Pasan los
años y nada cambia en esa tierra de nadie, en ese estado sin nombre al que mal
llamamos Sahara español.
No vamos a
negar que esa tierra, y esas gentes, han contado desde hace décadas con la
simpatía y la solidaridad personal, que no colectiva, no como nación, de la
población española, que mantiene un trasiego continuo de niños de acogida y
caravanas solidarias ejecutadas a titulo privado y ajenas a los deseos y
acciones de nuestro estado.
Sectores progresistas de nuestra sociedad,
sindicatos, actores y grupos de izquierda han mantenido, por iniciativa propia
y de conciencia la tímida llama de la causa saharaui. Pero la iglesia, los
sectores empresariales, la derecha sociológica y los partidos, nacionales o
regionales, de derecha, han vuelto la cara ante este problema secularmente.
Esta
semana, para incomodidad de todos, han trascendido a la opinión pública los
graves y cotidianos incidentes del Aaiun, con su rastro de muertos, destrucción
y abusos. Un episodio exacerbado de lo habitual. Digamos que en lugar de
apalear a la población con cuentagotas, las fuerzas de ocupación marroquíes
(que eso son) han hecho todos los abusos del mes de una tacada. No ha sido más.
Se que huele a cinismo lo que expongo, pero es la verdad, y es por todos
conocida.
Es bien
conocido que España se fue del Sahara en un acto de cobardía inimaginable.
Marruecos colonizó el territorio y expulsó a la población local. Y a los pocos
que quedan, originarios del territorio, les muelen a palos para que se callen,
manteniéndolos en su tierra, como ciudadanos de segunda. China hace lo mismo
con uigures y tibetanos, Rusia con los tártaros y chechenos, Estados Unidos con
los miwok californianos e Israel con los palestinos. No estamos ante algo
nuevo. Si ante algo sobre lo que tenemos una mala conciencia histórica.
Y la
realidad es que estamos ante un problema grave, ante un gobierno asesino y opresor,
ante una violación flagrante de los derechos humanos. Una más, tan grave como
la de Myanmar o la de Ingushetia. Y como ante todas ellas, ante esta carecemos
de solución.
El tema no
tiene salida militar, ante la desproporción de fuerzas y el aislamiento
saharaui. Tampoco la negociación cabe, ante el irreductible talante alauita,
que ha hecho de este tema una cuestión de estado, de supervivencia dinástica,
vía patriotismo barato. Tampoco hay salida por la propuesta de Naciones Unidas
de un referéndum, puesto que la población que vive allí no es la saharaui, con
lo que hay una perversión del censo que invalida moralmente la consulta, tras
la limpieza étnica que ha practicado Marruecos. Y tampoco nadie va a ayudar a
esta gente, porque Marruecos es un gobierno dócil para Occidente, y los otros
unos desarrapados de talante socialista, Marruecos un freno al islamismo
radical y España no puede arriesgarse a reclamar abiertamente el derecho de
autodeterminación y de los pueblos a su tierra, teniendo la bandera puesta en
Ceuta, Melilla, Chafarinas y Alhucemas.
No se cual
es la respuesta a este laberinto. Quizá tener perspectiva de varias
generaciones, admitir el dominio marroquí y confiar en lograr una amplia
autonomía y mayor fuerza demográfica de los saharauis de verdad, una vez dentro
del territorio. No se.
Pero hoy
por hoy creo que ha llegado la hora de que la sociedad española y la comunidad
internacional le diga la verdad a este pueblo maldecido, siendo inocente. Por
más tiempo que estén en medio del desierto, barridos por las tormentas, por más
hambre y soledad a la que se expongan, por más voces que alcen. No conseguirán
nada. Su causa esta perdida, y su sufrimiento es inútil, por que ante sus
gritos, quienes deciden, los estados, están sordos. Y en las democracias
actuales, poco importa lo que diga el pueblo o los artistas. Poco importa
manifestarse o tirar huevos a una fachada, poco importa denunciar cualquier
desmán, por muchas pruebas que existan. Los estados actúan según su lógica e
intereses, que no tienen porque ser los nuestros, ni los de la justicia, ni los
de la moral.
Y nosotros
hemos de ser los primeros en decirlo, visto que es irremediable. Mantener el
grifo abierto de la sangre en esa tierra no solo es inútil, es inmoral.
¿Para que
traemos cada verano a cientos de niños, al frescor el aire limpio, los buenos
alimentos y la sanidad primorosa de España?. ¿Para luego devolverlos a ese
infierno?. ¿Para alentar en ellos una esperanza que es un espejismo, pues
nosotros no vamos a luchar por ella?.
Hemos
fracasado. Lo hicimos cuando nos fuimos, lo hicimos cuando no volvimos. Lo
hacemos en cada demostración de debilidad, que son muchas, en las que nuestra
política exterior manifiesta a la luz del día su incapacidad para hacer fuerza
ante cualquier cosa, aquí, en Venezuela, en Cuba o en la Cochinchina. Lo
hacemos porque somos, como los marroquíes, meros comparsas del concierto
internacional, al que asistimos con espíritu de palmeros. Lo hacemos porque
carecemos de consenso nacional y coherencia política. Si, ya se que Zapatero
prometió en su primer mandato que resolvería esto en seis meses. Mintió, vaya
novedad.
El problema
de fondo, con esto y con todo, no es el Sahara. El problema es que estamos en
el siglo XXI, hemos hecho avances considerables en el desarrollo de la
humanidad, dejando millones de muertos en el camino, en nombre de la libertad y
de los derechos humanos. De los nuestros claro. Y ahora hemos admitido y
aceptado como asumible la desgracia de otros como un precio simbólico a nuestra
modernidad. Y ello en una sociedad en la que las potencias no han comprendido
que su papel internacional no es solo vigilar sus intereses, sino asumir
responsabilidades comunes, y solventar los problemas comunes. Intervenir,
empleando su fuerza e influencia en la resolución de conflictos que, no solo,
nos afectan en lo ético, sino que acabaran arrastrándonos al abismo a todos.
Pero, tras tanta lucha, al final el progreso sigue en la misma dinámica que en
la prehistoria. Sigue siendo solo el resultado de la lucha entre estados, del
conflicto, y este el Sahara, le ha perdido.
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