Tenía preparada una foto que tome esta mañana, entre el bullicio de la gente, el ir y venir de los voluntarios, los posados de las autoridades y la alegría de cientos de personas que hoy se encuentran para aportar su corazón a una de las causas más bellas que he conocido. Pero me he permitido tomar esta foto prestada, que él hizo pública hace unos días, por la magia que les envuelve en ella.
Hace muchos años que conozco a Manuel Berrazueta Vellido. Muchos en los que compartí con él todas las ilusiones de un niño. Le vi crecer y como poco a poco perfilaba el semblante de un hombre bueno. Un día se fue de la Paz, pero siempre tuvo un tiempo para los que compartimos su juventud. Siempre hubo una mañana de café, frente a su colegio, con la generosidad de quien sin deber nada, siempre tiene un momento para quienes le acompañamos en un trecho de su viaje. Hasta que todo ocurrió y yo me quede sin palabras, viéndole sufrir por una rendija, sin saber como aliviar una herida tan profunda.
Siempre fue de ese tipo de personas que miran la vida de frente, con las manos abiertas y el corazón anudado a un llavero, para prestársele a quien lo requiera. Así que un día ocurrió lo inevitable, una mujer maravillosa se cruzó en su camino, enamorada como él de un alma limpia, de una mirada transparente, de una vida feliz que construirían entre los dos, sin olvidar a los demás.
No se quien captó esta imagen, ni donde ni cuando se hizo. Pero recuerdo que él siempre estaba a su lado. No se cuando se conocieron, ni porque se hicieron la foto. Pero recuerdo cuando me habló de ella. Poco y entrehilado, siendo parco en palabras, para que el viento no arrebatara su nombre y su eco no se perdiera en el aire.
No se como fue su camino, pero se que ambos se hicieron felices. No se cuando la parca picó su puerta, pero si que once meses después acabó con ella y creó en él un dolor que aun le percute.
No se cuando lo decidió. Solo se que junto a su recuerdo ha seguido caminando con ella. Que aquel día de noviembre de hace siete años solo fue un alto en el camino de un viaje que aun continua, porque él nunca olvidará a su compañera ni olvidará el sufrimiento de otros. Hoy, su inmenso y lacerante dolor se ha convertido en la fuente de la que mana la generosidad de una ciudad para que Vero sea única, y que a nadie más le sea arrebatada la vida, cuando alguien te ama tanto. Y es que cuando se apaga una luz, siempre aparece una estrella
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