Dicen que
España es tierra, como pocas, de mujeres grandes de espíritu y terca lucidez. Esa
fama de inteligencia y mando, sin menoscabo de un inmenso caudal de humanidad, atañe
a reinas, madres y maestras, que al final todas son mujeres. Accedió al timón de
este colegio hace unos cuantos años, tras algunos más de una callada e ingente
labor que hoy se percibe fundamental, y lo hizo pese a ser mujer, un don
convertido a veces en nuestra sociedad en un obstáculo. Se metió calladamente
en nuestras vidas desde aquel lejano día en que Lejona despidió de sus aulas a
quien el destino había prescrito para un laboratorio de biología molecular, hasta
que nuestro añorado Padre Graciano se cruzó en su camino y nos la trajo aquí.
De
impecable trayectoria profesional, posee la rara inteligencia de aquellas
personas dotadas de la facilidad para la prudencia y la cercanía, para la comprensión
y la firmeza. Y todo envuelto en un aire majestuoso que hacía de ella ser una
mujer respetada. Ante su presencia, las aulas callaban, no por miedo sino por
respeto y ante la expectación que despertaban sus palabras y sus enseñanzas. En
las juntas y claustros, a su palabra las demás callaban, no por miedo, si no expectantes
a quien con mesura y racionalidad exponía, con toda su majestuosa presencia el
camino a seguir. Y la seguíamos, sin una duda.
Recuerdo que
tras una selección a varios candidatos me contrataron en La Paz en septiembre de 1988 para
una sustitución de un año. Ella era la jefa de estudios y apenas cruzó conmigo
dos palabras en aquel año. No por ella, si no por el respeto que me despertaba
y que me hacia esconderme ante su presencia. Un año después, mediado septiembre
yo seguía sustituyendo. Era 19 de septiembre de 1989, martes. Yo entraba en mi
aula de 3ºA de BUP, mi primera tutoría, la primera del hoy pasillo de infantil.
Paso a mi lado y sin mirarme me dijo a un palmo de mi oído, “no volverá, ya
eres uno de los nuestros”. Tres pasos delante de mí se volvió y me dedicó una
sonrisa. Para mi fue una pesada losa aquella sonrisa, como al resto de sus alumnos
era el signo de que confiaba en mi, y no podía defraudarla. Las siguientes tres
décadas la losa creció. Nunca recibí un no, nunca una duda, nunca una
exigencia. Me apoyó, me apoyó y me siguió apoyando. Sin reproches ni
desaprobaciones, siempre dándome una oportunidad que no merecía, al igual que
con sus alumnos, a los que enseñaba, alentaba, escuchaba y entregaba, tanto que
su callada pasión por las personas te abrumaba. Esa era la razón del respeto de
todos, su capacidad para consensuar y dialogar sin limitaciones, para coordinar
y aglutinar entorno suyo, para abandonar toda veleidad de protagonismo. Y así
es Charo Cagigas.
No solo mantuvo
en pie un centro educativo casi centenario como La Paz , sino que le modernizó. Un
detalle, bajo su gobierno La Paz
se pusieron en marcha 86 programas de innovación y renovación educativa, se integró
en seis redes nacionales de centros que orientan su vocación hacia el
humanitarismo, la defensa de la cultura y los valores democráticos, obtuvo un
reconocimiento europeo, un premio nacional, 114 premios y menciones regionales,
y colocó a La Paz
a la cabeza de los centros cántabros en resultados académicos, convirtiendo al
centro en pionero en programas de gestión de calidad, lecto escritura, relación
con el entorno educativo o aplicación de las artes a la enseñanza escolar.
Y todo ello
gestionando cada día las virtudes y las miserias de todos los que nos asomamos
cada día a la vida, que es lo que más importa, de cientos de chicos y chicas
que depositaron en cada instante sus ilusiones en sus manos, de su equipo, que
confió su futuro en sus manos, sabedores de que aquella mujer de porte real y
palabras medidas nunca nos dejaría solos. Y todo ello casi siempre en la sombra,
dejando que otro se haga la foto. Y sin una mueca, ni un mal gesto. Con la misma
actitud de una madre, que ha sostenido el crecimiento de su hijo en noches sin
sueño y en días de lágrimas, y luego ve su triunfo desde lejos, desde la
discreción ausente de fama.
Gracias por
habernos hecho un hueco tan grande en tu vida, gracias por sostener en tu
regazo a esta comunidad, gracias por ayudarnos a construir nuestras ilusiones diarias,
gracias por tus silencios, y por tus gritos a media voz. Gracias por seguir
siendo hoy y cada día Charo Cagigas.
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