Hoy da igual a donde mires, y en que lengua lo cuentes. La imagen que la realidad te ofrece es la indignación, y según que barrios, la insurrección. El movimiento de la Puerta del Sol, que pronto se convirtió en nacional, se ha convertido en un instrumento de poder, con todo lo que ello implica.
Y al dar el salto a ese poder han surgido las primeras grietas. Quizá la prueba de que no estamos ante un problema nacional personalizable en un mal gobierno, sino en un problema muy generalizado y propio de un sistema.
No podemos hacernos ahora de nuevas, y pensar que el movimiento ciudadano que dio paso a un partido y a una ilusión colectiva es la manifestación airada de un grupo de locos antisistema, cabreados porque les han quitado una casa que nunca debieron comprar, pues no han tenido un trabajo que nunca han buscado.
En la vida hay que tener la suficiente sensatez y decencia para no hacer el ridículo diciendo tonterías, ni ocultar mezquinamente la verdad, como en ocasiones parece desprenderse estos días de los actos y palabras de los nuevos y de los viejos.
La grave crisis económica que nos afecta desde 2007, o antes, ha sido el detonante que ha hecho de este fenómeno ciudadano un hecho mundial y generalizado. Pero ya existía.
Los escritos de Slavoj Zizek, los libros de José Luís San Pedro y los documentales de Michael Moore, por no citar más, reflejaban, desde principios de este siglo, una corriente crítica sobre el discurrir de las cosas sobre el progresivo sometimiento de los pueblos a anónimos dirigencias que expoliaban sus recursos, al que el periodista Iñaki Gabilondo supo poner el verbo adecuado en una famosa conferencia sindical de 2010, hablando de la famosa “nube que sobrevuela nuestras cabezas dirigiendo nuestro destino, al margen de nuestra voluntad”.
Pero la resistencia y el poder de los beneficiarios de la situación actual es muy fuerte. Medios de prensa afines a los intereses políticos y económicos actuales trabajan muy bien para definirnos como un grupo de “payasos”, que acuden al congreso con bebes y con rastas, perro flautas e inconformistas genéticos, que se dedican a montar campamentos ilegales, hacer caceroladas, acudir al congreso en bici y con bandas de música y llenar de mierda la vía pública.
Reconozco que esa es una parte visible de las protestas. Tan visible como que la otra parte acude a sus expresiones en prensa, mítines y televisión rodeada de ladrones, corruptos investigados o imputados, saqueadores del erario público, népotas que usan nuestro dinero para beneficiar a sus familiares y que se dedican a llenar la vía pública de panfletos y carteles, contaminando el aire con sus musiquillas mitineras y llenado las calles de gentes sin casa y sin trabajo. Me imagino que en este caso, y desde su punto de vista también mierda, pero humana.
El inglés David Hume decia que el hombre es conservador por naturaleza, que ya desde niños tendemos a la sumisión, no sea que nuestra madre se cabree y nos quite la tetilla el primer día. Es cosa de supervivencia. Eso y el miedo a lo desconocido hacen estragos, máxime cuando una masa de jóvenes, parados, desahuciados y perro flautas invade sus calles. Yo me moriría de miedo pensando cuanto tardará en arder mi coche, en ser saqueada mi casa y en ser violada mi hija.
En este sentido, las imágenes de los bárbaros de Roma y la gentuza que prende contenedores o agrede a la policía, en cualquier parte, no ayuda nada. Como tampoco lo hacen dos hechos muy determinantes en nuestros días. No somos un movimiento dotado de la oratoria de los periodistas y los políticos, no controlamos bien los resortes del convencimiento, las técnicas de marketing que a ellos les permiten cosechar votos y voluntades. Nos movemos bien en las redes sociales, pero eso es para consumo interno, para convencidos o casi, para el resto, en una sociedad envejecida, burguesa y tradicional, las redes son obra del diablo. Lo segundo es aun peor, a los ojos de los que cuentan la realidad, y los que la dirigen, no tenemos organización ni liderazgo. Organización si. Liderazgo igual en exceso.
Eso es cierto, somos una mancha de aceite que se desplaza irrefrenable pero sin saber donde dar el tajazo para descabezarla, que ese es el problema.
Porque falta de organización y liderazgo no son sinónimos de falta de sentido, de causa, y de capacidad de solucionar la realidad. En eso estamos todos equivocados. La sociedad actual, y quizá las más antigua, tienen una concepción muy gregaria del hombre, en la que no podemos históricamente empecinarnos. “Tiene que haber un líder que dirija cualquier movimiento, un interlocutor valido que controle y dirija a las masas (que así serán más controlables)”.
Pues no, yo ya soy mayorcita. Se lo que es colaborar, se lo que es aportar, se lo que es coordinar, se, lo que es actuar con sensatez y responsabilidad. Como también se lo que es hacer las cosas por que si, por que el jefe-líder-cabeza pensante-y-sus-acólitos-lo-mandan. Pues no.
Pero la falta de esa organización clásica, que no es la única, no significa movimiento informe y descontrolado, carente de ideas. No es la única porque lo que hoy consideramos sagrada democracia no era así hace dos siglos, y la gente de entonces, me imagino, se murió de miedo la primera vez que Rousseau, Locke o Jefferson contaron sus planes.
Comprendo que los comerciantes de Sol se indignen porque durante cien días alguien acampe en su plaza y les machaque el negocio. Lo entiendo porque una casta de corruptos ha acampado en mi vida y llevo diecinueve años soportándoles y padeciéndoles.
¿Queremos destruir el mundo y sembrarlo de comunas autogestionarias?. Hombre, es una idea, pero igual no hace falta tanto. Cualquier “indignado” es consciente y valora todo lo bueno que la vida nos da, y que esta sociedad proporciona. Y toda la mugre que es preciso quitar.
No podemos mantener un sistema político que nos condena a elegir en listas cerradas, en el que solo podemos participar cada cuatro años, porque en medio estorbamos, salvo que vayamos de palmeros para hacer bulto en los mítines.
No queremos un sistema en el que las acciones, las decisiones y el gasto de los administradores de nuestra sociedad carezcan de control. Porque a la vista esta que no lo tienen.
Queremos una organización financiera en la que no sea posible que las empresas de dinero (los bancos) se coman nuestros ahorros sin que nadie lo evite, y luego tengamos que reponerlos entre todos.
Queremos una sociedad que organice la propiedad (la inmobiliaria, por ejemplo), en la que no sea posible que una familia acceda a una vivienda que debe pagar en tres veces el valor que el propio banco, el solo, ha tasado, y si solo pagas dos veces esa cuantía, te manden a la calle.
No queremos una administración que dilapida de tal manera nuestros recursos, que luego nos vemos abocados a, tras trabajar y pagar impuestos, trabajar más de voluntarios para proteger a nuestros vecinos, desde oeneges y otras asociaciones civiles y religiosas, porque están desamparados y abandonados por los poderes.
Queremos un sistema de impuestos justo, en el que un autónomo que crea empleo no sea sangrado y amedrentado por la inspección, mientras las SICAV y otras empresas fantasmas especulan y no aportan nada a la comunidad.
Queremos unos representantes que no se conviertan en faunos en cuanto pisan la moqueta del congreso y se introducen en el laberinto del congreso, pataleando por que les quitan una silla.
Imagen ElMundo
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