martes, 3 de noviembre de 2009

¿Y tú quien eres?

Así rezaba el titulo de uno de los últimos trabajos de José Luis López Vázquez, un cómico de la legua. Un actor que tanto enfundarse la piel de otros ahora esta en cada uno de nosotros. Una de esas personas que dedican su vida al noble arte de entretenernos y que a fuerza de ponerse frente a todos se convierten en un espejo, mostrándonos lo malsano y lo bello que habita en nuestro interior.



Había nacido, un presagio de estrella, frente a un cine, el Doré, como queriendo evadirse en celuloide de una vida que, trágica como el teatro, parecia haberse escrito en el cuaderno de las parcas. Su destino parecia inseparable de una familia pobre y desarraigada, marcada por el abandono del padre, lo que le había dejado con el único amparo de su madre y su abuela. Pero entre el humo que despedían los labios de las Betty Boop de la época, y la impavidez intrigante de Buster Keaton, en aquel vetusto cine, José Luis fue fraguando un sueño, no ser el, ser nosotros.
Sus primeros pasos poco tuvieron que ver con el cine, aunque si mucho con el arte, figurinista, dibujante, estilista y escenográfo. No sería hasta 1940, tras velar armas en el TEU y en el teatro de las organizaciones juveniles, cuando en la gran casa de Madrid, el Teatro María Guerrero, hoy la última estación de su largo viaje, debutaría en una obra de Suárez Deza, “El Anticuario”.
Allí ya se vio claro el genio tragicómico que albergaba, algo que no paso desapercibido para empresarios y actores como Alberto Closas y Conchita Montes, con quienes conocería el oficio, las esclavitudes de la profesión y los primeros triunfos, que se prolongarían hasta el final de sus días (La plaza de Berkeley, El vergonzoso en palacio, Crimen y castigo, Historia de una escalera, Después de la niebla, Don Juan Tenorio, El calendario que perdió siete días, La dama boba, Las maletas del más allá, El abanico, Kean, Cena de matrimonios, Cartas credenciales, ¡Amoor!, Equus, La muerte de un viajante y El manifiesto, por citar algunas de su larga carrera).
Junto a su labor de actor, López Vázquez demostraba en aquellos años una gran capacidad de trabajo y creación dentro y fuera de las tablas, convirtiéndose en un escenográfo destacado de los 50 españoles, con una gran labor en teatro (El casamiento engañoso de Gonzalo Torrente Ballester, Adèle o la margarita, de Jean Anouilh, El grillo, de Carlos Muñiz o Clerambard, de Marcel Aymé). En 1951, tras asistir como ayudante a varios directores de cine, pasaría al otro lado de la cámara.

En el cine, su desenvoltura, y sus escasos aires de galán, forzaron un primer encasillamiento en el mundo de la comedia, en la que arrancó de la mano de la genial Gracia Morales, y que se prolongaría en los años 70 con una serie de obras de esas que los actores denominan “necesarias para comer”. Obras menores, de entretenimiento, pseudo eróticas, pseudo políticas, pseudo cinematográficas, pero en las cuales el genio de López Vázquez, encontraba un huequito. Sin embargo, esas obras menores, o sus cameos o protagonismos televisivos en piezas de superficial divertimento (Javier ya no vive solo o los ladrones van a la oficina) son solo una anécdota en la obra ingente (más de 200 películas) de un actor memorable, pletórico en la critica social, la ironía política y el reflejo de la tragedia humana.
A las ordenes de la flor y nata de l cine español (José María Forqué, Pedro Lazaga, Carlos Saura, Jaime de Armiñán, Pedro Olea, Antonio Mercero, Manuel Gutiérrez Aragón, Mario Camus, Juan Antonio Bardem o Luis García Berlanga) el actor rodó piezas de oro de la cultura española, como reflejaba hoy El País, parte ya del patrimonio nacional. Es el caso de Plácido (una critica a la humillante caridad de la sociedad franquista), La gran familia (una deliciosa comedia costumbrista), El verdugo, Peppermint Frappé, Atraco a las tres, La prima Angélica o la trilogía de Patrimonio nacional.
La cima de su carrera, en el reconocimiento de su magisterio interpretativo llegaría justo en uno de los peores momentos, en calidad, del cine nacional. Los años setenta verían nacer La cabina, de Antonio Mercero, un desasosegante medio metraje que obtendría un Emmy en 1973, un hito para el cine español, o la genial “Viajes con mi tía”, una de las últimas obras George Cukor (1972), hoy injustamente olvidada, y que estuvo a punto de facilitar su salida camino de Hollywood. Pero España era su casa, y los de aquí lo suyos.
Premio Ricardo Calvo (1982), Espectador y Crítica (1982), Medalla de Oro al Mérito en la Bellas Artes, Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo, Goya de honor, Premio Nacional de Teatro Pepe Isbert …. Su obra, en forma de bocetos, diseños, carteles y figurines es visible en el Museo del Teatro nacional de Almagro. Un reconocimiento en vida de quien se sabia querido, porque era admirado.
De sus amores, sus hijos y sus enfermedades, no hablamos, porque los dioses lo las tienen, y en el cielo no se sufre. Esta tarde, mientras otros tienen el honor de decirle adiós, como a otros grandes, en las tablas del María Guerrero, yo me sentaré frente a uno de mis tesoros, una vieja copia en video de La Colmena, que me permitirá recordar en él a mi lejana y querida España.
Pronto, espero, otro José Luis, a buen seguro nos enseñará en su mundo de cine la magia de este cómico. Hasta entonces, da recuerdos en el cielo, que ya oigo los aplausos que te acogen.

2 comentarios:

José Luis dijo...

Estupendo semblante de alguien único e irrepetible del que podemos sentirnos muy orgullosos y que supo como pocos hacernos disfrutar bien fuera en la gran pantalla, ya fuera en la pequeña.

El guante que lanzas lo recogemos gustosos pero creo que tardaremos por mi estado de salud en hacer algo que al menos merezca la pena.

José Luis dijo...

Estupendo semblante de alguien único e irrepetible del que podemos sentirnos muy orgullosos y que supo como pocos hacernos disfrutar bien fuera en la gran pantalla, ya fuera en la pequeña.

El guante que lanzas lo recogemos gustosos pero creo que tardaremos por mi estado de salud en hacer algo que al menos merezca la pena.

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