
Mojar, o no mojar, he ahí el dilema, se dijo a si mismo Miguel Ángel Revilla, mientras paseaba su sexo palpitante, y sus 18 añitos de buen mozo, por el Bilbao de la posguerra. Y mojo, y pagando, ahí es nada. Es indudable que es una historia simpática, tal como el personaje que la difunde. Un hombre dicharachero, campechano, sencillo, llano y que vive y piensa al nivel del pueblo, no como esos engolados tecnócratas de Madrid, que viven en otra galaxia, cosiendo y descosiendo a su antojo la vida de la gente, como penélopes de la política. Pero Miguel Ángel, es distinto. Hasta se va de putas, como cualquier mortal. Visto fríamente, ese es todo el resumen de la historia, no hay apología de la prostitución, como recriminan las chicas de Mariano, ni posiblemente mofa de meretrices. No ha sido más que un chiste, una forma de distender al personal en estos tiempos de cólera financiera.