domingo, 6 de mayo de 2007

De arboles, bosques y mentiras


“Yo no entro en batallas de barones, marquesas y faraones”. Esta frase tan lírica de Rafael Simancas, define con lucidez (ha sido casualidad) la situación que vivimos los madrileños, a cuenta de la remodelación del eje Prado-Recoletos, un enmarañado bosque que no permite ver el árbol de la mentira y la guerra sucia política, del que vivimos colgados en esta ciudad.
Es cierto que hablamos de una obra de gran trascendencia para la ciudad, que afecta a una de las zonas más significativas de la cara pública de la capital. Una obra de calado, que afecta no solo a la vida de miles de madrileños, y a la vida de decenas de árboles, sino al futuro de la ciudad, que depende en buena medida de sus atractivos turísticos. Es cierto, que al margen de la necesaria planificación y previsión de los problemas de comunicación que una urbe en crecimiento sufre, el fondo de la cuestión radica en que, queramos o no, la larga línea urbana que desde Colon atraviesa Madrid hasta el final del Prado, esta rancia y vieja. Es un Boulevard precioso, pero según que horas, inseguro, inapropiado para personas con dificultades de accesibilidad y con tendencia a la suciedad y al aspecto cutre. Algo poco apropiado para la imagen de la capital del reino. Madrid ya no es el poblachon manchego del siglo pasado, es una capital europea, lo que implica unos servicios de calidad para residentes y visitantes.
Pero tampoco olvidemos, que bajo el asfalto de Recoletos, un autentico río de mentiras y traiciones discurre a velocidad de vértigo. De un lado, el posicionamiento de la presidenta de la comunidad (según la baronesa), a favor de las tesis del museo, y, por tanto, en contra del alcalde, no es ya un rasgo de cainismo político, al que tan acostumbrados nos tienen los populares, sino una escena de porno duro. Aunque también es cierto, diremos a favor de Dª Esperanza, que entre Alberto y Magdalena, la tienen desquiciada. De otro, la pertinaz evacuación de consultas y las reverencias del alcalde a la voluntad de la aristócrata, no casan con el desprecio que a la opinión de los vecinos de otros barrios muestra el inquilino de la Casa de La Villa. Como tampoco resulta comprensible que la baronesa, y el inefable Manuel Cobo, se acusen mutuamente de no haber recibido sus envíos de planos, sugerencias, perfiles y diseños, salidos de sus despachos en noviembre pasado, y nunca recibidos en destino. Y lo que ya resulta mas propio de una película de Berlanga, o de un acto teatral de Jardiel Poncela, es el que el alcalde se escude en su incapacidad para controlar los arrebatos del arquitecto Álvaro Siza, al que, curiosamente, ahora Tita hace responsable de las irresponsabilidades de Gallardon, preso de voluntad del maleficio de Siza y Hernandez de León, los merlines cunqueirianos de esta historia.
Por empezar, y aquí tiene razón la baronesa, no entra en los parámetros de la lógica, que una carretera de tráfico denso pase junto a un museo. Pero es que en la actualidad pasan dos, y junto a dos museos, y eso ya lo sabía ella cuando se decidió instalar la colección en ese lugar. Y es que entre el boulevard del que hablamos y la fachada del Thyssen dos carriles de alta densidad someten al palacio de Vistahermosa a un traqueteo insufrible, y a una humareda insana durante 365 días al año. Eso es así, y aunque la baronesa y sus acólitos no lo reconozcan, una mísera acera, sucia y embarandillada y un muro carcelario separan al museo del torrente de vehículos. Toda la zona, de una belleza espectacular, sufre desde hace décadas un abandono y una degradación, de la que los madrileños deberíamos sentirnos avergonzados. Pero, aun asumiendo que la remodelación es inevitable, y que los planes de reordenación del tráfico y reurbanización son inaplazables, lo del alcalde no tiene nombre. Su tendencia a actuar sin contar con nadie, a omitir datos, a obrar sin consultas y sin publicidad, a ejecutar a lo grande sin mirar alternativas ni mostrar sensibilidad hacia la vida de los madrileños se ha hecho ya proverbial. La tala de árboles y el desmantelamiento de zonas verdes en la ciudad es ya parte de nuestra leyenda. No vamos a recordar aquí las actuaciones, por llamarlo de alguna manera, en la casa de Campo, el abandono del Retiro o la destrucción en el eje de la N-II o en la Sierra madrileña. Y nadie se ha escandalizado. Un paseo por la castellana, o por los antiguos depósitos del canal de Isabel II, donde un magno ¿museo?, ha convertido la zona de Plaza de Castilla en un rescoldo verde corrobora esta afirmación. ¿Qué tiene de distinto Recoletos?. Tiene que demuestra claramente que Madrid carece de un plan razonable, al menos conocido, de ordenación del tráfico a 30 años vista. De hecho ahora conocemos que desde hace años hay tres planes para la zona, entre los cuales se incluye la barbaridad de un túnel subterráneo junto al Museo. Tiene que la democratización urbanística no ha llegado a nuestro municipio aun, y como muestra la incumplida promesa de mostrar en agosto de 2006, el plan de reordenación urbana del eje Prado-Recoletos, y concretamente en una exposición en Correos. Tiene que demuestra que se sigue soslayando un hecho que Madrid deberá acometer quiera o no, la semi peatonalización de su área histórica y turística. Y tiene, sobre todo, un olor nauseabundo a batalla política. Falta poco para las elecciones, y la lucha por el poder en el seno del PP no esta aparcada desde que Gallardon se retiró de la lucha por la ejecutiva a través de su fiel Cobo. De hecho, el que Simancas ejerza de irónico, pero no intervenga, que deje que la sangre debilite al rival, es todo un síntoma de que el PSOE prefiere la ventaja a mojarse por el bienestar de los ciudadanos. ¿Y que pinta aquí la baronesa?. Ella descarta que aproveche la situación para renegociar la custodia de la colección (recordemos que una parte importante de los fondos del Thyssen no son del estado, ni están cedidos, sino que son de la baronesa). Probablemente tenga razón. Pero mucho de despecho por el trato recibido (o por no haber recibido trato, especialmente de la Casa Real), y de sondeo del mercado electoral si que hay. Resulta en cualquier caso triste comprobar como la vida de varios millones de ciudadanos vale menos que las rencillas y el juego de ambiciones entre dos dirigentes políticos. Tampoco seria tanto pedir que en lugar de contar tantas mentiras y ocultar tantas verdades, callaran, no hablaran por nosotros y no se escudaran detrás de unos cientos de árboles y unos miles de madrileños, que entre la curiosidad y la buena fe acuden a los mítines de la aristocracia. No habléis por nosotros, con que cumpláis el trabajo por el que cobráis nos conformamos. Y mientras, la oposición viéndolas venir.

1 comentario:

Enrique Gallud Jardiel dijo...

Gracias por la inclusión de la cita de mi abuelo. Además, me solidarizo por completo con lo que ueste expone.
Un saludo.

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