jueves, 25 de mayo de 2017

Padme Amidala



A la luz de la luna, sus ojos vahídos parecen reflejar los azules cursos de agua de Naboo. Han  pasado once años, y ese aire melancólico, ese andar entre turbado y evadido y esa melena propia de una reina, siguen recordando al porte real de Padmé Amidala, la enternecedora y sensible senadora que en Star Wars encarnaba el idílico espíritu de lucha por la libertad.

La mujer que atrapó el alma de Skywalker, la niña que murió de pena descorazonada por el ímpetu de la maldad, en aquel sueño de cine encarnado en los sith. Hoy ha transportado toda esa fuerza y toda esa melancolía a las plumas de un cisne negro. No aquella rara avis que descubriera en los mares del sur Willem de Vlamingh a fines del XVII, sino ese increíble ejercicio de sabiduría, limpieza cinematográfica y artera sencillez narrativa con que Darren Aronofsky ha abierto, y a lo grande, la Mostra de Venecia.

Con más intensidad que el viento demoníaco que barrio la isla de Lido en las primeras jornadas, Aronofsky ha superado con creces el carácter sublime de su anterior obra “el luchador”, a la par que Natalie ha sabido imantar la pantalla de un fulgor a medio camino entre “El ballet y el ‘wrestling’, expresando, como pocas estrellas son capaces, y con su cuerpo, cuanto ocurre en el alma. Un ejercicio duro de interpretación, esta oscura, tenebrosa y cenagosa historia, que habla de muertes y resurrecciones, servidas por vidas torturadas y erráticas, inseguras y obsesionadas. Nada que ver con la dulce mirada y el bruñido corazón de esta princesa de Hollywood, muy alejada de la vanidad y la superficialidad a la que nos tienen acostumbrados los especimenes del séptimo arte.

Dicen que nadie filma tan bien los estados alterados del alma como Aronofsky. Es cierto, y en esta gran película es evidente. Yo añadiría que nadie expone su alma a la cámara como Natalie Portman. Y pese a tanta majestad, ahí la tenéis, con tanta cámara pendiente de ella, y ella mirando a otro objetivo. Y es que la bella psicóloga de Harvard es de esas que entienden que la belleza es algo mas que un pelo Panten. ¿Que a que objetivo mira?, quizá a Afganistán Relief Organization, o al ARO Technology Education Center (TEC) en Kabul, o a la Fundación para la Asistencia Comunitaria Internacional “FINCA”, o a la Milo Gladstein Foundation. Objetivos que han hecho de esta estrella una princesa de las de verdad, de esas que desde el paraíso de Naboo luchan por la humanidad y que como en la foto, colocan al cine en segundo plano, y al rostro humano en primera fila, aunque como el suyo, levemente ladeado, delicadamente apartado, para dejar espacio a otros. 

Nunca he querido conocer a Natalie Portman, ni me han fascinado la belleza de melosa piel israelí, ni su reciedumbre para rechazar papeles de éxito que iban en contra de su forma de entender la vida, como cuando dijo no a “Lolita” o a “la Tormenta de hielo” de Ang Lee. Ni siquiera he envidiado su globo de oro. Pero siempre, desde niño, he soñado con viajar con Padmé, dormir bajo los cielos de Naboo, verla defender la libertad junto a Anakin. Y es que siempre he querido vivir envuelto en ideales, como los que brillan en el corazón de Natalie Portman.



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