No se con que intención, pero el diario El País rescata hoy, en primicia, la historia, injustamente tratada, del general cantabro Vicente Díaz de Villegas. Despachado por el gobierno español a la reserva, bajo la sospecha de blando y pusilánime, solamente por anteponer su honor y la vida de miles de personas a los absurdos dictados de la tecnocracia que domina cada rincón de este planeta.
Nacido en Santoña en 1948, D. Vicente Díaz de Villegas pasa por ser uno de los militares españoles más respetados y admirados, en lo profesional y lo moral. Caballero legionario y miembro de las COES, Díaz de Villegas lo mismo ha gestionado con prudencia y firmeza la difícil frontera de Melilla, que ha desplegado todo su talento y diplomacia en Kosovo que ha combatido en Afganistán, donde un helicóptero arrastró a la muerte a 12 de sus hombres, que se ha enfrentado al Iracundo ministro Trillo, cuando quiso utilizar a sus hombres como compañía de limpieza del Prestige, saltándose la cadena de mando. Hablamos pues de un hombre integro, fiel a sus principios, coherente, valiente y fiel a sus hombres y a su país.
Pero claro, la mayoría de los políticos de este país, y del otro y del de más allá, no tienen ni puta idea de nada. Y cuando no se dedican a espiarse y urdir tramas, están muy ocupados en robarnos abiertamente, especular con nuestros prados, tirar nuestras casas, honradamente compradas a la orilla del mar con su consentimiento, o discutir, frente a lujosas meses bien servidas, del sexo de los ángeles o, casi siempre, de los demonios.
Así que ese cubil de parásitos que llamamos ONU, y sus bien uniformados lacayos, caso del general británico Alan Doss, decidieron graciosamente, como si fuesen Errol Flyn en la carga del séptimo de caballería, entonar la muerte en Congo, que desde lejos la sangre no salpica, ordenando una misión ofensiva que, según los informes de Díaz de Villegas, solo podía conducir a un desastre.
Hace cuatro meses, Díaz de Villegas fue enviado al Congo, un avispero donde han muerto desde 1998 cinco millones de personas, la inmensa mayoría civiles, por el fuego cruzado entre decenas de grupos paramilitares, guerrillas y ejércitos regulares, armados, alentados, dirigidos o empujados por países miembros de la ONU, pero que, como los occidentales, tienen importantes intereses económicos en la zona.
A su llegada, y según consta en el informe que él redactó y que ahora se ha conocido, Díaz de Villegas constató las graves debilidades y carencias de la misión, en la que, según sus palabras, el mando sobre las tropas (17.000 hombres con limitado aprovisionamiento y sin armamento pesado ni cobertura aérea) no recaía en la misma persona que debía asumir responsabilidades y decisiones. Tampoco la disposición sobre el terreno, los recursos, las capacidades de información o el sistema de decisiones era correcta y todo se atenía, no ya a los reglamentos o al sentido común, sino a corazonadas e improvisaciones. Pero los políticos, los mismos que intentan pacificar a quienes ellos mismos arman, habían decidido, al margen de la realidad sobre el terreno, separar a las tropas gubernamentales de las guerrillas, y ante la incapacidad de aquellas para controlar la situación, lanzar un ataque con el mayor uso de fuerza posible contra los rebeldes. Díaz de Villegas recordó el resultado de tamañas insensateces en campañas precedentes, como la muerte de 8000 varones en Sbrenica, en plena guerra de los Balcanes, ante la mirada pasiva de un batallón holandés de cascos azules, o la carnicería desatada contra los marines en Mogadiscio en la operación ONUSOM II, que luego relatara Ridley Scout en Black Hawk. Según el general santoñes las tropas de la ONU solo estaban preparadas y dotadas para defenderse a si mismas, o como mucho proteger a la población civil en algunos cuarteles y ciudades de Congo. Pero si iniciaban una ofensiva como la exigida, y no eran capaces de ganarla con brevedad, la respuesta de las guerrillas del general Nkunda desataría una venganza sobre la población civil de proporciones desconocidas. Y si, ya sabemos que en condiciones extremas misoneros y cooperantes aguantan y no se rinden, pero tampoco sus decisiones tienen la trascendencia y la magnitud de las que toma un cuerpo de ejercito.
A los pocos días de emitir su informe, y con él ya dimitido, la guerrilla de Nkunda se lanzó al ataque, el ejercito congoleño se derrumbó, y los cascos azules, con pocos recursos no pudieron hacer nada. Miles de personas murieron y 250.000 congoleños debieron huir de sus casas.
"Todos los mandos militares deben hacerse a sí mismos dos preguntas: si una operación que entrañe riesgo, más allá de lo imprescindible, está justificada operativamente; y si soy capaz de vivir con el peso de estas bajas sobre mi conciencia". Así rezaba el preámbulo de su informe. Pero esa conciencia no esta a disposición de los gobernantes de traje y corbata. En España esas vidas ajenas apenas han importado, nadie ha reparado en ellas. No nos perturban 50 muertos de un cayuco en Canarias, que nos va a importar 10000 muertos en las selvas de los Grandes Lagos.
Estamos a la altura de febrero de 2009. ¿Nadie se ha preguntado que la MONUC, la operación para la pacificación del Congo, constituida al amparo de la resolución 1279, para hacer cumplir los acuerdos de paz de Lusaka, fue constituida hace 10 años, en 1999?. Y ahora, tras diez años de miembros de la ONU repartiendo armas y odios, la culpa es de Villegas. Soberbio.
Nuestro propio gobierno, sus propios compañeros de armas se han mostrado contrariados con él, dándole en muchos casos la espalda. ¿Por qué?. Pues porque su dimisión ha dejado en mal lugar a Moratinos, y ha cerrado la puerta a que otros generales sean nombrados a misiones internacionales. Pero claro, que se puede esperar de un ejercito de chichi nabo como el nuestro, que navega a la deriva entre un centro de formación profesional y una ONG, pasando por a veces ser un grupo de albañiles y otra una brigada contra incendios. España, un país lleno de complejos y frustraciones, que se avergüenza de su historia y de sus héroes, salvo que sean artistas y digan dos memeces, para empatar , en televisión, ha encontrado su purgatorio creando un ejercito dócil encargado de hacer todo aquello para lo que no es preciso ser militar. Que quizá sea más fácil quitar el ejército y aumentar la plantilla de protección civil. Pero esto es como todo, cuando alguien habla claro, te dice las verdades del barquero y te hace escuchar lo que no quieres oír, en lugar de reflexionar, le tapas la boca.
No solo creo que estamos obligados a rescatar y defender el honor y la valía de este hombre. Creo que, sacrificada su vida profesional por ser fiel a la verdad y a la vida de sus hombres, nuestra obligación es tomar nota de su actitud, y reflejarla en nuestras vidas. El poder no es infalible ni incontestable. No se legitima y controla solo cada cuatro años. No es un ente informe con poder superior a nuestras conciencias. No son más que servidores de nuestro bienestar, que deben anteponer a la ley y la obediencia lo que dicta el corazón en cada momento. Sobre todo si este pertenece a hombres como Díaz de Villegas.
Nacido en Santoña en 1948, D. Vicente Díaz de Villegas pasa por ser uno de los militares españoles más respetados y admirados, en lo profesional y lo moral. Caballero legionario y miembro de las COES, Díaz de Villegas lo mismo ha gestionado con prudencia y firmeza la difícil frontera de Melilla, que ha desplegado todo su talento y diplomacia en Kosovo que ha combatido en Afganistán, donde un helicóptero arrastró a la muerte a 12 de sus hombres, que se ha enfrentado al Iracundo ministro Trillo, cuando quiso utilizar a sus hombres como compañía de limpieza del Prestige, saltándose la cadena de mando. Hablamos pues de un hombre integro, fiel a sus principios, coherente, valiente y fiel a sus hombres y a su país.
Pero claro, la mayoría de los políticos de este país, y del otro y del de más allá, no tienen ni puta idea de nada. Y cuando no se dedican a espiarse y urdir tramas, están muy ocupados en robarnos abiertamente, especular con nuestros prados, tirar nuestras casas, honradamente compradas a la orilla del mar con su consentimiento, o discutir, frente a lujosas meses bien servidas, del sexo de los ángeles o, casi siempre, de los demonios.
Así que ese cubil de parásitos que llamamos ONU, y sus bien uniformados lacayos, caso del general británico Alan Doss, decidieron graciosamente, como si fuesen Errol Flyn en la carga del séptimo de caballería, entonar la muerte en Congo, que desde lejos la sangre no salpica, ordenando una misión ofensiva que, según los informes de Díaz de Villegas, solo podía conducir a un desastre.
Hace cuatro meses, Díaz de Villegas fue enviado al Congo, un avispero donde han muerto desde 1998 cinco millones de personas, la inmensa mayoría civiles, por el fuego cruzado entre decenas de grupos paramilitares, guerrillas y ejércitos regulares, armados, alentados, dirigidos o empujados por países miembros de la ONU, pero que, como los occidentales, tienen importantes intereses económicos en la zona.
A su llegada, y según consta en el informe que él redactó y que ahora se ha conocido, Díaz de Villegas constató las graves debilidades y carencias de la misión, en la que, según sus palabras, el mando sobre las tropas (17.000 hombres con limitado aprovisionamiento y sin armamento pesado ni cobertura aérea) no recaía en la misma persona que debía asumir responsabilidades y decisiones. Tampoco la disposición sobre el terreno, los recursos, las capacidades de información o el sistema de decisiones era correcta y todo se atenía, no ya a los reglamentos o al sentido común, sino a corazonadas e improvisaciones. Pero los políticos, los mismos que intentan pacificar a quienes ellos mismos arman, habían decidido, al margen de la realidad sobre el terreno, separar a las tropas gubernamentales de las guerrillas, y ante la incapacidad de aquellas para controlar la situación, lanzar un ataque con el mayor uso de fuerza posible contra los rebeldes. Díaz de Villegas recordó el resultado de tamañas insensateces en campañas precedentes, como la muerte de 8000 varones en Sbrenica, en plena guerra de los Balcanes, ante la mirada pasiva de un batallón holandés de cascos azules, o la carnicería desatada contra los marines en Mogadiscio en la operación ONUSOM II, que luego relatara Ridley Scout en Black Hawk. Según el general santoñes las tropas de la ONU solo estaban preparadas y dotadas para defenderse a si mismas, o como mucho proteger a la población civil en algunos cuarteles y ciudades de Congo. Pero si iniciaban una ofensiva como la exigida, y no eran capaces de ganarla con brevedad, la respuesta de las guerrillas del general Nkunda desataría una venganza sobre la población civil de proporciones desconocidas. Y si, ya sabemos que en condiciones extremas misoneros y cooperantes aguantan y no se rinden, pero tampoco sus decisiones tienen la trascendencia y la magnitud de las que toma un cuerpo de ejercito.
A los pocos días de emitir su informe, y con él ya dimitido, la guerrilla de Nkunda se lanzó al ataque, el ejercito congoleño se derrumbó, y los cascos azules, con pocos recursos no pudieron hacer nada. Miles de personas murieron y 250.000 congoleños debieron huir de sus casas.
"Todos los mandos militares deben hacerse a sí mismos dos preguntas: si una operación que entrañe riesgo, más allá de lo imprescindible, está justificada operativamente; y si soy capaz de vivir con el peso de estas bajas sobre mi conciencia". Así rezaba el preámbulo de su informe. Pero esa conciencia no esta a disposición de los gobernantes de traje y corbata. En España esas vidas ajenas apenas han importado, nadie ha reparado en ellas. No nos perturban 50 muertos de un cayuco en Canarias, que nos va a importar 10000 muertos en las selvas de los Grandes Lagos.
Estamos a la altura de febrero de 2009. ¿Nadie se ha preguntado que la MONUC, la operación para la pacificación del Congo, constituida al amparo de la resolución 1279, para hacer cumplir los acuerdos de paz de Lusaka, fue constituida hace 10 años, en 1999?. Y ahora, tras diez años de miembros de la ONU repartiendo armas y odios, la culpa es de Villegas. Soberbio.
Nuestro propio gobierno, sus propios compañeros de armas se han mostrado contrariados con él, dándole en muchos casos la espalda. ¿Por qué?. Pues porque su dimisión ha dejado en mal lugar a Moratinos, y ha cerrado la puerta a que otros generales sean nombrados a misiones internacionales. Pero claro, que se puede esperar de un ejercito de chichi nabo como el nuestro, que navega a la deriva entre un centro de formación profesional y una ONG, pasando por a veces ser un grupo de albañiles y otra una brigada contra incendios. España, un país lleno de complejos y frustraciones, que se avergüenza de su historia y de sus héroes, salvo que sean artistas y digan dos memeces, para empatar , en televisión, ha encontrado su purgatorio creando un ejercito dócil encargado de hacer todo aquello para lo que no es preciso ser militar. Que quizá sea más fácil quitar el ejército y aumentar la plantilla de protección civil. Pero esto es como todo, cuando alguien habla claro, te dice las verdades del barquero y te hace escuchar lo que no quieres oír, en lugar de reflexionar, le tapas la boca.
No solo creo que estamos obligados a rescatar y defender el honor y la valía de este hombre. Creo que, sacrificada su vida profesional por ser fiel a la verdad y a la vida de sus hombres, nuestra obligación es tomar nota de su actitud, y reflejarla en nuestras vidas. El poder no es infalible ni incontestable. No se legitima y controla solo cada cuatro años. No es un ente informe con poder superior a nuestras conciencias. No son más que servidores de nuestro bienestar, que deben anteponer a la ley y la obediencia lo que dicta el corazón en cada momento. Sobre todo si este pertenece a hombres como Díaz de Villegas.
1 comentario:
Llevo ya un tiempo leyendo lo que escribes Zina y creo que no es una valoracion personal si digo que cada vez mejoras mas a la hora de escribir. Sigue asi que este pais necesita mas jovenes escritores y menos futbolistas y gran hermanos.
Publicar un comentario