Los
doctrinarios del XIX ya realizaron en su momento una separación entre el
componente pasivo y activo del voto. Una distinción que no buscaba clarificar
la distinta naturaleza de ambos derechos, sino que abría la puerta a
triquiñuelas legales que alejaran del poder a quienes, menos dotados de poder y
dinero, podían así ser “discretamente” apartados de la escena política.
Los tiempos
de la igualdad y universalización de la cultura y la información nos han
transportado a una sociedad en que ambas partes del derecho a participar son
indisolubles, regresando a una sociedad en la que todos entienden el “contrato
rusoniano” en su plena integridad. Todos conocen, todos eligen, todos dirigen.
Las últimas elecciones en España y Francia, sin embargo, nos revelan que
quienes aspiran a dirigirnos tiene otra concepción de eso que hace dos siglos
se entendía como voto pasivo. Un concepto más cercano a entregar a la población
el soma de Huxley, que al esfuerzo de los elegibles por demostrar sus méritos y
su compromiso con el electorado, esto es, con el pueblo al que pertenecen.
No han sido
pocas las veces en las que desde estás páginas hemos intentado recabar la
opinión y la pedagogía de políticos, tantas como hemos encontrado el silencio,
la ambigüedad o la recepción de mensajes inescrutables o crípticos. Es la
inmediatez de la cosecha de votos, antes que el interés por crear una sociedad
informada y responsable. Ni tan siquiera el deseo de debate de los lectores fue
argumento.
Pero la
segunda causa de esa actitud es más preocupante. En palabras de un político
regional con quien hemos hablado y que prefiere mantenerse en el anonimato, para
que su discrepancia no le lleve a la tumba política, los partidos, a nivel
local, no poseen apenas cuadros, muchos candidatos ceden a la tentación de ir
en listas, ante el agobio a que les someten sus redes personales y familiares,
que convierten la petición de entrar en política, en un favor personal. Así las
cosas, los miembros disponibles para menesteres como transmitir el mensaje
político a los medios son pocos. Pocos teniendo en cuenta que debe ser alguien
con cierta formación, política y cultural, para poder escribir algo legible y
coherente, y con disponibilidad de tiempo, pues un reducido grupo debe
multiplicarse en actos, debates de televisiones locales y notas de prensa.
Y es que
siempre discutimos la necesidad de que la política no debe profesionalizarse,
pero ello también conlleva sus riesgos, partidos mudos, extremadamente
dependientes de la nomenclatura nacional, como nos explica Carlos Martínez
Gorriarán, docente, escritor y ex diputado de UPyD.
A ello hay
que unir circunstancias muy particulares de los partidos, como las rutinas
electorales, fuera de las cuales, cualquier novedad se les hace un mundo. Algo
curioso entre quienes predican ilusión, novedad, avance y progreso.
Y nos queda
el navajeo, el cainismo. Ese sentido tan español del compañerismo y que, en
este caso, nos lleva a que si logramos el compromiso de un político de hablar
con nosotros, siempre hay otro dispuesto a ponerle obstáculos, más que nada
para evitar que, si el proyecto sale bien esto no suponga el ascenso del que lo
apoyaba, y el arrinconamiento del que, por este motivo, ahora nos cerraba el
paso.
Y es que la
vida política es dura, más que una escalada sin oxigeno, y en un partido, puede
llegar a ser cruel. Puede que en una trainera todos boguen al unísono, y en
igual dirección, pero en los partidos no parece tan claro.
Pero el
concepto de pasividad no se agota ahí, amordazar el espíritu crítico, con más o
menos malas artes, y desactivar la rendición de cuentas, suelen ser otras
actitudes cotidianas en los partidos, en los que rara vez está bien vista la
oposición a las ideas del amado líder.
Y ejemplos
hay muchos. Tras el enfrentamiento entre dos facciones en el PP de Cantabria
las llamadas a la unidad de la nueva presidenta regional Mª José Saenz de
Buruaga no han evitado la marcha rebelde de parte de sus oponentes al no
aceptar el resultado o temer una purga. En podemos han sido más sinceros, la
limpieza de errejonistas tan solo no ha contado con el uso de los tradicionales
gulags, y no por ganas, si no por falta de transportes.
Los
antiguos tebanos planteaban sus comicios no solo como un proceso de elección de
cargos y reparto de dignidades, sino como un debate sincero y abierto sobre lo
que son, y lo que quieren ser, en un ejercicio de integración nacional en la
política y en un ejercicio de transparencia. ¿En qué convertido nosotros las
elecciones internas de los partidos? ¿Para qué sirven las elecciones en que los
ciudadanos eligen sus representantes en las instituciones?
Imagen Carlos
Martínez Gorriarán, expiduptado de UPyD, en su despacho profesional
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