lunes, 2 de abril de 2012

La amenaza fantasma



Entre los olivos del Ática griega, en las colinas que dominan Atenas, vivió, en tiempos antiguos, un artero bandido llamado Procusto.

Su despiadado odio por cuanto difería de lo que el había dado en considerar modelo le conducía a actuar de forma despiadada y irracional contra todo lo que era distinto, acaso como resultado de su propia inseguridad.
El caso es que Procusto, también llamado Dámastes, vivía junto a su amada en una yerma posada, en el lomo de una colina. Cuando un visitante solitario se acercaba a sus predios, el torvo posadero lo seducía con su amable verbo y sus gestos elegantes, invitándole a reposar sus cansados huesos, tumbado desnudo sobre un catre de hierro. Si el incauto huésped resultaba alto, Procusto reducía la cama previamente y procedía a serrar sus huesos hasta acomodarlos al lecho. Si por el contrario, su altura no satisfacía los ideales de nuestro anfitrión le hacia tumbar en una cama más larga, dejando así en evidencia su corta altura, en la que le maniataba y descoyuntaba a martillazos hasta estirarle. El caso es que a la mirada de Procusto, nada ni nadie resultaba nunca coincidente con sus ideales, pues nuestro protagonista manipulaba la cama a voluntad, antes de la llegada de sus victimas.
Las andanzas de Procusto, y su miserable actitud rindieron cuentas a la historia, cuando el héroe Teseo, decidido a imponer justicia y sensatez en aquel reino, se dejo seducir por el malvado, y al entrar en la posada, y tras una brillante maniobra, logro atar a Dámastes, cortándole a continuación la cabeza y los pies a hachazos. Dicen que fue la última aventura de Teseo, que en viaje desde Trecen a Atenas, decidió desviar su ruta a fin de liberar a los hombres.
La historia refleja tan certeramente los mecanismos más elementales del comportamiento humano, que hace treinta años, George Lucas, el autor de uno de los tratados más veraces y profundos sobre el alma humana y sus pasiones (la guerra de las galaxias), tomaría a Procusto como fiel molde de la manipulación, la intolerancia y el desorden, que reflejaba su emperador sith, la amenaza fantasma sobre la humanidad. Hoy Procusto ha vuelto, ha regresado de los lejanos planetas del imperio sith, y se acerca a Ferraz.

Muchas veces le he dado vueltas a una frase de un amigo, que suele decir, incluso a los alumnos que le quieren escuchar, que no tiene claro si la escuela española no será, en el fondo, como el lecho de Procusto, en el que, en lugar de acomodar las enseñanzas (eso que pomposamente llaman el currículo) a los alumnos, se acomoda a las personas a un currículum único y homogeneizador. Ese ataque tan frontal a la concepción más elemental de la diversidad en la enseñanza (¿se han fijado que nunca un médico atiende a 25 pacientes a la vez, y a todos por igual, y si lo debe hacer un maestro?), es más patente aun, si cabe, en el mundo de la política. Pero con un añadido, el del engaño.

Desde su llegada al poder, José Luís Rodríguez Zapatero, el actual presidente español, actuó sin sonrojo bajo la máxima de atender a cada uno según sus necesidades y convertir a España en un ente colaborativo, no en el escenario de una competición, pues, son sus palabras, “¿Sería justo organizar una carrera en la que participase un cojo, un enfermo con tendinitis en el quinto metatarsiano, un atleta, un corredor con una bola de hierro atada al pie, otro con el pie sujeto a una estaca…? Sería una grave injusticia comparar los resultados y atribuirlos al mérito exclusivo del esfuerzo de cada uno.” Las palabras no son suyas, pero él las pronuncio, sin cortarse un pelo, en un mitin en Bilbao, antes de las últimas elecciones.

El problema es que esa filosofía ha estado empañada en los últimos años por la carencia total de medios para llevarla a cabo, de personas y cuadros con preparación para aplicarla (Solbes, Magdalena, Aido, Trujillo, Guindos, Mendez de Vigo), de un plan estratégico que colocara cada pieza en el lugar adecuado para alcanzar objetivos comunes y a largo plazo y , sobre todo, con una voluntad de engaño, palpable en cada día de estos seis perdidos años para la historia española y una tendencia feroz a serrar los huesos del que opina en contra del poder.

Arrancábamos aquel periodo con una situación pintoresca. Todo el arco parlamentario era gobierno y un partido era oposición. Fue el primer motor de la era de Rodríguez, el aislamiento y aniquilamiento del enemigo. Una máxima luego visible con vascos y catalanes. A medida que la partida avanzaba, quien no está con el gobierno está contra él. 

Es justo reconocer en este sentido, la increíble habilidad del presidente para enzarzar a sus enemigos, aislarlos, y volcar a sus huestes contra ellos, azuzadas por energías que parecían olvidadas. Así, hemos visto estos años como se rescataba del imaginario común la amenaza de la iglesia, el golpismo, la guerra civil, Aznar, el papel de los nacionalismos en la republica, esta misma o el aborto. Y según los tiempos políticos lo demandaban, Blanco, de la Vega o Pajin, los pretorianos del líder manejaban estos o aquellos como convenía, a fin de que el país, tanto mirar a los lados, no mirara lo que se le venia de frente.

Cuando ya estabamos, hace 10 años, en plena sospecha de la crisis que se nos venia encima, el gobierno decidió no asumir el reto de afrontar profundas reformas en la base organizativa de la sociedad española (reformas estructurales se llama), en aspectos tales como la educación profesional y universitaria, el bachillerato, el sistema aeroportuario, la fiscalidad de los autónomos, las líneas de crédito, la gestión del suelo, la contratación de inmigrantes, la energía nuclear, la investigación básica o la política de aguas, por citar algo.
No, no se tocó, porque no había crisis, admitirla era atacar el ego del presidente, más pendiente de gestos como hacer ministerios inservibles (Aido).
Todo quedó en una ronda aireada con todas las autonomías sobre el nuevo sistema de financiación que, curiosamente, acabó con el aplauso unánime de los citados, enamorados de la capacidad de atención a la diversidad del presidente. Algo impensable si tenemos en cuenta que los recursos son limitados, que la vida se basa en elegir y que en aquella ronda todo el mundo obtuvo lo que quiso. Hoy, diez años después el nuevo sistema es repudiado por todos.
Un problema menor, comparado con que la minorías nacionalistas se han visto engañadas tras el incumplimiento de las promesas de todo tipo hechas por Zp y Mariano, y la perdida de sus cuotas de poder, a medida que la legislatura avanzaba. Hasta el punto de que los dos grandes partidos nacionalistas, piezas clave en la transición política, en el caso catalán con mucha responsabilidad, se encuentran ninguneados por el gobierno y con un cabreo encima que nos va a costar muy caro.
 Un error estratégico monumental que puede dejar paralizado al país, ante la falta de mayorías (como estamos viendo) y mutilarle.

¿Y que hace un gobierno cuando el país entra la senda del hundimiento del empleo, la renta, la paz social y la estabilidad política?. Pues enseñar a la gente un trapo rojo, como a un toro despistado en mitad de la calle de la Estafeta, para que siga al pastor hasta la plaza, y allí degollarle.
Primero el trapo fue el PP. No vamos a negar que se lo gana a pulso. Luego abrir fosas por medio país, en una operación de restitución de la memoria y la dignidad de nuestros conciudadanos imprescindible por justa, pero innecesaria en su teatralidad, que solo ha contribuido, pasada la publicidad y el nodo, para crear más frustración entre quienes quisieron ver en aquello, el fin de una pesadilla. Luego nos hemos gastado un dinero que no tenemos en quitar placas de calles y estatuas de Franco. Después en reabrir una ley de aborto que no soluciona nada más que abrir otro frente, el de la libertad jurídica de los jóvenes de 16 años, y que no afronta ninguna política preventiva en una juventud condenada al paro, el botellón y Bolonia. En medio capitales despilfarrados en un plan faraónico de obras municipales inservibles a largo plazo, justo en un país en el que el núcleo central de los alcaldes, o son analfabetos, y por tanto manejables, o son unos ladrones, en lugar de establecer una ley de bases que ponga orden en el poder local.
En sus últimos años el gobierno, como en los mejores tiempos del rojismo romántico y anti yankee decidió sacar las tropas españolas de una misión de paz en la que estaban comprometidas. Y todo para enarbolar la bandera del pacifismo, de la vuelta a casa y del engaño. Lo malo es que esa vez se coló. Se le olvido decírselo a los embajadores, a los mandos, al parlamento y a los aliados. Que ya es olvidar. El gobierno volvió a demostrar palpablemente una falta total de planificación, identidad y fidelidad a la palabra dada. Una muestra más de una política impulsiva, caótica y carente de compromiso. Que por algo dicen aquí en América, que la España de hoy se debate entre los países inclasificables y los de difícil clasificación.
Pero mientras José Luís seguía la política Chavista de gestos que enamoran, con ese aire dulce y aniñado que adoran las gentes sencillas de corazón, fáciles de embaucar.

Por eso, ahora que ha resucitado de sus cenizas en el consejo de estado para rescatar a Susana, su heredera ideológica, que a nadie extrañe que en los próximos y duros meses, intelectuales, plataformas de apoyo y gentes de buena voluntad, apoyan a quien creen un místico inspirador de un nuevo mundo, un héroe capaz de cerrar el paso a la malvada derecha, un pacifista capaz de aunar y armonizar pueblos y civilizaciones. Cuando solo es para todos una amenaza Susana. Una amenaza en la sombra, fantasma.

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