Me gusta escribir. Pocos saben que tengo un libro en el mercado (descatalogado), otro junto a varios autores y decenas de artículos sobre educación e historia en revistas y webs especializadas.
Pero eso era antes. Ahora escribo por necesidad. La doctora Aparicio dice que me cuesta manifestar mis sentimientos y eso hace que la gente saque a veces conclusiones sobre mí que pueden ser equivocadas, por lo que debo hacer un ejercicio de transparencia y comunicación. Lo malo es que la doctora Pelayo y sus pócimas se afanan en borrar mis recuerdos para no pensar, para no recordar, para no obsesionarme. Y de eso saben muchos mis niños y la impresentable tendencia a no recordar sus nombres.
Hay quien piensa, y razones sobradas tendrá, que soy un hombre poco empático y comunicativo. Solitario, osco, desagradable, egolatra, impulsivo, rastrero, ambicioso y más pendiente de sus logros y hechos que de las personas y sus sentimientos.
Para ellos, mi escasa capacidad para perdonar, hablar, arreglar y solucionar es proverbial e identifica claramente un perfil: mala persona, mal compañero. Dicen que soy persona de una sola vez. Si cometo un fallo buscaré, aunque me costará, la manera de arreglarlo. Pero si soy perjudicado, no habrá perdón posible, romperé puentes, abriré zanjas y tejeré una red de silencios sobre esa persona hasta hacer que en mi cabeza ya no exista.
Lo que es obvio que si varias personas piensan así un mucho de verdad debe haber en tal juicio. Y con los adultos puede tener más remedio, con soslayar a ese infame es suficiente, pero con los niños esos errores son tremendos, porque marcan vidas. Y han sido muchos errores.
Pedir perdón no siempre es suficiente y hacer propósito de enmienda no arregla el pasado, sobre todo para quien ya no está y te sufrió durante mucho tiempo.
Es cierto que tengo tres cuentas pendientes y en esta vida o en la otra, alcanzare mi ansiada venganza, no por mi, si no por el daño que han hecho a los míos.
Pero en lo demás, solo tengo palabras de agradecimiento. Son muchas, muchas, las personas que me han querido, que me han apoyado, que me han tendido su mano, que me han ayudado a crecer y mejorar. Niños, jóvenes y mayores. Y yo no he pagado adecuadamente esa deuda. Daré esa imagen, no lo niego, pero yo no quiero ser así, no es justo ser así con los que me rodean. Y me queda poco tiempo para ir hasta cada uno, y pedir perdón y escuchar sus agravios y decirle lo importante que ha sido en esta media vida que he compartido con ellos. Me gustaría estar con cada uno de mis alumnos en estos 32 años, y uno a uno pedir perdón por aquello que dije o que me calle, por aquel momento en que no estuve, por aquel lugar en el que no nos vimos.
Me quedo con esa foto de julio del 2008, en El Escorial, compartiendo una merienda con mis compañeros. Riendo con las ocurrencias de Blas y de Moncho, la fina ironía de Fermín, escuchando los quehaceres de Mercedes o de Chiti ….. Pero yo no estoy en la foto. Nunca estoy, quizá porque me gusta que el protagonismo sea de otros, quizá porque me he pasado la vida huyendo. De mi, y de ese perfil de malo, que algunos me achacan. Nunca he querido hacer daño, solo ser discretamente útil y ensalzar todo lo valiosos que sois.
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