martes, 14 de abril de 2009

Cuando nos tocan los suevos

El genial Vázquez Montalbán explicaba, hace ya algunos años, que caído el Imperio Romano, y en la sucesión de invasiones bárbaras que sacudieron España, no todos tuvieron igual suerte en el reparto de invitados. De tal forma que a los gallegos les tocaron los suevos. Una suerte de bárbaros dedicados solo a destruir. Digno heredero, no por gallego, es Suso del Toro. He leído estos días un artículo sin desperdicio de tan inefable autor en las páginas digitales de la Vanguardia, en las que, como suele ser costumbre, el muchacho despacha con acidez venenosa contra todo lo que se mueve. El artículo en cuestión enciende hasta las más almidonada conciencias bajo el titulo de “España bizarra”.



Que el autor se dedique a decir simplezas y realidades deformadas con el único afán de provocar y causar sensación, una de sus escasas artes, ya no coge de susto a nadie. Que la casa de Godó entre en la senda del radicalismo dialéctico y panfletario, ya no sorprende, desde que ciu, no es ciu. Pero que en medio tan venerable, un escritor tan venéreo tache a Cervantes de grotesco, a Velázquez de pintamonas, a Cortes de matarife de cerdos y a Picaso de retratista de putas, resulta un poquito fuerte, cuando no hiriente.
Tales descripciones históricas, y varias decenas más que me ahorro, vienen a cuenta de argumentar, para el autor, el carácter de lo español, excesivo, disparatado y resultado de una comunidad que, antropológicamente hablando, rinde culto a un nacionalismo que ensalza lo adornado, lo superficial y lo tremendista, ahogando valores esenciales, tales como la democracia. Tamaño escarnio cultural es habitual entre los hijos de la Moncloa, en una carrera por redefinir nuestra comunidad política y cultural que arranco con avidez el día que José Luís Rodríguez Zapatero arribo al gobierno, y que, por otra parte, tampoco presenta ninguna contraprestación o alternativa, si no, al contrario, sirve para profundizar una crisis nacional que ya excede del ámbito financiero.
Me han recordado las palabras de Del Toro, a aquellas de Pepe Rubianes sobre España. Con menos estilo, que duda cabe, pero con igual intención de ridiculizar y de destruir, buscando el aplauso fácil y la risa vulgar.

Hay movimientos que preconizan un cambio en las relaciones políticas españolas y la reorganización del estado, desde un punto de vista constructivo. Estaremos de acuerdo o no, pero buena parte de los nacionalismos defienden la construcción de un estado multicultural y plurinacional, basado en razones y alternativas viables de cara a la convivencia y el progreso. Parte de esas propuestas, en Cataluña y en el País Vasco, se han encontrado tradicionalmente con líderes nacionalistas impresentables y obtusos, cuando no manchados de sangre. O con gobiernos centrales ciegos y cerrados en un discurso rancio, propagandista y de nacionalismo barato, pero muy rentable a nivel electoral. Una actitud de los gobiernos centrales que ha basado su pedagogía en transmitir a la ciudadanía que los nacionalistas vascos somos unos egoístas, racistas, antiespañoles y asesinos de guardias civiles. Pero yo no soy así. Ni Imaz, ni Txomin Larrauri, ni Pagazaurtundua, ni Lekinez, ni Amatino … Ni miles de nacionalistas, que vivimos pacíficamente, sufrimos la violencia en todas sus formas, pagamos nuestros impuestos, contribuimos al estado común, respetamos la ley, aportan a España su saber y su prestigio y aspiramos a ver crecer a nuestros hijos en un estado español solidario y respetuoso de todos para con todos. Sin embargo, la identificación de algunos elementos, con las ideas de otros sirve y ha servido para arrumbar un proyecto de autonomía donde esta el futuro, por basarse en razones históricas y demandas justas.
A del Toro, a Rubianes a Marga Herrera y a tantos otros empeñados en quemar banderas, denostar nuestra cultura, atacar la jefatura del estado y ridiculizar lo que nos identifica, sin embargo, se les aplaude y se les ríe la gracia. Sin reparar que estos neo suevos dinamitan mucho más nuestra convivencia.
Un caso extremo de cómo tocarnos los suevos vive en Moncloa. Y es que la verdadera Pe, no es la glamorosa actriz que irradia clase y belleza en los festivales de cine. La verdadera Penélope de nuestro tiempo se llama José Luís, dedicado a tejer y destejer el estado, sumiéndole en el caos, sin ningún Ulises que le rescate. Una Penélope que favorece la perdida de confianza del español en el estado que nos une y que fomenta las aventuras autodestructivas de radicales, republicanos y defensores del entierro del constitucionalismo, ese que tanto predican, según que provincia.
No vamos ahora a volver al tema del nuevo gobierno, del que ya se ha dicho de todo y por su orden, pero no esta de más sacar algunas conclusiones al hilo de los suevos.
Contra lo que se ha dicho, no me parece razonable defender hoy en día la desaparición de un ministerio de cultura. No se muy bien si exento o integrado en educación, pero decir que es necesario es poco. Lo es porque la promoción exterior de nuestra cultura sigue siendo una prioridad que se precisa para defender nuestra identidad en el mundo, por razones políticas y comerciales, y por que ese elemento aglutinador resulta imprescindible para proteger, en el interior, nuestros rasgos comunes frente al avance de los suevos. También es verdad que Rodríguez no ha reparado en este argumento, y que el mantenimiento de ese ministerio obedece solo a comprar favores políticos y apoyos entre el lobby artístico del país, con mucha influencia en la opinión pública, y en defender los intereses económicos de la industria audiovisual, con lo que estamos pagando un ministerio de la industria de la cultura, no de la cultura. Un rasgo de sectarismo del estado que da alas a los que no creen en este estado.

Tantas alas como la existencia de departamentos ministeriales como igualdad (que ya de paso podrían crear el de fraternidad y el de libertad) o como vivienda, que en nada contribuyen al bien común, al carecer de competencias reales o racionales y cuya existencia solo responde a la única intencionalidad de conseguir un impacto mediático, de ofrecer un gesto ante problemas que no hay que ser muy listo para descubrir que no se arreglan solo con un membrete.
El caos organizativo del estado, máxime en estos momentos de crisis no solo nos va a costar mucho dinero, en una fútil reorganización de departamentos y cauces administrativos. Va a costar mucho al ciudadano perdido en la selva de competencias en que se ha convertido el estado, con trámites a reiniciar, pagos a aplazar y proyectos a volver a presentar. Y va a costar tiempo, perdido en reuniones endogámicas dedicadas a intentar coordinar minimamente el funcionamiento diario, no ya el liderazgo. Y es que la reorganización ministerial que sufrimos no es más que un indicio más del caos competencial y de jerarquía y asistencia entre las distintas administraciones públicas, desorientadas y celosas de lo poco o mucho que controlan, uno de cuyos episodios más lamentables ha sido representado por Candido Conde Pumpido, al ofrecernos la imagen de un fiscal general del estado lloroso porque la policía quiere más a Garzón, como los padres primerizos y sensibles, dolidos porque su niño quiere más a mama. Un episodio que no es único y que se une a las discrepancias entre Corbacho y el Banco de España, entre Garmendia y Sebastián por los dineros de investigación, entre Chavez y Salgado por la financiación autonómica o entre de la Vega y el resto por la tendencia fagocitaria de aquella. Eso sin contar con que ahora, hasta el presidente del consejo de ministros se arroga una cartera, deportes, y todo por no saber como dar marcha atrás en una de sus típicas promesas para quedar bien, en una recepción a deportistas.

Es difícil creer en una España en la que el gobierno de la nación carece de política exterior y se dedica a reír las tonterías de los dictadores plataneros o a salir corriendo cada dos por tres dejando empantanados a sus aliados. Donde se contradice la línea de sus socios y aun se permite criticar a la mayoría (véase el caso del maíz transgénico mon 801, sobre el que España se ha quedado casi sola defendiendo su uso). Es difícil creer en una España en la que el gobierno de la nación, ante el problema económico que se nos presenta, prepara un lote legislativo en el que entre las primeras diez iniciativas de grandes leyes a presentar en el parlamento no hay ni una económica (aborto, dependencia…), salvo que consideremos tal la ignota reinvención de rtve, que ya veremos cuanto nos cuesta. Es difícil creer en una España en la que ocurren casos como el de Badajoz, donde la pelea de competencias entre el ayuntamiento del PP y la Junta del PSOE dejaron un puente de la capital a oscuras durante meses, con resultado de 3 muertos en diversos accidentes, y sin responsabilidad de nadie. Hechos como ese, o como el abandono de Madrid a su suerte en materia de infraestructuras, muchas paralizadas, por motivos políticos anti aguirre, dejan poco espacio a la esperanza, y mucho para que los suevos de turno destruyan lo que nos queda.
Y luego dicen de Sarkozy insulta. Un visionario nos ha salido el muchacho.


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