Suena de fondo una canción de Manolo García, mientras deambulo por mi ciudad. El sol es tímido y tibio y apenas me da el calor que necesito. Camino envuelto en mis recuerdos que se han convertido en una pesada clámide.
Pienso en ti, como cada día, sin encontrar respuestas. Me viste crecer, mientras yo te admiraba. Caminaste, mientras yo te seguía. Enseñaste, mientras yo aprendía.
Fuiste en aquellos años mi amiga, mi apoyo, mi defensora, mi confidente, mi paciente protectora.
Me seguiste mientras exploraba el mundo. Te seguí mientras abrías caminos. Y un día me quede sin ti. En esa soledad hiriente que abre el abandono y la incomprensión.
No hay mayor dolor que aquel que la vida nos inflige a través de nuestros hijos. Pero no te encontré. La parca hirió a mi compañera, pero tú no estabas. Te necesite cuando una oscura noche me arrastró al tártaro y me encadenó a sus columnas. Pero no te vi. Aun hoy busco a ratos una vida perdida, pero no te encuentro.
Dicen que el dolor se cura con los reencuentros. Dicen que las lágrimas se secan con un abrazo. Dicen que la amistad siempre deja un rescoldo. Pero en realidad, la distancia lo mata todo y el tiempo, cuando se prolonga, deja en nuestras almas un inservible erial. La vida no es un viaje de ida y vuelta, lo que vas dejando por el camino, por mucho que duela admitirlo, se pierde para siempre, y con ello, buena parte de nosotros mismos.
Es apenas medio día mientras sigo con mis trasiegos diarios. En realidad pasos sin rumbo. Miro a tu ventana, como tantos días y vuelvo a escuchar a Manolo García, quedamente, en la lejanía: “¿Dónde estabas entonces, cuando tanto te necesite?”
No hay comentarios:
Publicar un comentario