De
antiquísimo origen, la antigua Birmania quedó sometida durante parte de la Edad Media al dominio
Mongol, como otros lugares del sur de Asia. El imperialismo colonial, y las
fricciones entre potencias, hicieron ver a los ingleses en Birmania, no solo un
punto de control de estratégico de las rutas de entrada al mar de la China , sino un estado tapón,
ante las ambiciones francesas y holandesas.
Tras un
ciclo de guerras contra la guerrilla comunista, y en un país inestable, el
gobierno de U Nu sucumbiría a un golpe militar en 1962, que llevaría al poder a
una sanguinaria junta de generales, liderada por el general Ne Win, que en 1974
daría carta de naturaleza a su régimen mediante una constitución socialista y
monopartidista. Un régimen aislacionista, que estanco la economía, nacionalizo
la industria, unió los poderes legislativo, judicial y ejecutivo en el Consejo
Revolucionario, e inicio una política de represión y limpieza racial, apoyada
por las poblaciones afectas al régimen.
Hasta la
“revolución azafrán” de hace diez años, la violencia contra el pueblo birmano
ha sido continua, jalonada de la resistencia de algunas comunidades, desde las
zonas fronterizas, y de algunos levantamientos, de los que el más relevante
seria la revolución del 8 de Agosto de 1988, en la que morirían miles de
birmanos, en su exigencia de libertad y democracia. Tras ella, tomaría el poder
el General Saw Hamhung, que declararía la ley marcial, crearía el Consejo para la Restauración de la Ley y el Orden del Estado y
desataría una salvaje represión que provocaría en los siguientes años la muerte
de miles de birmanos y el empobrecimiento del país, no así de la clase
dirigente.
Tras
cambiar el nombre del país en 1989, por el de "Unión de Myanmar", la
junta militar, presionada desde el exterior, convocaría elecciones libres en
1990. Los comicios fueron ampliamente ganados por la NLD ,( 396 de los 485 escaños
del Parlamento) el partido de la activista por los derechos humanos y Nóbel de la Paz Aung San Suu Kyi
(hija del histórico líder nacionalista Aung San, asesinado poco antes de la
independencia, lo que llevo al régimen a anularlos, encerrando en su domicilio,
desde entonces a la líder demócrata Aung San Suu Kyi, símbolo, aun hoy de la
lucha por la libertad del pueblo birmanos.
Los 14
estados que componen la Unión
de Myanmar, se encuentran en la actualidad sometidos a un férreo control por
las guerrillas afines al régimen y al partido único (BSPP (Partido Birmano del
Programa Socialista), que han convertido a uno de los países más ricos y
prósperos de Asia en uno de los más pobres del mundo.
Hace diez
años, con su líder encarcelada a sus 62 años, los monjes budistas tomaron el
testigo de la lucha pro democrática. Lo que empezó como una protesta de
trabajadores y estudiantes contra la subida del precio del petróleo (en uno de
los países de mayor producción mundial) se ha convertido en la lucha a la
desesperada de un país por su libertad.
Un ejemplo
de las atrocidades del régimen son las denuncias constantes de Amnistía Internacional,
en relación a la violación sistemática de los derechos humanos en el país. A
principios de año, trascendió una de las prácticas, ya habituales del ejército
birmano.
El
comandante Myo Win ordenó a 15 pueblos del distrito de Ye la entrega de dos
jóvenes por aldea. Debían ser solteras, medir más de 160 centímetros y
tener entre 17 y 25 años. Un destacamento de soldados se encargó de recoger a
las candidatas hasta completar la participación en lo que los generales
describieron como el «pase de modelos» del Día de la Independencia. Las
elegidas, todas ellas campesinas del Estado birmano de Mon, fueron conducidas
al cuartel y obligadas a desfilar para los militares durante tres días en los
que fueron desvestidas, vejadas y violadas. El día que regresaron a sus casas,
cabizbajas y en silencio, nadie preguntó qué había ocurrido durante su
encierro. Es una de las causas de un éxodo constante, que ha llevado a los
países vecinos a miles de birmanos, que no huyen de la guerra o del hambre, que
también, sino de los llamados “batallones de violadores”. Una practica que
busca aterrorizar a los opositores, siguiendo tácticas japonesas empleadas durante
la segunda guerra mundial. Aunque algunos de los ataques se producen con
extrema violencia -mutilaciones, golpes e incluso asesinatos-, la mayoría se
llevan a cabo utilizando simplemente el miedo como arma. Los militares suelen
entrar en una vivienda o un pueblo, eligen a las jóvenes que desean tomar y
amenazan al resto de los habitantes con su ejecución si tratan de impedirlo. El
convencimiento de que los soldados llevarán a cabo la amenaza obliga a padres a
asistir a la violación de sus hijas y a hijos a presenciar la violación de sus
madres.
Aislada y
empobrecida es un país donde los taxistas son ingenieros de caminos y las
sirvientas tienen títulos universitarios, lo que contrasta con las mansiones y
la vida desenfrenada de los generales, que copan los negocios y se han
reservado en exclusiva el derecho de mantener contacto con el exterior a través
de Internet o teléfonos móviles, la sociedad birmana posee pocas posibilidades
de hacer frente a la opresión.
Todo ello,
en una sociedad muy fragmentada y fracturada, en un país asolado por la guerra
entre el régimen y los grupos étnicos minoritarios que no han firmado acuerdos
de paz con el Gobierno y que siguen luchando por la independencia de sus
regiones desde algunas de las junglas más remotas de Asia. Birmania es, con una
población de 45 millones de habitantes dividida en 21 grupos étnicos, una de
las naciones más diversas del mundo.
Hoy el
desenfreno continua con una presidenta, la premio nóbel es la presidenta de un
país donde se persigue a las minorías y donde el poder civil nos es más que un
jarrón chino en las estanterías militares
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