domingo, 15 de abril de 2007

Semana Santa en Entrevías



No son buenos tiempos para procesiones y muestras externas de fervor y pasión. Son tiempos acaso más propicios para el disfrute y el hedonismo, para la autocomplacencia y el descarado ensimismamiento, ese que nos aleja a cada paso de los demás.

Es cierto que procesiones y demás rituales propios de la estación se encuentran en claro ascenso, hasta provocar el sonrojante y encendido enfrentamiento entre quienes, por más que se escudan en las tradiciones e irracionales miradas al pasado, niegan al acceso a estas muestras religioso-culturales-festivas a grupos como las mujeres o los inmigrantes, y los que soplan libertad en este mundo de la fe.
Pero las procesiones de hoy, son otra cosa. Bajo el barniz del sentimiento y la fe, esta la cultura. Aséptica y laica, el arte y el reclamo turístico, forjador de un negocio que cae como mana en cada región española. Ahora de la mano del sol, ahora de una carrera de coches, ahora de una ristra de capirotes. Y llegara el día que se contraten extras, como ahora de contratan costaleros, en algunas ciudades. Y es que el sufrimiento, la muerte, el bien encarnado y lacerado, choca con una sociedad educada por la publicidad y la educación en el positivismo infantil e inconsciente, en los cuerpos Danone y las caras limpias y desgranadas. Y si uno no cumple esos cánones, pues nada, a la tele, que te lo arreglan gratis, a cambio de un poco de share, y un mucho de vergüenza ajena. Porque si de verdad viviéramos y entendiéramos la pasión de Cristo, mas haríamos para reducir las colas que cada día se montan frente a los comedores de caritas. Mas haríamos para ayudar a Dios a clausurar tanta guerra que nos desangra, y más tesón pondríamos para, con una sonrisa en la boca y una cruz bien grande en la frente, demostrar que somos cristianos, ante tanta infamia y tanta ominosidad como a cada instante topamos.
Y que conste, que hoy no vengo a hablar ni de José Luís, ni de Candido, ni de Alfredo, ni de Joan, ni de Mariano, ni siquiera de Federico. Así que veremos estos días las calles llenas, y las iglesias medio vacías. Las procesiones repletas, entre un alud de flhases, y los silencios hermosos de las oraciones, aun más mudos, por mas que las bocas no los elevaran a Dios pidiendo por esta tierra que se muere de sed de justicia, mientras en medio de tanta casa rural y tanto resort, los hospitales seguirán llenos, las cárceles repletas, las cunetas con cadáveres, y las calles vascas con miedos.





Un Dios raro el nuestro, que presencio impasible el horroroso tormento de su hijo mayor, para salvar a esta prole de putativos en que nos hemos convertido, y que andado el tiempo debe presenciar como su pueblo siembra el horror humano tras cada esquina o dinamita su propia casa. Porque en los días, en que un bello madero nos enseña el camino de la libertad, en nuestra propia casa deberemos seguir oyendo el ruido de sables y el desconcierto de quienes deben ejemplificar nuestros pasos. Calle ante la reprimenda del Papa al teólogo de los pobres Jon Sobrino. Pero en estos días en que, aun mas que a diario, Dios nos pide un compromiso con el perdón, la beligerancia a favor de la justicia, y la entrega a los mas desfavorecidos, no puedo aceptar de buen grado la situación de la parroquia de Entrevias en Madrid. Por más que en primera persona la conozco. En medio de la afrenta que suponen hechos como el final de Endesa o el principio de la nueva HB, el arzobispado de Madrid, a instancias de Roma, decide cerrar una parroquia de la capital, una casa de Dios, donde reciben acogida y esperanza muchos marginados, por los hombres, que no por el señor. Y hablo de la parroquia de San Carlos Borromeo, en el barrio madrileño-vallecano de Entrevías. Una decisión tan escandalosa y desconcertante que ha llevado a sus tres sacerdotes, y a sus feligreses, a asumir el gravísimo acto de desobediencia de negarse al cierre y disolución de esta comunidad cristiana, según ha ordenado monseñor Antonio Rouco Varela.
El motivo de esta decisión no es otro que haberse atrevido a extender el mensaje evangélico en estado puro. O dicho de otro modo, anteponer el amor al prójimo y la lucha pasional por la justicia, bajo el sentido de Cristo, a los formalismos litúrgicos. Es cierto, los curas de Entrevias no son oyentes de la COPE, no han ido a ninguna manifestación de los sábados y no llevan sotana. Pero han sembrado esperanza, han atraído al mensaje de Cristo a decenas de jóvenes, han luchado contra la droga, han fomentado la educación, han sacado a mujeres de las sombras de la calle y han mostrado a Dios a muchos corazones de ese pozo que es el Madrid que queda mas allá de la calle Serrano y los túneles de la M30.

Ajeno al poder la jerarquía eclesiástica y critico con el poder político, de la casa de la Villa o de la Moncloa, la Semana de Pasión, ha sacado a la luz “un cristianismo muy vivo y muy comprometido con el mensaje de Cristo, mensaje de amor, de tolerancia, de misericordia, un cristianismo con el que somos muchos los que comulgamos”, como recientemente ha expuesto Pedro Calvo Hernando. Son días de playa y caravana, días de procesiones turísticas y religión de cartón piedra, Pero entre tanto ruido, Dios sigue vivo y muchos le esperamos, con el corazón abierto, y la mirada en Entrevias.

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