lunes, 9 de marzo de 2020

La humanidad que requiere la escuela



En estos tiempos de alfabetización digital cada vez surgen más voces sobre lo que algunos expertos llaman la “catarata tecnológica”, una especie de hemorragia de artilugios y aplicaciones que carecen (o al menos algunos no encontramos) un sentido global, una aportación práctica y ética al proceso educativo y la socialización del alumno.


“Muchas veces nos empeñamos en utilizar una aplicación o dispositivo sin que haya definida una estrategia por detrás. Pero el uso en sí mismo no aporta ningún beneficio si no sirve a un propósito determinado”, explicaba hace unos días en un conocido diario Cristina Arroyo, directora de formación de Factoría Cultural.

Y es que el incesante avance en robótica e inteligencia artificial está chocando (al menos de momento) con un grave obstáculo. Ninguna máquina y ninguna herramienta digital son capaces de desarrollar empatía, ofrecer respaldo anímico y responder a las necesidades emocionales de los ciudadanos, los veamos como personas o como simples consumidores.

Y es en ese terreno, y no solo en el tecnológico donde la escuela debe centrar sus esfuerzos, en el realce de los elementos más humanos del individuo, porque los necesitará para afrontar los retos del mercado laboral y los retos éticos que la nueva sociedad demanda.

“Las personas van a seguir siendo insustituibles en muchos trabajos y parcelas. Un robot no puede emocionarse, imaginar, sentir… Cuestiones como la innovación, el pensamiento crítico o la capacidad para conectar talento todavía son patrimonio exclusivo del ser humano. Y todas esas cualidades son críticas para un desempeño excelente”, expresaba hace un tiempo Fernando Botella, director de Think&Action.

De hecho, grandes centros de formación como el Massachusetts Institute of Technology (MIT) dedica un 25% de las horas lectivas de sus programas a disciplinas como literatura, idiomas, música o historia, enfatizando así el perfil humanista de sus trabajadores y, a través de esas áreas de conocimiento, las capacidades de empatía, comunicación, liderazgo, trabajo en equipo, adaptabilidad, creatividad o gestión de conflictos.
Aspectos todos ellos que incluidos en las llamadas “habilidades blandas” (atributos o características de una persona que le permiten interactuar con otras de manera efectiva) que permiten dar sentido a los avances tecnológicos venciendo resistencias y combinando capacidades.

Como nos demuestran continuamente los escándalos de filtración de datos de las grandes redes y la venta de perfiles, los famosos algoritmos (esas fórmulas que buscan dar respuestas impersonales y no condicionadas por la emoción) son creados por humanos con claras tendencias de discriminación de raza o estamento social solo y solo pueden ser corregidos por humanos vigilantes del poder de las máquinas.


Es cierto que las “competencias duras” (las habilidades tecnológicas y la capacidad lógica de los individuos) son precisas para resolver problemas y seguir dotando a la humanidad de respuestas, de soluciones y de capacidades innovadoras. Pero no lo es menos que no debemos desequilibrar la escuela en esa dualidad indisociable entre humanismo y tecnología, por que esta nunca dará sentido a nuestro mundo por si sola y aquella nunca desarrollará todo su potencial sin el apoyo de nuevas herramientas que nos liberen de nuestros límites.

Y ese equilibrio es el que debe prevalecer en nuestros proyectos. Ese es el alma de Espiral

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