jueves, 10 de mayo de 2018

El año del master



Desde hace semanas, Cristina Cifuentes, y algún personaje más, persisten en su lanzamiento masivo de bombas de protones a la universidad, en todo un máster que ha descubierto a muchos españoles el curioso reino animal de esta institución.


Frente a las continuas críticas es justo decir que no todo funciona mal y que hay mucha gente empeñada en hacer las cosas de forma razonable pero...

Con la llegada del Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) suponíamos que podríamos alcanzar un marco general de estudios y formación de nivel universitario que, al margen de modificar la nomenclatura, transformaría un régimen rígido y poco adaptado a la realidad laboral e investigadora, en enseñanzas más abiertas, adaptadas y flexibles, favoreciendo y dando recursos al alumno para construirse un itinerario más eficiente y lustroso.

Tiempo después se van cayendo del guindo los últimos románticos. Pese a que organismos como la ANECA o el SUG deberían haber evitado duplicidades en las titulaciones, garantizado la existencia de itinerarios claros y grados homologados, nos encontramos en un panorama muy distinto.

A día de hoy es difícil aclararse sobre un listado de titulaciones oficiales en España. La página del MEC ofrece un listado, no siempre actualizada, con títulos educativos que conducen (teóricamente) a iguales niveles de formación (vamos, que son la misma carrera) y que aparecen en distintos lugares de España con denominaciones diferentes, o con idéntico nombre, pero con planes de estudio tan divergentes que un traslado resulta imposible o tan extremadamente caro, en términos de repetición de asignaturas (sí, repetición, pues al no convalidarte créditos debes volver a hacer lo mismo), que la cacareada movilidad se hace inalcanzable, ante la nula información de las instituciones. Además.

Ni secretarias, ni defensor del estudiante, ni vicerrectorado ni delegaciones de estudiante. Nadie sabe nada, o si lo saben las versiones no coinciden que es peor.

El viejo dicho de que es más fácil cambiarse de país que de provincia cobra aquí toda su sangrante dimensión, como nos explican varios estudiantes cántabros repartidos por el país.

Un defecto de la coordinación de títulos y programas, que se extiende, como todo buen estudiante de EBAU sabe, a los procesos de admisión. Las listas no están unificadas (véase el follón de medicina, con gente apuntada en cincuenta listas a la vez, con lo que nunca sabes dónde estás ni en qué puesto, ni si factible que te admitan, hasta iniciado el curso) los parámetros para la prueba específica de EBAU, la que permite subir nota examinándose de áreas vinculadas a tus estudios no son los mismos en toda España, y la información para que tú, como estudiante de bachillerato, elijas y te organices está desperdigada, y es cambiante, mes a mes, con lo que nunca sabes con qué carta quedarte.

Algunas comunidades autónomas están poniendo en marcha agencias para controlar el sistema de acceso, regular pruebas y titulaciones, garantizar la viabilidad de los estudios y dar estabilidad al sistema. Pero eso, lo hacen algunas, no todas, con lo que la unidad de derechos se resiente, hasta sucumbir.

Muchos alumnos se han quedado fuera en este curso de sus primeras opciones de estudio. Algunos por aspirar a grados con notas de corte siderales, otros porque moribundo en las listas de espera decidieron coger otro tren, y luego el suyo paso, pero no sabían cómo anular matrículas y cambiarse en medio de ese laberinto que conforma la burocracia palatina, y que nadie o casi nadie te explica. Otros están fuera del sistema porque en septiembre no te admiten si apruebas EBAU y bachillerato tras el verano.

La pregunta es obvia. ¿Por qué mantenemos un sistema de convocatorias en Septiembre que es inútil, que retrasa el comienzo del curso universitario, que hace que haya alumnos que se incorporan en Noviembre y que, sin embargo, deja con la miel en los labios a los que, incluso con nota adecuada (porque la subieron en esa convocatoria, por ejemplo), no han entrado en listas entonces? ¿Por qué?

Pero la ineficiencia universitaria no solo alcanza a los grados. Tampoco los máster se salvan de la quema. Hay zonas donde hay más máster que alumnos. Hay territorios donde, y mira que se negó, la oferta está marcada y al servicio de las empresas, que también debe ser así, pero no solo. Hasta el punto de que algunos rectorados establecen la necesidad de tener financiación externa garantizada. La misión de la universidad, sus objetivos no son los mismos que los de la formación profesional, ni debe mirar solo al mercado de trabajo a corto plazo. Por no extendernos en nuestros fines, la investigación es un reto, y la universidad pública debe atenderlo. Por eso debemos tener títulos en todas las ramas del conocimiento, pero con claridad.



La oferta de cursos en formación de posgrado sigue siendo en España amplia, confusa y poco homologable. / (D. IGLESIAS)


Y ese es otro campo donde el localismo gana. Cada universidad ha tendido a desarrollar programas de investigación e infraestructuras propios. Herramientas pequeñas o, en el mejor de los casos, dependientes de organismos y alianzas internacionales, cuyos beneficios poco van a dejar en la economía y la sociedad de su entorno. Para ser un país puntero y evitar la fuga de estudiantes cuya formación ha costado años y millones hay que apostar por aprovechar nuestras sinergias y potencialidades. Hay que impulsar grandes infraestructuras, si queremos estar en primera división, pero ese coste debe ser asumido por varias universidades españolas, y sus beneficios también. Pero muchas de esas universidades, complementarias y potencialmente colaboradoras, son rivales. Porque, trabajar en equipo requiere sacrificios, pasos para compartir y crear equipos variados y de origen heterogéneo. Además, la distancia da independencia, y eso no se quiere, los departamentos quieren mantener el control de sus programillas y atar en corto las tareas de dirección.

A nadie extraña que un médico no sea elegido entre sus pacientes, o un entrenador de baloncesto entre sus jugadores, porque impide la imprescindible independencia, y porque no es motivo suficiente estar enfermo para saber curar. Ese razonamiento no es valido para la universidad pública, para la que lo que importa no son las necesidades sociales, sino la satisfacción de intereses internos (mantenimiento del peso de los grupos de presión, departamentos, colectivos, etcétera).

Hasta ahora se ha defendido esa situación bajo el peregrino argumento de la necesaria autonomía universitaria. Pero con eso nos hemos cargado el gobierno eficiente. Y la llegada de estudiantes a los órganos de gobierno nos ha sacado algo del bache. Algo. Porque muchos miembros de los equipos rectorales están allí para ayudar, otros tienen buenas intenciones, pero carecen de apoyo, tiempo y recursos, y otros, directamente van a medrar, y han salido con los votos de cuatro amigos, ayudándose en la proverbial pasividad y desidia del alumnado en su gobierno. Resumen, un gobierno universitario retorcido, burocrátizado, crítico, complejo y sobredimensionado que vive de silencios comprados a golpe de subvención para asociaciones como “el club de los ositos amantes de la aurora boreal”, mientras mentes privilegiadas mendigan con treinta años una beca.

Y no dudo que en los órganos de gobierno e investigación haya grandes profesores e investigadores. Pero eso no tiene nada que ver con que no tengan ni experiencia directiva ni formación en gestión. Mucho deberíamos aun aprender de modelos como el anglosajón, donde responsabilidades académicas y educativas están separadas y especializadas.

Y si el factor humano es importante, el material también. Poco podemos investigar, crecer y formar en organismos poco habituados a mezclarse y pedir ayuda a la sociedad que les rodea. Poco dados a intercambiar docentes e investigadores, a compartir equipos. Un Erasmus de alumnos debería así, contar con una mayor movilidad de equipos, capaces de desplazarse de un campus a otro. Pero hay que gente que considera su plaza sagrada e intocable, no puede irse seis meses y dejarla en manos de otro. Y, además, eso obligaría a las universidades a abrir centros de investigación en el propio campus, apartamentos para profesores y postgrados, laboratorios y medios materiales que son la única manera de garantizar la libre circulación de conocimiento, estudiantes y profesores universitarios.

Pero no hay equilibrio entre gastos de gestión e inversión, no se ha conseguido equilibrar residencias y lugares de investigación y desarrollo, no se han abierto las autoridades a soluciones flexibles, como crear convenios con la iniciativa privada, que permita que convivan colegios mayores con residencias privadas promovidas y gestionadas sobre suelo público o privado. Eso sin contar que muchas instalaciones están usadas por profesores o instituciones desfasadas de forma vitalicia, con lo que es un capital físico muerto. O que el diseño de algunas facultades impide su ampliación o modernización (algunas de Bilbao están en medio de un monte), o que los horarios de cierre de los campus ahogan toda vida cultural en ellos.

Como comprenderéis, visto todo en su conjunto, lo del máster de Cifuentes es feo, pero hay fealdades más ofensivas. En fin, continuaremos luchando contra molinos, que es lo que enseña el Quijote, el manual de instrucciones de un país onírico.


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