El básico 10 nos
traslada al final del reinado de Fernando VII. En plenas revoluciones liberales
europeas, la muerte del rey, y el legado de su reino a su única hija, la futura
Isabel II, destapa el enfrentamiento entre el rey y los sectores más
conservadores de la sociedad, aquellos que le habían llevado al poder en el
Manifiesto de los Persas, y que se encuentran desencantados con su labor, y su
despotismo.
Lo más
curioso del reinado de Fernando VII fue
su final, quizás influido por la suavización en el carácter del rey que ejerció
su matrimonio postrero con la noble Mª Cristina de Borbón (con la que tendría a
la futura Isabel II), quizás agobiado
por la dificilísima situación del país, Fernando inicio una timidísima apertura
en los años finales de su reinado, visible en una relajación de la represión, y
en ciertos pasos en la implantación del capitalismo industrial en nuestro país
(Altos Hornos del Mediterráneo, Bolsa de Madrid, Ley de Minas).
Estos
tímidos impulsos venían de la mano del ministro López Ballesteros, y aunque sus
efectos fueron aun mínimos, y la crisis económica siguió creciendo, eran una
muestra de sensatez.
El problema
se encontraba, empero, en la falta de capitales, el bloqueo de la tierra
(vinculada), la inestabilidad política, el caos financiero, la irracionalidad
del sistema fiscal y las dificultades de comercio (aduanas, caminos, varias
monedas…)
Pero con
todo, esos tímidos cambios despertaron el recelo de los realistas, y su
oposición al régimen por blando. Los sectores más intransigentes del
absolutismo exigen una represión mayor sobre los elementos del ejército y la
administración sospechosos de simpatías liberales.
En 1825 se
publica una protesta de la
Federación de Realista Puros, en 1827 el obispo de Vic
protesta contra las debilidades del régimen, y en el mismo año se levantan en
Cataluña partidas o milicias (revuelta de los malcontents), que reclaman mayor
poder político para los realistas, la depuración de militares y funcionarios y
el restablecimiento de la
Inquisición. Ante la falta de atención de Fernando VII, estos
sectores ultras se acercan progresivamente a su hermano don Carlos, que
defiende sus peticiones y promete cumplirlas cuando suceda a su hermano en la Corona.
Según las
normas vigentes que regulaban la sucesión al trono español contenidos en la Ley Sálica aprobada por
Felipe V en 1713 (la corona sólo podía transmitirse entre varones y las mujeres
sólo accederían al trono en caso de faltar un heredero varón por vía directa o
colateral), el heredero al trono sería el infante Carlos María Isidro (hermano
del rey) . Sin embargo, en 1830 y ante la perspectiva del nacimiento de su
hija, Fernando VII deroga esta ley y pone en vigor la Pragmática Sanción
(que volvía a la sucesión de las Partidas) aprobada, aunque no puesta en vigor,
por las Cortes españolas de 1789 presididas por Carlos IV.
Así al
nacer la primera hija de Fernando VII, la princesa Isabel, se convertía en la
heredera al trono y el infante don Carlos se queda sin opciones.
Inmediatamente
comienzan las protestas del infante don Carlos apoyado por grupos
ultrarrealistas y antiliberales. Ante estas protestas Fernando VII obliga a su
hermano a marchar a Portugal, destituye del ejército a los fieles a Carlos y
concede una amnistía para todos los liberales, buscando así apoyos políticos
para su hija.
María
Cristina, ante la necesidad de alianzas para hacer frente a los absolutistas
que apoyan a Don Carlos, nombra un nuevo gobierno, dirigido por Cea Bermúdez,
de significación reformista, decreta una amnistía parcial, que supone el
retorno de 10.000 exiliados liberales, y sustituye a los capitanes generales
más integristas, por simpatizantes el liberalismo. La muerte del rey a fines de
1833, divide al país en torno a dos candidatos, de dos formas de estado.
Además, el
problema estalla en una situación muy concreta, las revoluciones de 1830 que aíslan
al gobierno de Fernando, los problemas económicos acrecentados con la pérdida
de América y el enfrentamiento con un sector de los realistas, defraudados por
la actitud del rey en estos años, no acorde a lo solicitado en el manifiesto de
los Persas, que le había llevado al trono.
Son
precisamente estos últimos los que constituyen un movimiento de apoyo a don
Carlos conocido como carlismo (cuyo lema será “Dios, Patria, Fueros y Rey”) con
una ideología y programa político que se irá concretando en oposición a la
ideología liberal y cuyas características básicas serán:
-Defensa de
la monarquía absoluta de origen divino y de los privilegios sociales
estamentales.
-Defensa de
todos los intereses de la
Iglesia (oposición de la libertad religiosa liberal y de las
desamortizaciones)
-Defensa de
los fueros vascos y navarros amenazados por la uniformización y el centralismo
liberal.
-Oposición
a cualquier reforma.
-Fidelidad
a la “patria” entendida como un conjunto de tradiciones, normas, costumbres y
creencias recibidas de los antepasados.
El carlismo, naciente en este conflicto,
representaría, para todo el siglo, el movimiento político defensor del antiguo
régimen, las tradiciones y los intereses de los propietarios agrarios más
conservadores, especialmente en la
España del Norte, muy vinculado al catolicismo más
reaccionario y conservador y de clara raíz foralista. Es también un movimiento
social, en tanto en cuanto representa los intereses de los pequeños
propietarios, y el campesinado arrendatario del norte muy perjudicado por las
expropiaciones que reivindica el liberalismo, por que les afectaba directamente
(al perder tierras municipales o eclesiásticas que trabajaban) o a la Iglesia , su soporte
ideológico.
A la muerte
de Fernando VII en 1833, don Carlos reclamó el trono frente a su sobrina Isabel
(Manifiesto de Abrantes), dando comienzo una guerra civil que no solo fue un
conflicto sucesorio, sino un enfrentamiento por intereses políticos e
ideológicos completamente opuestos . El bando isabelino recibió el apoyo de los
liberales, las clases altas y medias urbanas, los altos mandos del ejército, la
jerarquía eclesiástica y la alta nobleza. El infante don Carlos fue apoyado por
todos aquellos que veían con temor la posibilidad de una victoria liberal y de unas
reformas que amenazaban sus intereses: baja nobleza rural parte del bajo clero,
los oficiales más reaccionarios del ejército y pequeños campesinos
propietarios.
Entre 1833
y 1839 se desarrolla la primera guerra entre carlistas e isabelinos, fieles a
la regencia de Mª Cristina, madre de Isabel II. Si bien en la zona norte rural
(País Vasco y Navarra) las tropas vascas lograron controlar zonas discontinuas
de territorio, la falta de apoyos en otras zonas del país y en las ciudades
inclinaron la balanza del lado isabelino y mediante el Abrazo de Vergara (1839)
y la huida de don Carlos a Francia dieron la victoria a las tropas liberales de
Isabel II, aun cuando las hostilidades continuaron durante algunos meses más,
se confirma el definitivo triunfo del liberalismo frente al Antiguo Régimen.
Los
conflictos carlistas se sucederán a lo largo del siglo XIX, así entre 1849 y
1860 se producen diversas acciones guerrilleras en zonas rurales de Cataluña,
Aragón, Navarra y Guipúzcoa. La segunda guerra carlista se desencadenó en 1872
(tras la rev. de 1868 y el exilio de Isabel II) y afectó a buena parte del
país. Su líder fue Carlos VII y sus lemas fundamentales la defensa de la
religión católica y de la legislación foral. La guerra termina en 1876 con la
abolición de los fueros.
La victoria
caería de parte de las armas liberales, debido a
• La falta
de apoyo internacional a los carlistas
• Los
carlistas no contaron con el apoyo de los grandes núcleos urbanos, ni con el
control, demográfico y económico del país
• La Santa Sede se posicionó
en el bando isabelino.
• La muerte
de su carismático jefe militar Zumalacarregui
La guerra
concluiría sin una victoria clara de uno de los bandos. Se podría decir que
ambos fueron conscientes de la imposibilidad de vencer al otro, especialmente
por parte de los carlistas. A fin de poner término a esta guerra de desgaste, y
muy sanguinaria, los liberales cerrarían el conflicto en falso, mediante el
Abrazo de Vergara (acuerdo de rendición firmado entre el liberal Espartero y el
carlista Maroto), que aceptaba la rendición carlista, pero sin venganzas,
juicios, perdida de rangos militares ni fueros (esto último menos respetado en
tiempos posteriores).
Imagen tellagorri.blogspot.com
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