He leído
una entrevista de El País a Eva Rodríguez Armario, una médico que preside la Asociación de Clínicas
Acreditadas para la
Interrupción del Embarazo. En ella me ha llamado la atención
una frase: “Hemos dejado atrás la represión, pero no la hemos sustituido por la
educación”. Una charla con cualquier grupo de alumnos te hace llegar a la misma
conclusión, nadie te oculta que practicar sexo es muy divertido, pero nadie les
ha enseñado sus riesgos. Como con cualquier otra parte de nuestro cuerpo, o con
cualquier actividad que realicemos, asumimos un riesgo, pero también una
responsabilidad en cuanto a las consecuencias que aquello puede traer para
nosotros, o para terceros.
Las cifras,
pese a ese razonamiento tan simple, son contundentes. En el último año, 15.000
adolescentes acabaron ese fantástico juego en un quirófano, abortando. Un
tercio habían tenido un coito por primera vez, un 40% carecían de toda
información sobre el tema. Y ello, porque en el último año, un 16% de chicas de
15 años han practicado sexo con penetración de forma no segura, y sin conocer
los riesgos a los que se exponían. En conjunto, los abortos de chicas de menos
de 18 años se han multiplicado por 4 en los últimos 20 años. Una prueba
palpable de que la información y la educación, que sobre todo gira en torno a
esas esporádicas y tediosas charlas de instituto, no sirve para nada. Mucha
tele y mucho Internet, y aquí el personal cabalga como en el lejano oeste, a
pelo.
Un reciente
estudio desvelaba que casi el 60% de las chicas de entre 14 y 17 años mantienen
relaciones sin preservativo por la presión, coacción, o como queramos llamarla,
de sus novios, compañeros o lo que sean. Lo que revela, además del problema
sexual, uno social más profundo y perverso, la falta de autonomía, carácter y
autoafirmación de muchas jóvenes, incapaces de imponer su criterio en una
relación “de iguales”, obligando a la pareja a jugar con sus reglas, con seguridad
y hasta el límite que ellas impongan o consientan.
Junto a ese
hecho indiscutible, la lista de tristezas es enorme. Hay a quien le sale mal la
noche por que no sabe poner bien el preservativo, o que no le usan, aun
queriendo y estando de acuerdo el pavo, porque a los dos les da palo ir a la
farmacia.
Pero lo más
preocupante, es todo aquello relacionado con las leyendas urbanas que giran
sobre el sexo. Como por ejemplo, que con menos de 15 no te puedes quedar
embarazada, que la primera vez es imposible, que….
Podríamos
concluir que en una sociedad tan permisiva e insinuante en sus medios de
comunicación, tan liberal, tan bien comunicada y en la cual el sexo es bandera
para vender hasta colonias, coger por banda a una chica y poner las cosas claras
es cosa fácil. Pues no. Resulta que donde se debe hablar del tema, en la
escuela y la familia, a todo el mundo le da corte, o simplemente escurre el
bulto, soltando el marrón al otro. Y en los sitios en los que no vas a sacar
nada en claro, no te dicen la verdad porque no la saben, o porque no interesa.
A todo eso
se unen elementos biológicos que complican mucho el problema, como el que las
chicas inician antes la menstruación por factores ambientales y alimenticios
propios de la nueva sociedad, lo que adelanta la posibilidad de embarazo, pero
no así la madurez para administrar su cuerpo.
Las
soluciones son obvias, pero chocan con circunstancias absurdas. Un plan general
de información y educación sexual que ayude a todas las menores españolas seria
una solución loable, pero imposible, si tenemos en cuenta que las competencias de
educación están transferidas en España a las comunidades autónomas, las cuales
tienen recursos diversos, intereses dispares y poblaciones muy distintas, que
no es lo mismo Estella que Badajoz, vamos. Tan distinto que en una ciudad las
jóvenes tendrán un gran amparo institucional y acceso a muchos medios, y en la
segunda, esto será una aventura, en el amplio sentido de la expresión. Y no es
una opinión, sino que así lo recoge el Libro Blanco de la Anticoncepción ,
elaborado por la SEC
y la Federación
de Planificación Familiar, que califica la situación de desigualdad vergonzosa
e insultante.
Tampoco
seria mala idea partir de la base de que las jóvenes españolas son un grupo muy
variopinto, por motivo de la inmigración, lo que convierte el tema en espinoso,
si tenemos en cuenta la influencia religiosa, especialmente en ciertas
comunidades ibero americanas y, claro esta, las musulmanas. Ya puestos,
explicar cuestiones como la manera de colocar un preservativo, la existencia de
sexo mas allá del coito o una mínima formación en higiene sexual y mental no
esta muy fuera del ámbito escolar. Pero claro, en una escuela española en la
que hay más asignaturas que alumnos, con programas agotadores y áreas de una o
dos horas semanales los profesores se agarran a aquello de que no pueden perder
tiempo en tonterías, que tiene que dar la materia. Con lo que el sexo apenas se
convierte en algo más que una TIC muy aséptica, aplicada a la anatomía.
Sin embargo
los tiros van por otro sitio. La
OMS , que ha declarado la píldora poscoital como un
medicamento esencial, esta sentando doctrina entre las autoridades sanitarias
de medio mundo, incluso entre la racional Europa, sentando así las bases de una
estrategia no basada en la gestión adecuada de su cuerpo por parte de las
mujeres, y el uso responsable del sexo por los hombres, sino en la creación de
una barricada ante los embarazos no deseados soportada en dius, pastillas,
gomas y espermicidas. Pero no podemos demonizar el sexo, ni asumir que existirá
un creciente riesgo derivado de su perversión a manos de psicópatas,
pederastas, violadores, niñatos y analfabetos sexuales. En algún momento
tendremos que afrontar en la fría Europa que junto a la técnica y los medios
existe el buen juicio. Lo que no parece razonable es convertir soluciones de
emergencia o extremas, como la poscoital o el aborto, en una rutina de fin de
semana, que si bien elimina de raíz el fruto del problema, no la raíz del
mismo, ni las secuelas sobre quien lo padece. Y si no, valoremos si es normal
que un tercio de las usuarias de píldora del día después sean menores de 18
años. O que el crecimiento de su uso en este segmento de población sea de
10.000 unidades anuales. O que todos los “males” derivados de la sexualidad
adolescente recaigan solo, solo, sobre las mujeres.
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