domingo, 13 de septiembre de 2009

La igualdad según Berlusconi


El gobierno de España ha estado esta semana haciendo un bolo en Italia, motivo por el que media cohorte de Zapatero ha hecho de palmero ante las ocurrencias de Berlusconi.
Resulta curiosa la relación de condescendencia que el actual gobierno español mantiene con el primer ministro italiano. Máxime si observamos los rasgos de uno y otro.

Si algo ha caracterizado la política socialista en estos últimos cinco años ha sido una declarada y romántica vocación social que ha permitido iniciar avances importantes en la legislación española como las leyes de dependencia y matrimonio homosexual, intenciones plausibles, aunque no consumadas, como la laicidad del estado, la memoria histórica o las políticas de inmigración, y cruzadas románticas como la alianza de civilizaciones o los guiños antibelicistas que han teñido nuestras retiradas.

Pero si algo también, nos han dejado claro estos años es que el motor que mueve a nuestro gobierno es el efectismo y la ingenuidad. La política es el arte de lo posible, razonaban en las antiguas polis griegas. Amar ideales y perseguir su consecución es loable. Pero los sueños deben ser sólidos, su búsqueda debe ser constante, el calculo de su precio permanente, y el compromiso con quienes confían en que somos sinceros al perseguirlos, inquebrantable.
Si hay un país atípico en la Unión Europea, es Italia. La cuna de nuestra civilización es hoy un país deshilachado e incoherente. Una potencia económica y cultural presa de graves injusticias sociales, desequilibrios territoriales y ausencia de ética colectiva. Porque solo esa ausencia nos puede hacer entender que una nación culta y noble elija reiteradamente y permita el uso del poder a un gobierno multipartito que manifiesta sin ambages la prevalencia del hombre sobre la mujer en la política, que permita el libre transito y actuación de grupos paramilitares que actúan como si fueran policias, que permita la despiadada persecución de gitanos y emigrantes, que permita la corrupción política institucionalizada y que permita y ría las actuaciones de un primer ministro que despacha asuntos de estado y contratos entre copas, cocaína y prostitutas pagadas sabe Dios con que dinero.

Quizá sea cuestionable, en aras de la protección de nuestros intereses nacionales, que España se convierta en la conciencia de Italia y encabece una cruzada contra Berlusconi (que cosas más raras hemos visto en Zapatero). Pero de ahí a reír las gracias y dar cobertura hay un mundo. Y lo digo porque como mujer, y como española, me siento humillada por el lacerante espectáculo del que nuestro gobierno ha sido participe esta semana en Italia. Formadas en fila, nuestras ministras asistieron a las burdas gracias del ministro italiano, que lejos de bajar la cabeza y pedir disculpas por agravios pasados hacia las mujeres españolas, representadas en sus ministras, insistió ante ellas en sus comentarios despectivos y machistas. Más aun, consiguió una jugosa visita del primer ministro español a su casa privada de Cerdeña, que le ha permitido airear la complicidad española en sus aventuras sexuales y comerciales y usar a Zapatero, el símbolo de la izquierda romántica europea como trofeo ante la oposición Italiana. Ahora ya se puede decir sin pudor que Villa Certosa es un lugar noble, no un prostíbulo, pues hasta los más ardientes defensores de la igualdad y los derechos pisan su moqueta, desmontando las criticas vertidas sobre ese antro y lo que representa.

Hubiera sido tan fácil como decir no, amable y diplomáticamente, pero no. Argumentar problemas de agenda o cualquier otra memez para evitar el escarnio de ver al jefe de Bibiana Aido pisando la moqueta sobre la que un sátrapa cierra negocios regalando carne fresca de mujer. Hubiera sido tan fácil como poner gesto adusto en la recepción inicial de la cumbre, en lugar de sonrisas ilusionadas, como pusieron Chacon y Salgado, y caras de interés, como mostró Blanco, por mucho que ahora defienda su dignidad la vicepresidenta.
Pero claro, el efectismo es lo primero. Zapatero precisaba de un golpe audaz ante la opinión española, en vísperas del desastre económico que se nos venia encima. La salida era presentar al país que somos miembros del G8, una supuesta prueba de que contamos en el panorama internacional. Berlusconi amplio la reunión a 40, y metió a España por la puerta de atrás. Ahora, España contribuye con 50 millones de euros a la reconstrucción de L´Aquila tras el terremoto que sufrió el pasado año, cuando los demás socios europeos apenas contribuyen con dos. Ahora España se supedita al mando italiano en operaciones internacionales como la afgana, sin presentar candidatos. Ahora España presta apoyo moral al maltrecho Berlusconi. De todo valor carece una política plagada de gestos como ministerios de igualdad y leyes de ejecución imposible, si esa actuación carece de una ética y una estética que muestre a la ciudadanía la convicción de las acciones tomadas. Porque, y a la luz de las mujeres maltratadas en España, y vejadas en Italia, ¿que igualdad defendemos?.

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