viernes, 6 de marzo de 2020

A las 9,30



Traspasar una nueva puerta siempre es un reto, por la ansiedad ante lo que te espera e ignoras y por la tristeza de lo que dejas atrás y, bueno o malo, nunca olvidas. Pero tras cada puerta siempre aparece una nueva experiencia. “¿Qué lees?”, “arte gótico”. Yo la llamaré Ana. Es una niña con luz, su lisa melena rubia, sus ojos pequeños y azules, su cuerpo menudo y su voz dulce hacen inevitable fijarse en ella, aunque se empeñe en escabullirse en una esquina, justo donde la luz de la ventana se esconde. Apenas te mira cuando hablas con ella.
Siempre ausculta el espacio, como buscando una amenaza, como sospechando una herida. Su historia es la de muchas niñas de su edad, embelesadas por un chico altivo, desinhibido y, quizá, guapo. Uno de esos chicos malos que atraen a algunas niñas sin malicia. Quizá por verle como un padre protector, quizá por que su labia las envuelve, quizá porque su falta de miedo las fascina, quizá porque su fuerza y fiereza, su incapacidad para autolimitarse las abre paso a todo y a todos. Pero un día Ana descubrió que en sus manos ella solo era una cosa, una cosita linda que se podía exhibir y para no perderla, controlar. “Es un manipulador, un tirano que me ha reducido a un ser sin alma, siempre a su servicio, siempre obedeciendo, siempre recordándome que yo soy inferior y que debo dar gracias porque alguien como él se fije en mi”. Cuando Ana quiso dejarle llegaron los problemas. Las llamadas intempestivas, las amenazas a la puerta de su instituto, la angustia de verle en la calle. El miedo. Y ese miedo y esa pesadumbre apresa tú alma hasta reducirte a nada. Hoy Ana, de vocación enfermera y en último curso de bachillerato lucha contra su depresión, busca su camino, rehacer su dignidad e intentar, en lucha contra su mente, no perder su sueño de un día cuidar de otros. Entre el ir y venir de las enfermeras y el quehacer errático de nuestros compañeros se nos ha pasado la mañana. Entre palabras, entre alguna lágrima furtiva, entre algunas Historias de España, envuelta en esa luz que solo tienen las personas buenas.
Ha cerrado su libro de historia cuando me iba. “¿Vendrás mañana?”, “si, a las 9,30”, “Es que quería preguntarte una cosa de arte. Y hablar un poco de todo, Por que tu eres profesor, no?” ”Lo fui. A las 9,30 Ana, no faltaré”.
Ha sido una mañana hermosa, envuelta en la melancolía de dos perdedores. Una niña con un futuro esquivo y un viejo profesor sin un pasado relevante. Es mi nueva clase, mi nueva tutoría, mi nueva niña.
A las 9,30 Ana, espérame a las 9,30


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