lunes, 13 de octubre de 2008

Arde Maquiavelo


A Nicolás Maquiavelo le debemos los humanos, sin duda, una de las mayores distorsiones de nuestra vida en común. Este ingenioso y culto político describió, como nadie, los entresijos del poder ya en el siglo XV. Un poder que va por libre, que tiene su propia dinámica, su propia lógica, sus propios intereses y solo una cosa común con el pueblo, le necesita de vez en cuando, para, vía papeleta, justificar que hace ahí encaramado, en lo alto de eso que llamamos cosa publica, y que hay veces que es lo más particular que uno puede imaginarse. Sin duda, una de las grandes invenciones de este sujeto vino a ser la razón de estado.
Una suerte de principio dogmático por el cual los individuos, sus cuitas y problemas son secundarios, ante los de un ente supremo, llamémosle estado, interés general, o esencia global de grupo humano. En virtud de ese ente superior, cualquier acción se justifica, y cualquier omisión se perdona. He recordado esta enseñanza de mi profesor de filosofía, cuando esta semana el humo de Tetuán nos hizo ver a todos en Santander lo frágiles que somos, cuando el estado, en cualquiera de sus instituciones, esta por medio.
A nadie se le escapa que los ayuntamientos, el Madrid de Gallardon, la Zaragoza de Belloch o el Santander de Serna, realizan grandes inversiones en sus ciudades, crean infraestructuras, embellecen sus calles y lugares públicos y desarrollan muchas actividades. Pero en todos los casos, siguiendo una teoría de la cebolla, por la que la ciudad a la que atienden no es más que la capa exterior, dejando al albur de los gusanos su corazón, ese sitio interior, recóndito pero vivo donde, curiosamente, yace (nunca mejor dicho) el corazón y la semilla de la ciudad. Que bonito es entrar en Santander por la S20 y degustar el magno parque de las Llamas. Que bonito pasear por el Sardinero o la Alameda. Que hermosa será Santander cuando se remodele su fachada marítima. Y que triste ese corazón enfermo de cabildos y barrios dejados a su suerte. Pero claro, la razón de estado manda. Es preciso potenciar el lado cartón piedra de la urbe, para que cuando mister Marshall venga deje el dinero. ¿Y tras el decorado que?.
Yo no he reparado en el hecho de que tras la primera explosión en la casa de Fernandito solo quedara un municipal a verlas venir. Lo que me llama la atención es que zonas enteras tan antiguas, y después de la dramática experiencia del cabildo de arriba, no tengan preparado, controlado y evaluado un plan de prevención y protección. Barrios tan viejos, tan de madera, tan de difícil acceso, tan peculiares. ¿Nadie reviso que al acometer la obra que allí se sufre por los vecinos, las bocas de riego estaban como estaban?. Nadie ha caído en esta ciudad que no es igual revisar una instalación de gas en una casa de nueva construcción que en un barrio viejo de casas de madera?. ¿Nadie?. Yo, quizá este equivocada, pero no creo que el incendio de Tetuan sea el resultado de una negligencia puntual, de un error concreto, sino de un planteamiento equivocado y consciente que convierte a nuestras ciudades en escaparates, en productos de consumo para el visitante, no para el residente. El esfuerzo de los gobiernos se centra a menudo en potenciar aquello que atrae al forastero, que proyecta una imagen del ente que es la ciudad, un lugar a donde ir, para luego salir, hacia los lugares dormitorio de Alisal, Bezana o donde sea. Pero mi ciudad no es eso. Mi ciudad es más que Paseo Pereda y Sardinero. Yo no vivo en una postal, vivo como miles de santanderinos en un hogar que precisa cuidados, protección, mimo, vida común y una mirada permanente hacia dentro, incluso hacia lo oculto y que solo ve quien vive en ello. O imponemos al gobierno municipal, este o cualquier otro que venga, un nuevo modelo de vida urbana o Maquiavelo arderá aun más, y abrazado a nosotros.

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