sábado, 10 de diciembre de 2016

En la oscuridad de la mente



La llamaremos María, aunque ese no fue su nombre. Su vida transcurre en uno de los barrios periféricos de Madrid. Llamada al éxito, abandono sus estudios universitarios en tercer curso de obras públicas. Poco después de que la locura violara su mente.
Sufre un trastorno bipolar que la hace esclava de su medicación. Su vida pende del hilo tejido en torno a un ciclo de arrebatos, depresiones culpabilidades y normalidades escasas.



Hace unos años, la estructura de centros psiquiátricos del estado, habría permitido a su familia poseer un soporte con el que compartir este destino. La ley erradicó estos centros, en la búsqueda de un sistema más humano de trato, y bajo la filosofía de una necesaria integración social de estos enfermos. Pero tal reforma no vino acompañada de un sistema asistencial externo, ágil e implicado en su atención.

“Es una enferma, no una asesina, ni una suicida, como las televisiones transmiten en casos como los de Toledo o Albacete de los últimos meses”. Es la frase que a modo de jaculatoria con más tristeza nos repite Adela, su madre. En el salón de su casa, abrazada a una foto de los buenos tiempos, nos relata su historia, una muy parecida a otras madres de España. “Comenzó a destruirse de forma tan imperceptible, que cuando quise sostenerla ya había caído al suelo. Cuando se medica y todo va bien, sigue siendo la niña maravillosa de siempre. De pronto, un día, sin saber porque, comienza a no dormir, a no cuidar su pelo, a desconfiar, a intuir hasta en mí mirada a un enemigo. Su cuerpo es incapaz de detenerse. Se mueve sin tino, se agita, anda durante horas sin rumbo y apenas come. Y cuando el mal la atenaza por completo, como queriendo rebelarse contra un destino que no debía haber sido el suyo, busca su destrucción, y a su paso la mía, si se la intento arrebatar a la muerte.

“Nos conocimos en el instituto y con el tiempo hicimos planes. Soñábamos con una vida que su trastorno nos ha arrebatado para siempre, y que nos ha metido en una espiral de la que no sé como saldremos” .Jaime, su novio de siempre decidió cuando todo empezó, no abandonarla, y ahí sigue. “Esta es una ciudad pequeña, así que su comportamiento, que es reiterado, la estigmatiza, y a nosotros también. La gente rechaza estas enfermedades, sabes que se pueden descontrolar y que entonces son impredecibles, y eso genera el rechazo. Encima los medios de comunicación no ayudan mucho.

En ocasiones está bien, y de pronto empeora. Las miradas de soslayo, los cuchicheos en la tienda o en la escalera, el… “¡niño, no te acerques!” en el parque, son un puñal que la mata poco a poco. Ha tenido ciclos espantosos. Al principio se enfrentaba con los profesores, luego atravesó una etapa de hurtos, fue agresiva. He ayudado a su madre en lo posible, demandando ayuda durante los últimos siete años en todo tipo de instituciones, sin respuesta. El primer obstáculo es el diagnóstico que no siempre es correcto, pero que es vital para determinar la medicación que debe tomar, si no es la correcta puede empeorar la enfermedad. Primero creyeron que se trataba de un trastorno esquizo-afectivo de tipo maniaco con trastorno de conducta. Luego que podría ser una variante de asperger. Nada que ver con lo que era”.

Jaime ha aprendido a vivir entre la resignación y la indignación. Es difícil controlar que se medique, hoy por hoy la única esperanza de una vida normal, ante la ausencia de terapias y medios clínicos que no sean las drogas. Si los fármacos no son efectivos y su estado empeora, la única opción para Jaime y Adela, como para otras familias españolas es acudir a urgencias, si no puedes físicamente llevarla, es preciso dormir al enfermo, llamar al 112 y que le internen en una unidad de agudos, donde en dos semanas podrá recuperar la “normalidad”, y volver a empezar.

Pero el protocolo no es tan sencillo. A veces los servicios sanitarios te exigen que te comprometas a que el paciente este en un lugar y a una hora determinada, algo absurdo. En lo que todos los afectados están de acuerdo es en el hecho de que estamos ante un problema socio-sanitario, no judicial. La sociedad ha caído en el error de afrontar, casi solamente, la perturbación del orden por estas personas. Jaime nos relata cómo la situación se volvió insostenible hace dos años. La amenaza para su vida y la de su madre hizo de María un riesgo inasumible. Consultaron con un abogado. La vía más adecuada, dada la mayoría de edad de María habría sido una orden de alejamiento. ¿Cómo compatibilizar eso con la necesaria atención de una madre a su hija?. Es incompatible con la tutela que requieren los enfermos, normalmente el sistema judicial cuenta con la colaboración de forenses, fiscales y jueces.

Julio Guerrero, juez titular del juzgado número 1 de Murcia, explicaba hace unos días, en relación con los casos de enfermos que lesionan a familiares, como es habitual que esos enfermos hayan  sido internado, meses antes del hecho, en la unidad psiquiátrica de alguna  prisión provincial. Pero al final los psiquiatras de las prisiones les excarcelan ante la inviabilidad de sostener esa situación, lo que en ocasiones degenera en un delito, y más sufrimiento.

José María Sánchez Monje, presidente federación de familiares de enfermos mentales, ha reconocido la predisposición de los familiares a mantener a los enfermos en su entorno familiar, convencidos de que además de la medicación necesitan una reeducación que les debe acercar a la sociedad y a la recuperación de la que fue su vida, y aun son sus sueños. Pero ello exige un apoyo social para rehabilitarse, no solo para controlarles. Un apoyo que debe valorar el que todos los enfermos no son iguales, pues hay múltiples factores biológicos y ambientales que pueden agravar el problema y que es preciso evaluar de continuo. Y carecemos de unidades de salud mental flexibles, bien dotadas de psiquiatras, psicólogos, asistentes sociales, auxiliares de ayuda a domicilio… Carecemos de medidas de ayuda a la dependencia.

“Es triste”, reflexiona Jaime, “si un drogadicto no acude un solo día a su centro de seguimiento a por su dosis de metadona, todo el sistema se pone en marcha para localizar al sujeto y controlarle. Si María falta a una de sus citas externas con el psiquiatra que la sigue, porque ha entrado en una fase crítica no saltara ninguna alarma”.

En Barcelona, la doctora Ana Merino, responsable de psiquiatría del Hospital de Mar, está desarrollando un programa piloto de alerta ante estos casos de descontrol en pacientes con seguimiento externo. El programa de apoyo al 112, permite que si estas unidades detectan un caso fuera de control inicien el protocolo de internamiento en una unidad de agudos, o que un psiquiatra y un asistente social se desplacen hasta el domicilio de un paciente para su atención. En el mismo sentido es modélico el equipo del doctor Martínez Jambrina de Avilés, que desde 1999 es pionero en el seguimiento domiciliario a enfermos graves, con notable éxito. También algunas autonomías están experimentando con presentaciones farmacológicas que permiten usar dosis de larga duración, más rápidas o en presentaciones más fáciles de controlar. Pero hablamos de excepciones, y de que la lotería de la vida te haya colocado en la autonomía adecuada.

Para el psiquiatra Alejo Martínez Herrera el problema es que a día de hoy no existe un debate entre la profesión médica. Solo la administración ha puesto el tema sobre la mesa, y con un argumento económico, “Visitar al enfermo en casa en costoso, pero menos que internarlo. Y, en segundo lugar, legalista. España sigue en la actualidad la filosofía de la OMS que estableció en 2005 que los enfermos mentales son mejor atendidos en su entorno, según muestran muchos estudios realizado en el mundo sajón, no en el nuestro. Y en eso se basa la actual estrategia nacional de salud mental española. Por lo demás, todo se ha reducido en España a una discusión simplista. En nuestro país los enfermos mentales son poco más del 3% de la población, y cometen un porcentaje de delitos muy inferior. Además, en la mayoría de casos, el problema se asocia a una desestructuración familiar o a un problema de drogadicción, y ahí la comunidad médica no tiene papel.

Claro que podemos atender en su domicilio a un enfermo, pero con medios de los que carecemos. Claro que podemos insértales, pero sin el estigma de peligrosos que hoy pende de sus vidas. Claro que podemos internarles llegada una situación extrema, pero tras un proceso penal, y si encontramos un centro con plazas.

Jaime apura la conversación, mientras escarba con su pie en el suelo del parque del Retiro, en uno de cuyos bancos hemos hablado de María, aquella mujer, en cuyos ojos aun brillan las lágrimas de quienes están atrapados en la zona oscura de su mente.





imagen medicinapreventiva.info

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