Hace cuatro
meses nos propusimos construir un retrato de aquellas personas que cada día
luchan por los demás. Por esas personas que no son de ninguna parte y son de
todos los lugares. Hombres y mujeres expulsados de su tierra, apartados de su
vida y alejados de toda esperanza que un día cogieron un atillo y lo que
quedaba de su vida y comenzaron un viaje a ninguna parte, como en aquella
película de Fernán Gómez.
Hemos
hablado, para conocer su esfuerzo por ellos, con Esteban Beltrán de Amnistía
Internacional, con Ana Uría del Consejo de la Abogacía , con Luís
Pesquera del turno de abogados de extranjería, con Dámaso Ruiz de Cáritas de
Cantabria, con Ana Losada, con José María Arroyo, con Maika Lavín. Con muchos
voluntarios, con gente que aporta ideas, con gentes que dirigen, con personas
que actúan y que no quieren que se sepa su nombre. Y en ninguno hemos
encontrado su historia, porque no nos la han contado, a ellos solo les importa
la de los otros.
Ana nos
relataba “Yo acuso”, una impresionante campaña de periodistas como Lorenzo Mila
o Gervasio Sánchez que denuncian lo que hacemos, o más bien lo que no hacemos
por ellos, por quienes llaman a nuestra puerta y entre nuestro silencio
malviven entre nuestras sombras. Y por eso hemos querido contaros su historia,
sus pequeños relatos, sus grandes ilusiones. Y pese a todo sus sonrisas, las de
esos 65 millones de personas que han tenido que huir de sus hogares y hoy necesitan
que les alberguemos en el nuestro.
Son
historias como las del iraqui Sajad Al-Faraji que, con quince años, y postrado
en su silla de ruedas emprendió el camino a Europa. La de Iman, envuelto en el
frío y la miseria del vergonzoso campo de refugiados de Idomeni. De Aladín, que
se jugó la vida cuando venía desde Siria, lanzándose al mar para rescatar a un
niño y una mujer con peor suerte. De Jeana Beral que tras la muerte en Centro
África de su marido y de que la guerrilla, una cualquiera arrasará Daga, su
pueblo, ha recorrido cientos de kilómetros con sus hijos a hombros para
refugiarse entre la miseria del Chad. Del maliense Iboun que tuvo que escapar
de su ciudad, Gao, para evitar la sharia y el reclutamiento por los yihadistas
y que, acampado en Marruecos, muestra las marcas eternas de las cuchillas que
protegen Melilla y que ha intentado salvar varias veces.
Es la
historia de Karim que ha recorrido 12 países y ha esquivado la muerte diez
veces desde aquel lejano día en que escapó de Alepo, hasta su llegada a
Barcelona, donde vive con su amor, con fadua, entre clases de español y sueños
de una vida mejor. De Suleika, que huyó de Somalia para evitar que sus hijos
acabaran reclutados a la fuerza en la guerrilla. Es la historia de Nya Thierry,
apaleado en Camerún, robado por la policía nigeriana, apaleado por la policía
marroquí, mutilado por la valla de Melilla y que hoy, en Torrelavega, trabaja,
colabora en la de la Asunción ,
va a clase y espera el día en que pueda ser legal y no deba esconderse.
Es la
historia de Zeinam, a quien las bombas del régimen sirio destruyeron su casa y
que se ha arrastrado por los campos de refugiados de Turquía, Macedonia y
Grecia, pero que muestra con alegría a sus cuatro hijos acurrucados en una
manta gris, por que duermen bajo el cielo libre de Europa. La de Morad, huido
de Marruecos para escapar del acoso público y las palizas de la policía por ser
homosexual.
Y es la
historia de Hamzi, desertor del ejército sirio por negarse a matar a sus
compatriotas y ser cómplice, como lo somos nosotros, de un genocidio. Embarco
en Turquía, acorralado por el miedo de sus 55 compañeros de viaje.
Son
historias que recalan entre nosotros para vivir en muchas ocasiones otro
infierno provocado por sistemas de acogida y asilo arbitrarios, obsoletos e
inhumanos, como nos describe Esteban Beltrán, de AI, porque condena a las
personas a la marginalidad, la indigencia y al rechazo social.
Con el
respaldo moral de estas historias, AI y el Consejo de la Abogacía han pedido que el gobierno español reforme la
ley de extranjería y las normas de asilo para adecuarlas a los estándares
internacionales, se les presente una acogida digna y se evite situaciones de
limbo jurídico como los que se viven en Ceuta y Melilla o en cualquier otra
ciudad española donde los que llegan a España a través de las ciudades
africanas son soltados muchas veces “a su suerte”.
Si alguna
de estas historias que hemos contado llegan (como ha ocurrido) a España, se
encontrarán con limitaciones de movilidad, dificultades para acceder a los
papeles de residencia o la amenaza de la detención, incluso si son alguno de
los pocos privilegiados por las medidas de reasentamiento y reubicación del
gobierno.
Pero cuando
Beltrán habla de discriminación fundamenta su afirmación en que no todas las
nacionalidades sufren los mismos obstáculos. De hecho, el Comité para la Eliminación de la Discriminación Racial
de Naciones Unidas, en su último informe sobre España, ha denunciado la
lentitud o silencio administrativo en las solicitudes de asilo de personas
provenientes de zonas de conflicto del África subsahariana, Palestina o
Ucrania.
Hoy, como
cada día, tenemos una oportunidad de ser humanos. Y si aún te quedan dudas, no
dudes en mirar esta exposición del Consejo de la abogacía. Te hará más humano.
Puedes
visitar todas las historias que ha recoplilado el Consejo General de Abogacía
aquí.
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