, creada a mayor gloria del sistema financiero, y un sistema judicial limitadísimo, al menos en lo material, hoy sigue siendo posible desalojar de su casa a quien no tiene nada. O dicho de otra forma, los derechos de las personas, los fundamentales, están por debajo, supeditadas, por debajo en jerarquía a los económicos, los de propiedad y ganancia.

No es la única lección de la historia de Lola. Los mecanismos de protección de las personas más débiles, de aquellos que poseen una formación más limitada y un conocimiento sigue siendo, en una democracia “avanzada” como la nuestra, muy pobres. Todavía resuenen las palabras del ex de CajaMadrid, Miguel Blesa, cuando le espetaba a un juez que los jubilados y preferentistas sabían lo que firmaban, porque no eran analfabetos. Hay muchas formas de analfabetismo, sobre todo cuando los poderes de un país crean leyes, jergas y sistemas de espaldas a la nación, en su desconocimiento, a sus espaldas, para que nadie lo sepa ni entienda.

Queda un aspecto esencial en esta historia. ¿Qué fue de aquel acuerdo de los dos grandes partidos para evitar más desahucios?. ¿Que fue de aquel espíritu que surgió tras el sucedió de una mujer en Baracaldo?.

De los hijos no hablo, porque no quiero dar a entender que su madre es una prostituta.


imagen el ideal de Granada

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