Uno de los mayores peligros del hombre es el caos. Porque nos arrastra a nuestro lado más animal, más incontrolado, más instintivo. Y cuando caemos en ese lado, nuestro peligro, hacia nosotros y nuestros semejantes, es inimaginable, habiéndonos dado la naturaleza tantos recursos.
Esa es una de las funciones de la civilización, reprimir, mediante la ley y las instituciones dadas, ese lado oscuro de nuestra humanidad. Una represión que a veces es dolorosa y punitiva, para cercenar en nosotros el poder del caos, y amedrentar en los demás, que nos observan, la tendencia a repetir esos modelos.
Decía Elliot Buckhaim, el poeta escocés del XVIII, que tanto exaltaba a Ovidio, que junto a la ley, otra arma contra el caos era la educación en la coherencia, conseguir que nuestros ideales, finamente cincelados por la religión, la familia y el poder, pudieran domar nuestras tendencias y comportamientos.
Me temo que pocos han leído a Buckhaim, y menos aun a los clásicos, embelesados como estamos con el poder y la magnificencia que la civilización confieren al hombre, defensores a ultranza de nuestra libertad, y de nuestra coherencia. Pero esta, no solo esta en entredicho, sino más bien desaparecida.
Cuatro ejemplos. Los mismos países que bombardean al tun tun Siria, mantienen, una semana más su silencio en el aplastamiento criminal del pueblo kurdo, yemení, o rohinya. Y puede que haya coherencia con respecto a los intereses de corporaciones y gobiernos, incluso defendibles teorías del mal menor, pero luego no exijamos valores a los ciudadanos, cuando sus gobiernos, de espaldas a su voluntad, toman decisiones que afectan a la vida y la muerte de miles de seres humanos.
Un recuerdo cercano. Hace un tiempo, en la previa de la beatificación de Juan Pablo II, el arzobispo de Valladolid y vicepresidente de la Conferencia Episcopal Española, Ricardo Blázquez, declaraba su confianza en que Juan Pablo II y su beatificación ayudarán a la sociedad española "a defender la dignidad del hombre en cualquier sitio donde se encuentre amenazada", como ocurre, a su juicio, con leyes como la del aborto, que ha calificado como "una aberración". Una afirmación contradictoria si tenemos en cuenta la solemnidad con que el vaticano, sin que le tiemble el pulso, recibía en esos días, como jefe de estado que es, a uno de los dictadores africanos más salvajes y absurdos del siglo, Robert Mugabe, causante de la muerte y tormento de cientos de cristianos en la antigua Rhodesia.
Aun más cerca, y ya puestos a hacer el ridículo bien. La jefa comunal de Barcelona, Ada Colau que protagonizó el domingo pasado un conato de rifirrafe con la periodista Ana Pastor. Incoherente la situación en alguien que exige a los demás claridad y definición y que no es capaz de exponer a la audiencia en que país está, quien es el presidente de Cataluña y que ley hay que seguir. Incoherente en alguien que califica la política informativa del gobierno, a nivel central y de las autonomías que gobierna como de vergüenza ajena (y no sin razón). Una contradicción mayor si cabe por ser la representante de quien dice aspirar a gobernarnos a todos, y a la que por tanto se debe exigir un poco de coherencia.
Todavía más cerca, el periodista Jorge Javier Vázquez defiende en el programa “Sálvame Deluxe”, su derecho a partir la cara a cualquiera que ose atentar contra la imagen y la vida privada de alguien de su familia, poniendo como ejemplo un “defecto”, según él, físico de una sobrina suya. Y lo hace él, uno de los periodistas que ha convertido la vida de Belén Esteban en la versión española del “Show de Truman”, y que basa su éxito televisivo en la ridiculización y el ataque más furibundo contra una galaxia de personajes creados y modelados por él.
Más aun, la contradicción de un líder que soflama en mano y sin reparar en mentiras y emociones tergiversadas guía a un pueblo hacía la tierra prometida, prometiendo que no hay viaje de vuelta y que el futuro se paga en sangre y dolor, pero que llegado el caso deja a sus deudos y compañeros afrontar la ira ajena y perder el futuro, mientras él se refugia en la tierra de Tintin, bien a salvo del sufrimiento que a otros llega cual Pentecostés de sangre.
¿Conclusión?, la que exponía Buckhaim, el caos, el moral y el político en que Europa sigue sumergida.
Imagen “la Sexta ”
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