lunes, 29 de diciembre de 2025

El eco que queda


Dicen que la muerte llega siempre a destiempo, aunque en el caso de Robe Iniesta —fundador de Extremoduro, poeta imperfecto y filósofo sin título— muchos sostuvieron que nunca llegaría del todo. Su vida, contada en canciones que parecían escritas con sangre y madrugada, había construido una especie de inmortalidad rugosa, áspera, resistente. Por eso, cuando ayer se anunció su fallecimiento, España entera quedó suspendida en un silencio extraño, como si alguien hubiera desconectado por un instante la electricidad que mueve las emociones profundas.

La noticia viajó por los viejos bares de carretera, por los institutos donde generaciones habían aprendido a desafinar sus primeras guitarras escuchando Deltoya, por los pisos de estudiantes que aún pegaban en sus paredes carteles arrugados de la gira de Agila. En cada rincón resonaba una idea compartida: se había marchado uno de los pocos músicos capaces de convertir la crudeza en belleza sin pedir permiso.

Robe había sido, desde finales de los ochenta, una especie de meteorito constante atravesando la historia del rock español. Fundó Extremoduro con más voluntad que recursos, con una urgencia que quemaba. Sus primeras maquetas, grabadas con la precariedad técnica de quien no necesita pulcritud para contar verdades, introdujeron un lenguaje propio: visceral, desbordado, lleno de imágenes que parecían salir de un subconsciente que se negaba a dormir. Con el tiempo, esa voz chamuscada se transformó en un elemento central de la música española, hasta el punto de que resultaba imposible explicar la evolución del rock sin mencionar su nombre.

Pero donde Robe dejó la huella más profunda fue en las letras. Su forma de escribir rompía la frontera entre canción y poesía. Construía frases que podían ser rabia y ternura a la vez, que hablaban del amor con la ferocidad de un animal herido y de la libertad como una obligación moral. No escribía para ser entendido; escribía para ser sentido. En sus versos convivían la crudeza callejera y un lirismo casi místico, una combinación que lo convirtió en referencia para músicos, poetas y jóvenes que buscaban una forma de nombrar su propio caos interior.

Muchos descubrían en él un poeta antes que un cantante. En una época en la que la literatura parecía alejarse de la vida cotidiana, Robe hacía justo lo contrario: la poesía bajaba a la calle, al bar, al cuerpo. Sus imágenes —“voy a seguir cagando flores”, “no me des más veneno que tengo el alma llena”— se volvieron parte del imaginario de un país que encontró en su música un espejo descarnado y, paradójicamente, liberador.

Con los años, su figura fue tomando también un giro filosófico. Él lo negaba, claro: rechazaba cualquier etiqueta que sonara a academia. Pero en entrevistas, canciones y textos se colaban reflexiones sobre la existencia, el lenguaje, la identidad, el deseo, la soledad y la rebeldía como postura ética. Su pensamiento no buscaba construir sistemas, sino abrir grietas. Hablaba despacio, como quien no pretende convencer, sino sembrar.

Esa dimensión se hizo más visible en su etapa en solitario. Sus discos posteriores mostraban un Robe más introspectivo, más consciente de la fragilidad del tiempo. Las canciones se volvían largas, casi narrativas, mezclando armonías complejas con una profundidad emocional que parecía crecer con cada álbum. Quienes lo seguían desde los inicios veían en esa evolución la prueba de que no era solo un roquero maldito: era un creador total.

Cuando la noticia de su muerte golpeó el calendario de 2025, miles de personas salieron a las calles sin convocatorias oficiales. Se improvisaron vigilias frente a bares, plazas, parques y escenarios donde alguna vez había tocado. No se escuchaban discursos: solo guitarras y voces rotas cantando canciones que todos parecían saber desde siempre. Era una despedida colectiva, pero también un reconocimiento silencioso: Robe había sido parte de la banda sonora de muchas vidas.

Y quizá por eso, incluso en su ausencia, su presencia seguía vibrando.

Porque Robe Iniesta no fue solo un músico. Fue un modo de mirar el mundo. Y ese modo —irreverente, honesto, excesivo, poético— sigue respirando en cada persona que alguna vez encontró en sus versos una manera de entenderse mejor.


Fuentes
  • Discografía de Extremoduro (1989–2013).
  • Obras en solitario de Roberto Iniesta (2015–2023).
  • Entrevistas publicadas en medios españoles (El País, Rockdelux, MondoSonoro).
  • Letras oficiales de canciones registradas por Dro/Warner Music.

Imagen Carlos Barba / EFE

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