miércoles, 9 de mayo de 2018

Once historias que son miles



Hace cuatro meses nos propusimos construir un retrato de aquellas personas que cada día luchan por los demás. Por esas personas que no son de ninguna parte y son de todos los lugares. Hombres y mujeres expulsados de su tierra, apartados de su vida y alejados de toda esperanza que un día cogieron un atillo y lo que quedaba de su vida y comenzaron un viaje a ninguna parte, como en aquella película de Fernán Gómez.


Hemos hablado, para conocer su esfuerzo por ellos, con Esteban Beltrán de Amnistía Internacional, con Ana Uría del Consejo de la Abogacía, con Luís Pesquera del turno de abogados de extranjería, con Dámaso Ruiz de Cáritas de Cantabria, con Ana Losada, con José María Arroyo, con Maika Lavín. Con muchos voluntarios, con gente que aporta ideas, con gentes que dirigen, con personas que actúan y que no quieren que se sepa su nombre. Y en ninguno hemos encontrado su historia, porque no nos la han contado, a ellos solo les importa la de los otros.

Ana nos relataba “Yo acuso”, una impresionante campaña de periodistas como Lorenzo Mila o Gervasio Sánchez que denuncian lo que hacemos, o más bien lo que no hacemos por ellos, por quienes llaman a nuestra puerta y entre nuestro silencio malviven entre nuestras sombras. Y por eso hemos querido contaros su historia, sus pequeños relatos, sus grandes ilusiones. Y pese a todo sus sonrisas, las de esos 65 millones de personas que han tenido que huir de sus hogares y hoy necesitan que les alberguemos en el nuestro.

Son historias como las del iraqui Sajad Al-Faraji que, con quince años, y postrado en su silla de ruedas emprendió el camino a Europa. La de Iman, envuelto en el frío y la miseria del vergonzoso campo de refugiados de Idomeni. De Aladín, que se jugó la vida cuando venía desde Siria, lanzándose al mar para rescatar a un niño y una mujer con peor suerte. De Jeana Beral que tras la muerte en Centro África de su marido y de que la guerrilla, una cualquiera arrasará Daga, su pueblo, ha recorrido cientos de kilómetros con sus hijos a hombros para refugiarse entre la miseria del Chad. Del maliense Iboun que tuvo que escapar de su ciudad, Gao, para evitar la sharia y el reclutamiento por los yihadistas y que, acampado en Marruecos, muestra las marcas eternas de las cuchillas que protegen Melilla y que ha intentado salvar varias veces.

Es la historia de Karim que ha recorrido 12 países y ha esquivado la muerte diez veces desde aquel lejano día en que escapó de Alepo, hasta su llegada a Barcelona, donde vive con su amor, con fadua, entre clases de español y sueños de una vida mejor. De Suleika, que huyó de Somalia para evitar que sus hijos acabaran reclutados a la fuerza en la guerrilla. Es la historia de Nya Thierry, apaleado en Camerún, robado por la policía nigeriana, apaleado por la policía marroquí, mutilado por la valla de Melilla y que hoy, en Torrelavega, trabaja, colabora en la de la Asunción, va a clase y espera el día en que pueda ser legal y no deba esconderse.

Es la historia de Zeinam, a quien las bombas del régimen sirio destruyeron su casa y que se ha arrastrado por los campos de refugiados de Turquía, Macedonia y Grecia, pero que muestra con alegría a sus cuatro hijos acurrucados en una manta gris, por que duermen bajo el cielo libre de Europa. La de Morad, huido de Marruecos para escapar del acoso público y las palizas de la policía por ser homosexual.

Y es la historia de Hamzi, desertor del ejército sirio por negarse a matar a sus compatriotas y ser cómplice, como lo somos nosotros, de un genocidio. Embarco en Turquía, acorralado por el miedo de sus 55 compañeros de viaje.

Son historias que recalan entre nosotros para vivir en muchas ocasiones otro infierno provocado por sistemas de acogida y asilo arbitrarios, obsoletos e inhumanos, como nos describe Esteban Beltrán, de AI, porque condena a las personas a la marginalidad, la indigencia y al rechazo social.

Con el respaldo moral de estas historias, AI y el Consejo de la Abogacía  han pedido que el gobierno español reforme la ley de extranjería y las normas de asilo para adecuarlas a los estándares internacionales, se les presente una acogida digna y se evite situaciones de limbo jurídico como los que se viven en Ceuta y Melilla o en cualquier otra ciudad española donde los que llegan a España a través de las ciudades africanas son soltados muchas veces “a su suerte”.

Si alguna de estas historias que hemos contado llegan (como ha ocurrido) a España, se encontrarán con limitaciones de movilidad, dificultades para acceder a los papeles de residencia o la amenaza de la detención, incluso si son alguno de los pocos privilegiados por las medidas de reasentamiento y reubicación del gobierno.

Pero cuando Beltrán habla de discriminación fundamenta su afirmación en que no todas las nacionalidades sufren los mismos obstáculos. De hecho, el Comité para la Eliminación de la Discriminación Racial de Naciones Unidas, en su último informe sobre España, ha denunciado la lentitud o silencio administrativo en las solicitudes de asilo de personas provenientes de zonas de conflicto del África subsahariana, Palestina o Ucrania.

Hoy, como cada día, tenemos una oportunidad de ser humanos. Y si aún te quedan dudas, no dudes en mirar esta exposición del Consejo de la abogacía. Te hará más humano.


Puedes visitar todas las historias que ha recoplilado el Consejo General de Abogacía aquí.

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