A la luz de
la luna, sus ojos vahídos parecen reflejar los azules cursos de agua de Naboo.
Han pasado once años, y ese aire
melancólico, ese andar entre turbado y evadido y esa melena propia de una
reina, siguen recordando al porte real de Padmé Amidala, la enternecedora y
sensible senadora que en Star Wars encarnaba el idílico espíritu de lucha por
la libertad.
La mujer
que atrapó el alma de Skywalker, la niña que murió de pena descorazonada por el
ímpetu de la maldad, en aquel sueño de cine encarnado en los sith. Hoy ha
transportado toda esa fuerza y toda esa melancolía a las plumas de un cisne
negro. No aquella rara avis que descubriera en los mares del sur Willem de
Vlamingh a fines del XVII, sino ese increíble ejercicio de sabiduría, limpieza
cinematográfica y artera sencillez narrativa con que Darren Aronofsky ha
abierto, y a lo grande, la
Mostra de Venecia.
Con más
intensidad que el viento demoníaco que barrio la isla de Lido en las primeras
jornadas, Aronofsky ha superado con creces el carácter sublime de su anterior
obra “el luchador”, a la par que Natalie ha sabido imantar la pantalla de un
fulgor a medio camino entre “El ballet y el ‘wrestling’, expresando, como pocas
estrellas son capaces, y con su cuerpo, cuanto ocurre en el alma. Un ejercicio
duro de interpretación, esta oscura, tenebrosa y cenagosa historia, que habla
de muertes y resurrecciones, servidas por vidas torturadas y erráticas,
inseguras y obsesionadas. Nada que ver con la dulce mirada y el bruñido corazón
de esta princesa de Hollywood, muy alejada de la vanidad y la superficialidad a
la que nos tienen acostumbrados los especimenes del séptimo arte.
Dicen que
nadie filma tan bien los estados alterados del alma como Aronofsky. Es cierto,
y en esta gran película es evidente. Yo añadiría que nadie expone su alma a la
cámara como Natalie Portman. Y pese a tanta majestad, ahí la tenéis, con tanta
cámara pendiente de ella, y ella mirando a otro objetivo. Y es que la bella
psicóloga de Harvard es de esas que entienden que la belleza es algo mas que un
pelo Panten. ¿Que a que objetivo mira?, quizá a Afganistán Relief Organization,
o al ARO Technology Education Center (TEC) en Kabul, o a la Fundación para la Asistencia Comunitaria
Internacional “FINCA”, o a la
Milo Gladstein Foundation. Objetivos que han hecho de esta
estrella una princesa de las de verdad, de esas que desde el paraíso de Naboo
luchan por la humanidad y que como en la foto, colocan al cine en segundo
plano, y al rostro humano en primera fila, aunque como el suyo, levemente ladeado,
delicadamente apartado, para dejar espacio a otros.
Nunca he querido conocer a Natalie Portman, ni me han fascinado la belleza de melosa piel israelí, ni su reciedumbre para rechazar papeles de éxito que iban en contra de su forma de entender la vida, como cuando dijo no a “Lolita” o a “la Tormenta de hielo” de Ang
Lee. Ni siquiera he envidiado su globo de oro. Pero siempre, desde niño, he
soñado con viajar con Padmé, dormir bajo los cielos de Naboo, verla defender la
libertad junto a Anakin. Y es que siempre he querido vivir envuelto en ideales,
como los que brillan en el corazón de Natalie Portman.
Nunca he querido conocer a Natalie Portman, ni me han fascinado la belleza de melosa piel israelí, ni su reciedumbre para rechazar papeles de éxito que iban en contra de su forma de entender la vida, como cuando dijo no a “Lolita” o a “
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