Pocos centros
hay que no presuman de practicar flipped clasroom, que no gamifiquen, que no
aumenten la realidad o que no tengan canales de youtube o aulas y cursos en
moodle, jommla o wordpress.
Pocos hay
que no tengan plataformas virtuales que permiten a los centros gestionar su blended
learning. “Moodle es un sistema de gestión de cursos de libre distribución que
ayuda a los educadores a crear comunidades de aprendizaje en línea”. Eso dice
la wikipedia, así que, palabra de Dios.
En resumen
no son más programas y sistemas que permiten crear una especie de web, donde
colgar recursos y actividades y, dicen, habrá que creérselo, comunidades de
estudiantes que se ayudan entre si y comparten aprendizajes (sic).
Pero
algunos alumnos lo ven como una cárcel virtual, donde te explotan a saco en
aras de la competencia digital.
Es algo que
va englobado en la palabra mágica de nuestros días en cualquier centro, las
TIC. Todo el mundo quiere TIC. Todo el mundo quiere que los alumnos sean super
competentes y los profesores algo más que técnicos en imagen y sonido. Unos y
otros competentes en nuevas tecnologías y que yo creo que es el fondo de la
cuestión, que nos hagamos fieles siervos de la red, y ya metidos en ella, carne
fácil de manipulación y atontamiento, que tecnología se enseña mucha, pero ética
y buen uso algo menos.
Manejar
correo electrónico, buscar en Internet, sustituir la pizarra de tiza por la
digital, usar video proyectores, prezzi…
¿Pero porque algunos alumnos rechazan este mundo de neon en el aula? No pueden emplear en ocasiones los dispositivos en el aula, así que el alter de las clases les obliga a meterse cada tarde, desde su casa en portales y plataformas para cubrir un número de ejercicios, un número de vídeos. Hacer los ejercicios “on line” , participar en el foro, y enviar los trabajos. Y si no lo haces la máquina avisa a su tutor y este les reprende… vía plataforma.
¿Pero porque algunos alumnos rechazan este mundo de neon en el aula? No pueden emplear en ocasiones los dispositivos en el aula, así que el alter de las clases les obliga a meterse cada tarde, desde su casa en portales y plataformas para cubrir un número de ejercicios, un número de vídeos. Hacer los ejercicios “on line” , participar en el foro, y enviar los trabajos. Y si no lo haces la máquina avisa a su tutor y este les reprende… vía plataforma.
Caemos en
el riesgo de que todo se haga más frio, y que la escuela se mida en una
pantallita. Porque la tecnología es buena, pero a veces se hace de forma
impulsiva, tras un curso, obsesiva, tras un claustro, efímera, tras una arenga
de un guru, y en ocasiones con un despliegue de cacharrería, que hace que a
veces no se si estoy en clase o en el SIMO. Y es que hay días en que perdemos
más tiempo en desplegar cables que en dar clase.
Pero no
todos son así. Uno de mis viejos compañeros, un humanista, es distinto. Él se
ha negado a meterse en la plataforma de su instituto, y arenga a sus alumnos a
la rebelión digital.
Es un maestro
clásico. Le ha costado algún disgusto eso de ser anti sistema. Pero le da
igual. Aparece por clase siempre blanquecino de usar tizas, polvoriento de
palabras, y exhausto de conversaciones.
Él no
malgasta sus manos en aporrear teclados, o ajustar puertos. Él navega con
palabras y voces susurrantes, que hablan de ideas y de sentimientos, y todo en
papel, en sonidos y mirándote a los ojos.
En
primavera se sienta en la tarima, y anima a sus niños y niñas a sentarse en el
suelo, para tenerlos más cerca. Les lleva a tomar café en el recreo, les
corrige con su dedo cariñoso, o les apunta con sus embarulladas anotaciones en
los márgenes de sus trabajos escritos a boli.
No permite
que dejen un post en el foro, ni que redacten un twit.
Solo ha
visto un tag en los lejanos mundos de la guerra de las galaxias, y cree que
adsl es ir A Decirnos que Son Libres, y
que se deben comportar como tales, responsablemente.
Y es que
hay niños que no necesitan competencias, cables, chips ni recursos digitales.
Solo necesitan
su calido deambular entre los pupitres, su voz ronca riñéndo, su mano amplia
apretando su hombro, su mirada febril cuando explica, su coherente forma de
vivir que marca el camino que deben labrar con su trabajo de cada día.
Hay niños
que no quieren tics ni tecnologías. Solo quieren la humanidad de quien, aun
riñéndoles, les quieren, y se lo demuestran hablando y leyendo con ellos, se lo
demuestran viviendo con ellos, y con tan solo el aire de por medio.
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