Trump y el
resto de Occidente, preocupados más por su ombligo, y rehenes de sus divisiones,
poco están haciendo por las gentes de Irán, o de cualquier otra parte del mundo
perdido actual. Pero eso no significa que el mundo este quieto. Un callado pero
incontenible movimiento de libertad y modernidad se abre paso en Irán, aun
cuando sea a palos.
La llegada
al poder de Hasán Rouhaní, y la vuelta a la intransigencia y el totalitarismo, tras
la breve primavera política que supuso Jatami, ha servido para despertar a una
sociedad civil, inquieta por el desafió de su gobierno a la comunidad
internacional. Tres esta siendo las claves de la conciencia social iraní. Las
mujeres, los jóvenes y los internautas.
Un ejemplo
es el reciente manifiesto de 600 mujeres, las llamadas “Madres de la Paz ”, que han osado expresar
públicamente su miedo a una guerra motivada por el programa nuclear de su país.
La denuncia y la preocupación por la guerra, no ha sido un hecho aislado. El
manifiesto ha sido secundado por intelectuales como el premio Nóbel Ebadí, y
por los activistas de motherspeace.blogfa.com.
Las Madres
de la Paz , pretenden
coordinar a todos los grupos que trabajan en Irán por la paz, destensando las
relaciones de Irán con la comunidad internacional, y son solo la punta del
iceberg de un movimiento mas amplio, conformado por grupos como “Un millón de
firmas por la igualdad”, un grupo muy extendido que ha desatado ya la violencia
represiva del gobierno, que hace unas semanas detuvo a sus lideres Jelve
Javaheri y Maryam Hoseinkhah, tras el previo encarcelamiento de Ronak
Safarzadeh y Hana Abdi en septiembre, en todos los casos acusadas de poner en
riesgo la seguridad del estado.
Pero estos
hechos no arredran a un creciente grupo de iraníes dispuesto a todo por
salvaguardar su libertad. Y en esa lucha los jóvenes estudiantes llevan el peso
del esfuerzo. Jóvenes como Marji, una joven iraní, criada en un liceo francés
de Teherán, que vio como la revolución islámica quebraba su mundo sumiéndola en
una oscura sociedad de pañuelos a la cabeza y segregación educativa. Marjaríe
Satrapi, que ese es su nombre, ha sobrevivido a la oscuridad impuesta por el
gobierno de los ayatollahs, y hoy es un icono para la juventud iraní. Autora de
obras maestras como “Persépolis”, un cómic autobiográfico, ha marcado desde su
exilio la historia de este genero (con sus casi 500.000 ejemplares vendidos en
todo el planeta), a la vez que influye a toda una generación de mujeres jóvenes
deseosas de expresarse y de vencer la represión de la República Islámica.
Un problema para el gobierno de un país en el que el 70% de sus 68 millones de
habitantes tienen menos de 30 años, y más de la mitad son mujeres.
La fuerza
del ejemplo de Marji debe ser fuerte, porque pese a la represión y a las limitaciones
laborales, de expresión y educativas, medio mundo se rinde a la creatividad y
el empuje de estas chicas. Los recientes festivales cinematográficos de Cannes
y San Sebastián han alabado a las mujeres persas, especialmente a la recreación
cinematográfica de “Persépolis”, o a la maravillosa obra de Hana Makhmalbaf, una
niña de 18 años, que triunfo en San Sebastián con su “Buda explotó por
vergüenza”, una película dura e intensa, nacida de sus vivencias y de la
escuela de cine que su padre levanto en Teherán. Una obra que ha triunfado en
medio mundo, y que ha chocado también en occidente con los mismos
convencionalismo que ella denuncia, de hecho, no pudo asistir al estreno de su
obra allí donde ganó (Locarno o Venecia), por estar vedada la asistencia a la
sala a menores de edad, por su crudeza., esa que ella ha vivido y ella ha
narrado.
Desde el
realismo fílmico, o desde la narración gráfica, es la muestra de una juventud
con ansias de contar y deliberarse, en un blog, una hoja de papel o una película.
Satrapi y
Makhmalbaf son también paradigma en su carácter. No pierden el tiempo en rodeos,
representan a una juventud de verbo volcánico e inquisitivo, gestos duros y
conversación densa. La vida ha hecho a estas mujeres de carácter fuerte, y de
convicciones clara. “El fanatismo se basa en la emoción; las preguntas, en la
inteligencia", diría Satrapi en el festival donostiarra hace dos meses. Ambas
representan a una nueva sociedad harta de fanatismos, pero amantes de su raíz y
sus tradiciones. Satrapi es visible en cualquier lugar con su gorra calada, su
piel cubierta de tela negra y su perfecto hablar persa. Culta, criada en
occidente como sus hermanos, todos con licenciatura, han asimilado todo aquello
no ajeno a la dignidad de la persona, rechazando lo que pone en cuestión su
cultura. Es lo que expresa la obra de Hana, que rodó su película en las cuevas
afganas cercanas a las estatuas de Buda que los talibanes destruyeron en 2001. La
película es un seguimiento continuo a una niña de cinco años que lucha por ir a
la escuela para aprender, mientras a su alrededor, día tras día, ve cómo otros
críos juegan a ser talibanes y soldados de la OTAN , secuestrando y matando. Niños como ella
misma ha dicho, que no son como los occidentales, estos nunca han visto en
directo la decapitación de sus padres y hermanos mientras sus madres les
alimentan.
Pero esa
forma de mirar su sociedad, y las penurias de su trabajo, siempre lastrado por
el intransigente gobierno iraní, no les hace perder una visión critica también
de occidente, y del trato a la mujer que aquí se observa. “En Europa no veo
muchas jefas en las empresas", explicaba Satrapi en una reciente
entrevista. O del comportamiento de los políticos, “Los políticos han destruido,
por ejemplo, Afganistán más que cualquier desastre natural". Y así son las
nuevas mujeres de Irán, persas, y al tiempo conscientes de que no hay
diferencias entre hombres y mujeres.
Pero no hay
que irse al mundo del cine, a los rebeldes exiliados, o a personajes de relevancia
internacional. Miles de historias cotidianas retratan esta realidad. Historias
como la Mara , una
joven terani de 22 años, que cada día elabora con mimo su peinado y retoca con
esmero su maquillaje de labios y ojos, que luego esconde tras un ceñido pañuelo.
No va a ninguna fiesta ni ocasión especial, se mima por ella misma, para
sentirse bien. Como muchos otros jóvenes de la capital a lo máximo que aspira
es a rondar por los pasillos de alguno de los centros comerciales del norte de
Teherán donde los jóvenes se dan cita los jueves por la noche.
Es toda la
libertad a la que pueden aspirar. Un encuentro con el otro sexo enclaustrado en
sus ropajes. No hay discotecas ni pubs, ni apenas tienen dinero para pagarse un
café o un refresco, y mucho menos ir de compras. Las pocas fiestas que se
organizan son caras y solo aptas para niños bien. Eso sin contar la constante
amenaza de la policía moral Además, desde hace unos meses, la policía de la
moral vigila más de cerca sus pasos.
Los límites
llegan hasta el deporte, muchas atletas o gimnastas deben cejar en su empeño de
mejorar o viajar al extranjero, pues los uniformes deportivos no respetan el
hiyab.
Son las
jóvenes de la generación “J”, la que nació con el poder del todopoderoso
Jomeini, y que fueron educados con el adusto Jamenei. Pero pese a ser de las
niñas educadas en el pañuelo y la sumisión, el influjo de occidente es
imparable a través de las televisiones satélite o Internet, lo que esta
haciendo de palanca de un cambio imparable y lleno de imaginación. Así, el
montañismo se esta convirtiendo en una de las actividades preferidas por los
jóvenes. En las montañas, en esos largos paseos, no hay policía ni guardianes
de la moral.
Pero pese a
todo, la coordinación entre estas sensibilidades e iniciativas es difícil, pues
no hay medios de comunicación entre ellos. Un ejemplo son los libros de Azadeh
Moaveni, la autora de “Lipstick Jihad” (La guerra santa del pintalabios”). El
libro es un retrato de una juventud al riesgo de convertirse en una generación
angustiada y hedonista, retratada a partir de las experiencias de la propia
Moaveni, una treinteañera a caballo entre el cumplimiento de sus tradiciones y
la marca de la sociedad estadounidense donde cumple su exilio desde el triunfo
de la revolución de 1979, que ha abandonado sus comodidades californianas para
volver como periodista a Irán, descubriendo a una sociedad subterránea de
opositores y disconformes, para las que llevar un pintalabios en el bolso es un
acto de rebeldía. Un libro imposible de adquirir libremente en Irán.
Pero lo que
si es posible leer son los 64.000 blogs escritos en persa (retratados en el
libro de Moaveni We are Iran: The persian blogs) que luchan y se revelan contra
una nueva sociedad que deambula entre el integrismo y las lujosas fiestas de la
elite, los clubes náuticos, y la degradación familiar de los nuevos ricos. Un
riesgo evidente de autodestrucción.
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