• El bienio progresista (1854-1856):
pronunciamiento de O’Donnell (1854). Gobierno presidido por el general
Espartero. Desamortización de Madoz (1855).
Espartero
sería el nuevo primer ministro. El nuevo gobierno crearía una constitución
influenciada por la del 37 que no sería aprobada pero que presentaba derechos
al ciudadano, libertad de expresión y de asociación. El desarrollo del
republicanismo, el obrerismo y la recuperación de instituciones progresistas
como la Ley de
Ayuntamientos o la
Milicia Nacional. Destacó la reforma económica que conllevó
la llegada del capitalismo y la industria.
El nuevo
gobierno crearía una nueva constitución sobre las bases de la de 1837. No se
aprobó, aunque presentaba grandes novedades como derechos al ciudadano, tales
como la libertad de expresión, libertad de imprenta y libertad de asociación
política.
El periodo
vivió el desarrollo del republicanismo, el obrerismo y la recuperación de
instituciones del progresismo de los 20, como la ley de ayuntamientos o la Milicia Nacional.
Pero lo más destacado seria la gran reforma económica iniciada, un paso
gigantesco hacia el capitalismo y la industria.
La primera
gran reforma seria llevada a cabo por el ministro progresista Pascual Madoz,
necesitada como estaba España de liberar el mercado de tierras y obtener
fondos. Se llamó “Ley de Desamortización General” o civil, pues esta
desamortización (expropiación y venta pública de bienes raíces) afecto a los
bienes del clero secular (a cambio el Estado se hacía cargo de los gastos de
culto) y sobre todo de los municipios (bienes de propios, comunales y baldíos)
e instituciones civiles. Hubo más diferencias con respecto a la primera (la de
Mendizabal), pues no se admitieron en el pago títulos de deuda, el dinero se
destino más a infraestructuras (ferrocarril) que a deuda nacional y la mayoría
de los fondos serian gestionados por ayuntamientos, aunque estos perdieron
mucho patrimonio.
Los efectos
sociales fueron graves. La perdida de tierras por la iglesia dejo sin empleo a
muchos labriegos que usaban los propios de los ayuntamientos, que se
desplazaron a la ciudad, engordando las filas del naciente proletariado, y
empeorando sus condiciones de vida. Pero, como con Mendizábal, la ley no
propició el reparto de tierras, sino que benefició a la burguesía capitalista,
que consiguió grandes lotes de tierra y acaparo la mayoría de las tierras e
inmuebles. Burguesía con dinero, si bien la participación de pequeños
propietarios de los pueblos fue superior a la de la reforma de Mendizábal.
También
cambió las formas agrícolas, ayudando a la extensión de cultivos extensivos
comercializables (vid, olivo y los cítricos), más rentables al necesitar menos
mano de obra.
Junto a
ello, la reforma estrella del Bienio fue la Ley General de
Ferrocarriles, que pretendía crear una red de transporte moderno en toda
España. La ley pretendía crear las condiciones para generar demanda en otras
industrias (metalúrgica y eléctrica, por ejemplo), crear empleo, atraer
inversiones nacionales (y así evitar la evasión de capitales) y extranjeras y
crear un mercado más unido que fomentase el comercio y la producción, al tener
mejores transportes, su puesta en marcha seria uno de los detonantes de la
desamortización, y de las leyes financieras que veremos después (Ley Bancaria
de 1856, leyes de crédito y bolsa de 1856 y creación del Banco de España en ese
mismo año).
España ya
contaba con algunos kilómetros en Cuba y una línea en el tramo Barcelona-Mataró,
ahora se pretendía generalizar el uso del medio.
El estado
se comprometía a ayudar a las compañías en la construcción, mediante
subvenciones a fondo perdido, garantías públicas de rentabilidad, reducción de
aranceles para la importación de material y, oficiosamente, unas condiciones
sociales óptimas (salarios bajos y una gran masa de obreros con escasos
derechos).
Solo se
favoreció una red radial más adecuada para la exportación - importación, que
para la interrelación entre regiones, y un negocio inmenso de la industria y
las compañías francesas e inglesas, sobre las cuales se creo una dependencia
económica excesiva, tal como se vio después. Más que produciendo, muchas
grandes fortunas se amasaron con la especulación en bolsa, amparada por una
legislación permisiva y una corrupción escandalosa, de la que formaba parte la
reina (accionista de algunas compañías inversoras y de ferrocarriles. Para
rematar la faena se estableció un ancho de vía mayor que el habitual en el
resto de Europa, con lo que las comunicaciones con otras economías se
convirtieron en muy caros, al necesitar las mercancías y los pasajeros un
trasbordo en la frontera.
En la
construcción primo el obtener subvenciones y conectar los puertos con las minas
y las áreas de producción agrícola, más que una racionalidad que hubiera
exigido trazados y caracteres técnicos más adecuados a las necesidades reales
del país, y el mercado quedó en un 75% en manos de compañías europeas (sobre
todo francesas). Pese a ello algo se mejoraron las comunicaciones internas.
Complemento
necesario de lo anterior sería la
Ley de Banca y Sociedades de Crédito, que puso las bases del
desarrollo del sector financiero en España, necesario para solventar el caos
financiero del país y crear instrumentos para la inversión ferroviaria. La Ley de Banca establecía un
riguroso control gubernamental sobre los bancos y regulaba el derecho de
emisión de moneda, que se asignaba a un banco emisor por cada localidad. Se
creaba el Banco de España para controlar el sistema y creaba un mercado
financiero moderno, alimentado con la
Ley de Sociedades de Crédito que facilitaba la entrada de
capitales, la creación de sociedades anónimas y el desarrollo de bancos
industriales y comerciales, favorecidos por las exenciones fiscales.
Como
contrapunto social a esta situación, el gobierno pretendió una Ley del Trabajo,
que reducía la jornada laboral de los niños, permitía asociaciones obreras de
menos de 500 miembros (evitando así secciones de movimientos obreros
internacionales o regionales, que tendrían mucha fuerza) y creaba para
solucionar los conflictos colectivos jurados formados por patronos. La ley no
alcanzaría el apoyo necesario, ante ala oposición obrera, republicana y
demócrata.
En un clima
de huelgas y crisis, el bienio caía, fruto del golpe de O´Donell, en 1856.
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