El cine
negro americano nos ha enseñado que el malvado siempre estuvo en el lugar del
crimen. Y además vuelve. Oslo fue aquella tardes de 2010 el ejemplo máximo de
que tal aserción es incorrecta. China nunca estuvo, y como diría aquel, ni se
la espera.
Esa fue la
causa de esta desoladora imagen, una silla vacía, una medalla oculta, una voz
silenciada.
Liu Xiao Bo
debería haber estado aquel viernes en Oslo, pero el régimen chino le impidió
recibir el Nóbel de la paz 2010, castigado como estaba por haber sido el
instigador de la carta 08, una manifiesto que reclama libertad y derechos
civiles para la, quizá ya, mayor potencia del planeta, para la mayor cárcel del
mundo.
Pero,
además de la evidencia de que Xiao estaba preso, y para el resto de sus días, y
que China es un santuario a mayor gloria del 1984 de Orwell, la imagen dejó
claro lo que ya sabíamos y wikileaks nos desvelaba cada día en ese interminable
río de confidencias que como una losa nos machaca cada día.
Las
relaciones internacionales poco han cambiado desde los tiempos de las luchas
entre guelfos y gibelinos, y su corazón sigue siendo un garrote.
Dispuesta a
que la ceremonia se devaluase y el escarnio público de ver como la comunidad
internacional denunciaba su política en las carnes de Xiao, China desplegó una
actividad frenética para que pocos fueran a hacer el coro al acto.
Pero por
encima de eso la ausencia al acto de países de la calaña de Marruecos, Rusia,
Corea, Venezuela o Cuba, demuestra que las palabras de Cui Tiankai describen a
la perfección lo poco que hemos avanzado en las relaciones internacionales y en
la construcción de un espacio común de convivencia entre los pueblos, “los
gobiernos del mundo tienen que escoger entre desafiar al sistema judicial chino
o tener relaciones responsables con China. Si hacen la elección equivocada,
tendrán que soportar las consecuencias”.
Ahí es
nada. Esa es la ley internacional para China que debe imperar en una comunidad
formada por “payasos orquestando una farsa”, según el gobierno de Pekín.
Lo malo es
que pese a la retórica libertaria y las exigencias democráticas del secretario
del Nóbel noruego, Ger Lunderstar, las potencias occidentales, supuestamente
garantes de un orden internacional basado en valores humanos universales, vieron
en aquel año el acto como una incomoda obligación derivada de sus preceptos
constitucionales y de las exigencias de sus votantes. Una actitud exigible pero
peligrosa ante la creciente dependencia y supeditación económica a la potencia
asiática. Una supeditación que influyó en el ánimo de Colombia y Filipinas
necesitados de jugosos contratos con China, o en el Marruecos, necesitado de
aliados en el Consejo de Seguridad de la
ONU para salvar su problema en Sahara, o en el de Corea del
Norte, que solo existe por China, o en el de ..
Pero los
asistentes no fueron muy distintos. El mismo Obama que pedía tímidamente la
libertad de Xiao Bo, calificándole de “valiente portavoz para el avance de
valores universales a través de métodos no violentos y pacíficos”, hizo en la
sombras lo posible para agradar a China, y que esta colaborase en los espinosos
conflictos asiáticos y en la guerra de divisas, que sostiene la entonces
segunda administración demócrata.
Europa y
EE.UU han justificado siempre este juego a dos bandas, el del interés económico
y el de la defensa de las libertades en el hecho de que China se encuentra en
el umbral de los 6,000 dólares per capita, nivel de renta y prosperidad que
debería, por si solo, provocar unos cambios sociales suficientes como llevar a
China suavemente hacia la democracia.
Sin embargo
el tiempo pasa y las cuentas no salen. Pekín sabe también como evoluciona la
historia, y que la riqueza trae sus consecuencias, y que a medida que la gente
llena el estomago se acuerda más de su cerebro, y hasta de su alma. Y por ello
el partido comunista chino ha sabido siempre jugar sus cartas, el nacionalismo,
y la supeditación de la conciencia colectiva a las tradiciones, esto es, a la
sumisión.
Como hizo
con las protestas por el Tibet antes de la Olimpiada , Pekín ha sabido siempre presentar a Occidente
como el malo envidioso que acecha el progreso chino, a la UE como la amenaza a sus
exportaciones y, entonces, al Nóbel como al que mancha el honor nacional, cuando
es al reves, Europa teme al dragón.
Y ante
ello, Europa no hizo nada. Y hoy sigue sin hacerlo. Grito y gritará en voz
baja, bajará la cabeza y dejara que otros como Liu se mueran de asco en su
miserable cárcel.
Meses después,
el presidente chino Hu Jintao llamó por teléfono a Zapatero, como a otros
mandatarios, para llamarle a capitulo y exigirle recortes, a fin de que nuestra
caída no les afectara.
Ese
desparpajo nos ha faltado a nosotros para pedirle al chino un poco de vergüenza
y algo más de respeto a los derechos de las personas.
Como
escribía Santi González, es evidente que cualquier reyezuelo de la UE no es el Dutton Peabody de
'El hombre que mató a Liberty Valance', así que nuestros esfuerzos siempre
estarán dispuestos a romper la posición común europea ante la dictadura de
Castro, o a bajar la cerviz ante Marruecos o a lamer las nalgas de Maduro. Pero
ante China, solo cabe el silencio, y en voz baja.
Hace meses
que murió Liu. No son tantos, pero los suficientes para que sobre su sombra caiga
el silencio. Yo me niego a que el olvido inunde mis clases, y a que el alma
noble de Liu se convierta en una simple sombra china.
Mañana es día de difuntos, mañana rezare por Liu Xiao Bo
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