domingo, 12 de abril de 2009

Pasiones


Esta es una semana llena de contradicciones. Calles inundadas de pasos y capirotes, iglesias repletas de fieles, olor a incienso, pasión en la defensa de costumbres, y silencio en la de ideales.

Por pintoresco que parezca, y atractivo que resulte para la hosteleria y el erario público, en la Semana Santa hay algo que falla. Esos pasos de vírgenes y Cristos llevados a la carrera por las calles de algunas ciudades, o con pesada lentitud en otras. Esos miles de euros en flores y abalorios para las imágenes, esos tambores de Aragón resonando hasta romper la mañana, esas largas comitivas y esos empujones y fajos de billetes para conseguir sitio, silla o balcón, poco me parece que tengan que ver con la Semana Santa. Y, más aun, cuando tras ella vemos a inmigrante sin papeles, de allende otras creencias, reclutados para portar callejeando a este Dios, o a gentes alejadas del culto, conseguir plaza en hermandades y procesiones a golpe de talonario. Es cierto que hemos creado una impresionante fiesta de interés turístico, y que hablamos de un negocio que necesita España. Es cierto, además, que el nuestro es un país muy volcado en las formas, a veces, no se si por inseguridad o por superficialidad, pero lo cierto es que acostumbramos a mostrarnos con pasión en aquellos temas que consideramos irrenunciables, identitarios (que diría mi profesor de filosofía). Es cierto, todo menos que esto sea Semana Santa.
Los que hemos visto por nuestras calles a Alberto Pico si que hemos vivido la Semana Santa. De cría, un día le pregunte a mi madre que hacia ese cura en nuestro barrio, deambulando entre la gente, como no haciendo nada, pero dando vida a todo. “Es un hombre de Dios”, me contesto. Nacido en La Habana y enrolado en la mar, Alberto llegó a puerto hace 40 años, a vivir con pasión. Primero en pequeños pueblos como Taméz y Secadura, luego en la ciudad, para cuidar de nosotros, y de D. Miguel Bravo, aquel sacerdote que se apasionó de mi barrio, y murió mirándonos. Han pasado cuarenta años. Alberto, sus fieles, los hermanos de la Salle, y tantas gentes de Dios, como dice mi madre siguen apasionando con su vida a quienes les vemos o les sentimos. Carecen en Semana Santa de grandes pasos repletos de oropel y flores, pero sus pasos nos enseñan cada día porque murió Dios y porque esta es la religión del amor. Alberto, y tantos otros religiosos carecen de la imagen y la fuerza del papa, ese que calla ante los ladrones que han facilitado con su avaricia tanta muerte en estos días en Italia, ese que en África, rodeado de miseria pide de forma severa a las gentes sencillas que dejen de joder, aunque calla ante quienes les joden la vida. Y aun así, rompen cada día las cadenas de mucha gente, solo con amor.
Pero hemos de ser realistas. No es el papa ni la banda de politizados obispos que padecemos los que convierten nuestra fe en una feria sacada en andas. Somos nosotros. Somos los que lloramos ante una imagen de yeso y abrimos la cartera para el manto de una virgen, y fruncimos el ceño ante un ser humano hambriento o tratado injustamente. Somos los que respondemos con soberbia, violencia o desden ante nuestros semejantes a todas las horas. Somos lo que siendo una masa ingente en este país, cerramos los ojos, callamos o asentimos, ante tanto cabrón como hay en inmobiliarias, carreteras o estafas admitidas. Somos nosotros los que vivimos fingiendo, confiando en el “ a mi no”, y renunciando a cambiar el mundo, con papa o sin él.

Este año he confirmado mi fe. Tras muchas dudas he dado un si, creo que responsable, a Dios. Mi fiesta de confirmación fue luminosa, sencilla, pero alegre. No nos compramos ropa nueva, ni nos fuimos después de marcha. Una tarde entre amigos. Felices de vivir una fe en común. Ahora llega lo serio, vivir conforme a eso cada día. No me he comprometido con mi fe por el papa, ni por la Semana Santa, sino por hombres, como Alberto que me han enseñado. Acompañando a los que viven a cada hora la pasión del desempleo, de la injusticia, de la soledad, de la enfermedad o de la incomprensión. Gritando cada día contra los que desde el descaro o el poder pretenden abusar del resto. Trabajando con pasos de verdad, para quienes Semana Santa es todo el año, aunque el día de la Resurrección nunca llegue.

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