martes, 19 de enero de 2016

La batalla de los dioses



En un tiempo tan convulso, con tantas incógnitas y problemas encima de la mesa, la cultura y la fe no se podían quedar como meras espectadoras, debía participar, activamente, con intensidad, poniendo encima de la mesa más follón.
El debate arrancó este verano de la mano de Raquel Maestre, recién elegida concejal en las listas de Ahora Madrid, y llamada a ser portavoz del equipo municipal y encargada de relaciones con el pleno. Un puesto importante cuya actuación exige al que la ostenta empatía, dialogo y ausencia de prejuicios. En resumen, no ser Rafael Hernando.


Pasados los meses y abierto el melón por la consejala, estos días se barrunta en la universidad madrileña un nuevo espectáculo. Espectáculo, en este caso, que tiene su origen hace cuatro años, cuando alumnos de la UCM, en la que algunos de sus alumnos, pertenecientes a las asociaciones “contrapoder” (una asociación de acción política revolucionaria) y RTQR (que agrupa a un colectivo de gays, lesbianas y transexuales), desarrollaron una “performance” reivindicativa en el seno de las jornadas “Redefiniendo el feminismo”, que se habían organizado en la facultad de políticas.
El acto reivindicativo, en el más puro estilo cañí, y en una explosiva mezcla entre la decadencia de “Torrente”, y el desmadre onírico de “Balada triste de trompeta”, consistía en irrumpir en una capilla de la Universidad Complutense, en mitad de un acto religioso, ponerse en topless en el altar, hacerse cariños y reivindicar el uso de las bolas chinas. No seré yo quien ponga en duda la conveniencia y salubridad de exponer las glándulas mamarias al aire salvífico de un templo, ni la idoneidad gozosa de las bolas chinas. Pero, que se yo, abordar un tema tan esencial como el laicismo de las instituciones públicas, de una forma tan “poco sutil” se me hace un poco irreverente. No con la iglesia, ni con los feligreses presentes, si no con la universidad.

Igual es cosa mía, que ya estoy un poco desfasada, pero algunos hemos alimentado en lo profundo de nuestro ser, la imagen idílica de una institución universitaria convertida en templo (no lo digo por las capillas) de la racionalidad, la reflexión, la cultura, el librepensamiento, la conciencia social, la tolerancia y el respeto. Y no me parece que joder al prójimo en mitad de un rezo case bien con esos principios. Y todo lo demás me da igual. Me da igual que fueran católicos, judíos, chiies o sintoístas. Que sea un acto litúrgico o una jornada de reflexión agnóstica. Que la gente estuviera de rodillas rezando, o fornicando como locos encima de una librería. Era un grupo de ciudadanos ejerciendo su derecho al libre pensamiento y la libertad de creencias, que no realizaban con ello ningún agravio ni ofensa al resto de la comunidad. Y alguien, en supuesta defensa de otros principios (muy respetables y que comparto) cometió el desatino de violar su intimidad, violentando sus creencias, humillándoles de igual forma a como lo hicieron otros europeos en las sinagogas judías, o la inquisición española en las improvisadas mezquitas clandestinas de los moriscos granadinos. Me da igual el ejemplo.
Establecemos en ocasiones anomalías inexplicables en nuestra forma de entender lo que nos rodea, otorgando a los hechos valores e importancias dispares, no en función de circunstancia alguna, sino de los prejuicios personales con los que afrontamos los hechos y las ideas.

Omitamos el hecho de que es un espacio para el culto católico, digamos que es una agrupación dedicada a rememorar los días del emperador Agripa, mediante el culto de las vestales. Nadie diría nada. Pero la cruz en las paredes en este país (y por motivos históricos que la Iglesia ha labrado con mimo) ya condiciona a algunos.
Otra cuestión es que (según el tribunal de Estrasburgo)  debatamos la conveniencia de que grupos organizados de una confesión determinada posean locales y libertad para sus prácticas o su proselitismo. Pero habremos de convenir que la religión no es el único criterio de pensamiento y agrupamiento de los jóvenes o del resto de ciudadanos. Estos se agrupan y disponen de medios para expresar sus creencias políticas, sexuales o literarias, ¿por que no religiosas?. En este caso, el religioso, la presencia de grupos de católicos organizados en las universidades no ha provocado ningún problema al desarrollo de las tareas intelectuales y morales de la Universidad. Porque si lo hiciera ya saben donde está la puerta.




Es más, las doce universidades españolas que poseen capillas y centros de oración en España, ni han sufrido convulsiones cuando se ha iniciado el cierre de algunas (La facultad de Historia y Geografía de la Complutense decidió libremente cerrar la suya), ni cuando algunos oratorios, con buen criterio de igualdad y respeto, han ampliado sus funciones para servir a otras confesiones (La facultad de comunicación de la Complutense tiene desde hace tiempo un espacio multiconfesional).
Es más, grupos musulmanes ha reclamado espacios propios en los centros de enseñanza públicos, habiendo abierto ya su primer oratorio en un instituto de Ceuta.
En esa línea, es conocida la posición de la justicia alemana, que tras las reclamaciones, en 2008, de los alumnos musulmanes del instituto Diesterweg, en el barrio berlinés de Wedding, instó a las autoridades educativas a abrir oratorios en los institutos alemanes.
Los miles de jóvenes que pueblan la universidad española tenemos necesidades más allá de las estrictamente académicas, en esa amplia parte de vida que desarrollamos en los campus. Y eso, en el terreno del asociacionismo, la cultura, la política o las creencias, es algo que no podemos obviar. Vigilar y controlar si los valores comunes lo requiere si, pero negar es absurdo.
Otra cuestión es nuestra opinión sobre los valores morales de las confesiones y de las creencias (que no es lo mismo), y que critiquemos la doble moral de quien se llena la boca de Dios, mientras masacra palestinos, lapida mujeres y homosexuales o amasa billetes de quinientos euros en un convento. Pero ello no es óbice para respetar la libertad religiosa de un universitario. Si para hacerle ver la realidad, y fomentar un ideal de librepensamiento, compromiso y capacidad crítica. Y si eso no bastase y fuera claro que se ponen en riesgo los valores comunes, o las conquistas colectivas, hay otros cauces, hay otros medios adecuados para defender nuestra identidad como sociedad, la cual es laica, que no son los mismos que denunciamos. Pero la humillación del otros y el lenguaje violento y con espumarajos nos desacredita y, aun peor, arriesga nuestros ideales de un mundo más limpio y justo.

Con todo, el debate no parece estar es estos aspectos, si no en el resultado de aquellos hechos en el futuro de Rita Maestre. Esta mujer y el lila de Zapata y todos los demás miembros de las candidaturas elegidas en estas elecciones tienen pasado y, cuando uno es joven, normalmente es turbulento. Eso no es un criterio para descalificar a priori la labor de gestión. Ahora bien, aun cuando el compromiso es loable y la vehemencia juvenil disculpable, hemos de reconocer que los actos que cometemos son una muestra de cómo somos y de lo que pensamos. Aun más, son un reflejo relevante pues son actos impulsivos que nos muestran como somos, sin artificios ni autocontroles, ni postureos. Hay actos peores, y estos años no han ofrecido un amplio muestrario, pero estos que hoy aire la prensa (no sabemos con que torbas intenciones) no son dignos de ser aplaudidos y sus dueños no deberían arriesgar  los fines de sus organizaciones ni la ilusión colectiva, por un terco empecinamiento en defenderlos.

Con todo, si nos queda en este mundo una esperanza, esa es la razón y la libertad. Y si estas encuentran aun refugio es en nuestra universidad. No las echemos también de aquí.



Imagen eldiario.es

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