El mejicano
Guillermo Arriaga acaba de recibir el Premio Alfaguara por una obra
constantemente marcada por obsesiones como la violencia, la muerte, la
redención o la perdida. Rasgos que definen su “Salvar el fuego”, la novela que
le ha permitido ganar este premio, como podría haber sido otra, dada la
terquedad del autor en sus temas, sus hilos argumentales y sus tramas,
perfectamente definidas por sus historias entrelazadas y saltos en el tiempo. Las
mismas características que han hecho de sus versiones cinematográficas pequeñas
obras maestras, caso “Amores Perros” o “21 gramos ”.
Pero
Arriaga no es nuevo en el oficio, ya en los 80 deslumbró con sus primeros
cuentos, en aquel prodigioso Retorno 201 que los recogía, marcando el camino
literario del autor y esos caracteres que no le han abandonado.
Discípulo,
como el mismo se considera, de Faulkner, es famosa la anécdota en la que, en
sus años de profesor universitario, le dijo a sus alumnos que al día siguiente
invitaría a un autor especial y que por favor llevaran comida y bebida para
acompañar la conferencia. Al entrar al aula, apareció con una foto enmarcada de
Faulkner, lo colocó encima de la mesa y por los altavoces de un ordenador les
puso el discurso de recepción del Nobel en 1949.
Como
Faulkner, el gran creador de novelas intrincadas y corales, Arriaga define la
buena literatura como aquella que es capaz de expresar con toda poesía, pero
con toda crudeza los problemas del corazón humano y los conflictos del ser
humano consigo mismo. Un pensamiento que no solo ha heredado del autor del “El
ruido y la furia”, si no de autores reconocibles y universales como Shakespeare,
Hemingway, Rulfo, Stendhal o Dostoievski .
Y eso, pese
a ser una virtud, le ha proporcionado muchos problemas e injustas
marginaciones, en un mundo cultural tan “cínico y mercantil”, como el expresa
con amargura. Pero eso no le ha arredrado, ni le ha hecho engañar a su
literatura con sus devaneos cinematográficos. Él sigue fiel a las grandes
preguntas humanas y las relaciones entre las personas.
Uno de sus
amigos, el gran escritos mejicano Julian Herbert le ha definido siempre como un
trabajador incansable en pos de la riqueza del lenguaje y la técnica literaria,
algo que persiste en el premiado, pese a mantenerse casi dos décadas más
pendiente de acabar sus guiones que de empezar sus libros.
Su regreso
estuvo marcado por un libro al alcance de la maestría de unos pocos: “El
Salvaje”, que en 2017 nos regalo 700 páginas de una narrativa obsesiva, un
ritmo narrativo vigoroso y un claro sesgo autobiográfico que le mantuvo atado a
su mesa cinco largos años de parto.
Atrás quedaron
sus éxitos cinematográficos como “Babel” y su matrimonio con el director Alejandro
González Iñárritu, con quien obtuvo un oscar y puso al cine mejicano en primera
plana. Pero el maestro ha vuelto al papel encuadernado, y parece que mucho
tiempo, pese a que alguno lo dudo cuando en 2008 puso en las pantallas su primera
obra como director ”The Burning Plain”.
Pese a
convertirse nuevo en un eremita de la literatura no son pocos los que alaban su
gran contribución al cine moderno, como Maruan Soto, que alaba su técnica
basada en universos paralelos que se funden”.
Pese al
adjetivo de su obra “Salvaje”, no hay que equivocarse. Arriaga tiene un talento
especial para encontrar lo conmovedor y lo sublime que posee el hombre y la
violencia que genera.
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