Hace unos
años “Both sides of the gun” , un disco doble mágico y sureño me descubrió, en
un viaje, a un gran músico llamado Ben Harper, un californiano tocado por una
sensibilidad que le transporta intermitentemente a la locura.
Aquel disco
le trajo a España pero, mal hadada fortuna, caminó lejos de mi alcance y toda
su alma quedó, para mí, reducida a un vinilo.
Tras un
recorrido largo por el mundo, el cansancio y el hastió le condujo a Paris. Y
allí, apenado entre la lluvia fina del Sena, y rodeado de sus músicos, The
Inocent Criminals, creo Lifeline, un disco entristecido. Harper buscaba en ese
disco el sabor de lo inmediato, la renuncia al artificio, el brotar de la pena,
nacida de un mundo cada vez más turbio.
No fue
casualidad escoger el estudio Gang, su estudio de antaño, ni grabar en formato
analógico de dieciséis pistas, ni renunciar al uso de ordenadores ni de
softwares tipo protools, que corrigen o minimizan cada fallo, cada paso en
falso, tupiendo de frialdad maquinal la música, como la vida. Un disco directo
que arrancaba con un verso desgarrado “Fool for a lonesome train", dejar
las cosas atrás, las verdades y las mentiras".
Atado a su
libreta Moleskin, en la que graba en tinta sus miradas, Harper ha atravesado la
tierra mientras perdía vitalidad, mientras se llenaba de tristeza, esa que un
surfero loco como él atesora a medida que deja de entender a un mundo
empobrecido por rencillas y egoísmos, donde se destruye la tierra, se quema la
vida, se mata a hambre a países enteros o se subcontrata la represión a los
refugiados.
Harper
escribió hace tiempo que “cuando se rompe una promesa, se rompe un sueño”.
Cuando un gobierno, que se dice democrático, decide en contra de lo que su
pueblo quiere, se rompe el futuro de un pueblo.
Y eso ha
pasado con Europa cuando ha vendido el alma de miles de refugiados al carcelero
turco, como ya pasó hace tiempo en esas miles de dictaduras bananeras que
desollan África, América y Asia, desde tiempos imposibles ya de recordar.
Ahora ha
recalado en Brisbane y seguimos viendo la tristeza de un músico, vemos la
agonía de una especie.
Imagen
berharper.com
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