Un plan de
recuperación de residuos en Sidón muestra al mundo la manera de solucionar los
vertidos incontrolados en países en vías de desarrollo
Para un
país occidental y desarrollado los vertederos que acogen la ingente basura que
generamos los humanos no solo puede ya no resultar un problema medioambiental
si no un negocio, polémico, pero negocio, como ha demostrado el reciente
acuerdo entre el gobierno regional de Cantabria y la diputación de Guipúzcoa
que trasladara a los depósitos cántabros miles de toneladas de basura a cambio
de una generosa tasa, en una operación defendida económica y ambientalmente por
la vice presidenta regional Rosa Eva Diaz Tezanos.
Pero fuera
de nuestro pequeño mundo desarrollado, la generación de residuos significa la
muerte, como ha demostrado hace unas semanas el derrumbe del mayor vertedero
etiope en Adís Abeba, que ha provocado la muerte de, al menos, 65 etiopes.
La
distancia entre uno y otro caso, la
esperanza de que el hombre sea capaz de una gestión responsable de los residuos
que genera, la encontramos en Líbano.
Vivir en
Al-Yebal nunca había sido fácil. Este coqueto barrio de las afueras de Sidon,
en Líbano, mira al mar desde los tiempos en que este solo se soñaba.
En primera
línea de mar, Al-Yebal, ha sido siempre primera línea de tiro, un lugar donde,
emboscado, el odio ha hecho blanco con facilidad.
En 1982, a raíz de la invasión
del Líbano, la guerra contra Israel les dejo tranquilos, pero la paz les abatió
de un tiro seco.
La
tranquila reata de casas y playas de la costa quedaron al margen de los
violentos combates entre milicianos islamistas y el ejército hebreo, pero la
destrucción de los pueblos cercanos cayó sobre ellos con la paz.
El gobierno
decidió utilizar una parte de este enclave, sembrado de casas, colegios y
hospitales, como escombrera de los restos de la destrucción provocada por el
conflicto. El tranquilo barrio se convirtió en la escombrera de Sidon, a un
palmo de la orilla del mar, en pleno paseo marítimo, frente a las casas, los
parques y las escuelas.
Pasaron
varias décadas desde el comienzo de esta historia, y el montón de escombros
creció como un hijo indeseado hasta convertirse en una montaña. Una recia, alta
y hedoroso montaña… de mierda, alimentada por el desgobierno de un país
enfrentado por sus razas, sus credos y sus héroes, que bastante ha tenido con
no caer al abismo sirio.
A la
estética y el olor nauseabundo que sus habitantes soportaban, se sumaba un
crecimiento que fue lanzando, ladera abajo, camino del mar, varias veces tanta
vergüenza, hasta provocar debacles ecológicas, que han asolado ya no solo al
castigado Líbano, sino a las costas de Chipre, Siria o Turquía.
La felonía
levantó en pie de guerra a todo bicho viviente. Vecinos, estudiantes, padres de
familia, ONG´s. Pero inicialmente todo fue en vano. En Líbano no había ministro
de medio ambiente, dimitió en 2006, pero no era posible un acuerdo entre las
facciones del país para lograr un consenso para elegir uno nuevo. El presidente
apenas podía salir de palacio (parece la sonata de un cuento), y el alcalde de
Sidon, Rahman Bizri, estaba a la greña con la familia del político cristiano
asesinado Rafic Hariri, dueña de parte de los terrenos del barrio, con lo que
encontrar un acuerdo amigable se antojaba imposible.
El primer
paso para la solución vino de la poderosa familia real saudi que, a través del
príncipe Alwaleed bin Talal, donó la nada desdeñable suma de 5 millones de
dólares para cerrar este inmundo estercolero y crear plantas de tratamiento de
basuras
Pero el
dinero y la nueva planta nunca se encontraron, deben estar en el fondo del mar,
como las llaves, por que allí nada llegó. Cosa de los intermediarios.
A estas
alturas de la historia nuestra montaña ya era una mocetona de 22 metros de altura y 500.000 metros cuadrados ,
una autentica bomba de retardo para el Mediterraneo.
Así lo
comprendieron diversos intelectuales, como el director de cine Mohamed Al-Sarj,
autor de un documental sobre la montaña que ganó en 2008 el primer premio del
Festival Internacional de Cine Ecológico de Bourges, en Francia, explicando con
toda crudeza el peligro devastador que se cernía sobre la fauna, la flora y la
humanidad de nuestro mar. Un peligro recrudecido porque el fondo marino estaba
tapado por otra montaña gemela, fruto de los desplazamientos de basura, ladera
a bajo, hacia el mar.
Una montaña
que destripaba la vida tapando oquedades, destruyendo zonas de anidamiento, o
deslizando líquidos tóxicos, fruto de la descomposición de la basura.
La clave
del problema la describió claramente Manal Nader, director del Instituto
Ambiental de la
Universidad Balamand. “Hay soluciones, protocolos y ayudas”,
dijo "pero no hay interés, no hay control, no hay seguimiento y no hay
responsabilidad en los planes ambientales”.
Iniciada la
segunda década del siglo Lina Yamout afrontó la responsabilidad de solucionar
que con los temporales la montaña echase al mar cantidades infames de
porquería, que las bellas playas meridionales de Rmeilé tuviesen una muerte
lenta, envueltas en basuras y detritus y que los niños enfermaran sin remedio
de bronquitis o asma alérgica.
Yamout
consiguió la aprobación de un proyecto de ley para el tratamiento de los desechos
sólidos, la financiación para cumplir los compromisos del Líbano en la
protección del Mediterráneo, y la puesta en marcha de doce plantas de
tratamiento de aguas residuales para ciudades costeras.
A su valor
se unió el del alcalde de Sidon, Mohammad
Zuhair Al-Saudi, que se puso manos a la obra, junto a las autoridades
nacionales a rehabilitar el vertedero Saida.
Pero
faltaba un impulso, una opinión pública internacional concienciada del problema
de los vertederos del Mediterráneo oriental y esta vendría de la mano de un
“enemigo”.
A
principios de 2016 el investigador israelí Sabyl Ghoussoub buscaba rastros de
presencia
judía en el
Líbano, encontrando los restos de un cementerio y una sinagoga en Sidon, en la
hoy plaza de Gaza, antes de Israel. El lobby judío no podía permitir que sus
huellas quedaran sepultadas por la basura.
Ante tantas
presiones el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en
colaboración con el Ministerio de Salud Pública y la Municipalidad de
Saida, organizó un proyecto de rehabilitación que convirtió la montaña de
basura en Saida en un jardín. El primero, el ejemplo vivo de que fuera de
Europa la voluntad y la colaboración podían salvar el medio.
Hace unos
meses, los primeros jardines se abrieron y el olor cesó, y la amenaza al mar
también. "Estamos muy contentos con
este logro. Solíamos evitar pasar por este sitio, pero ahora podemos sentarnos
aquí, divertirnos y disfrutar nuestro tiempo. Es como un sueño que se hace
realidad ", decía Hussam Hnayme de al-Bustan al-Kabir, un vecino a la
televisión libanesa.
Hace un año
se produjo la inauguración de los primeros jardines en presencia del Ministro de Medio Ambiente,
Mohammad Al Mashnouk, del Representante del PNUD, Philippe Lazzarini, y del
alcalde de Sidón.
Un año
después las labores continúan y el objetivo de salvar el medio también. Hace
unas semanas se ha inaugurado la segunda planta de desgasificación con filtros
de arena, que recupera los gases producidos por la basura sepultada, tras lo
que se almacenan en tanques de carbón activo para su uso posterior. Se ha
abierto una instalación de clasificación donde los residuos se separan en
diferentes elementos con la ayuda de científicos franceses.
Hoy Al
Yebel es un jardín de 33.000
m2 con más de 10.000 árboles y plantas, un parque
infantil y un teatro de estilo romano.
Para
Philippe Lazzarini, de PNUD, Líbano se está convirtiendo en un laboratorio
ejemplo para el mundo, que demuestra que es posible la transformación de
residuos a energía, y que para ello es preciso descentralizar la gestión de
residuos, una gran voluntad política y la colaboración real entre
administraciones internacionales, bajo la premisa del respeto a las realidades
locales.
Claro que
tampoco hay que irse a Líbano para comprobar como el hombre, en lugar de matar
el vientre de la madre Tierra puede hacer que este genere vida. Pero eso, os lo
contare otro día. ¿Por qué habrá otro día, verdad?.
Imagen Miguel M. Serrano, Público.es
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