Dos
portales más abajo de mi calle, entre aceras angostas, suele jugar Nery. Llegó
a España hace casi diez años empujado de cola por la repelencia de la pobreza,
y animado por una España que abría sus puertas a los inmigrantes, como les
ocurrió a sus padres. Les traían contratados desde allá.
Moreno,
menudo, fibroso, alegre, con la boca almenada por la falta de dientes, Nery,
que apenas alza lo que un carro de compra, tiene seis años. Es del Racing, y
cuando patea con sus amigos por la calle, luce orgulloso el número de Munitis.
Él, un día,
cuenta con los ojos desplegados al cielo, será también campeón con la roja.
Poco sabe que mientras recoge cartones para construir con ellos castillos y
juguetes, sus padres, derrumbados sobre el alfeizar de su ventana, miran el mar
que les sacará de Europa, y les devolverá a Bolivia. Silvana, la madre, trabaja
desde su llegada limpiando casas y portales. Pero los tiempos empeoran, y ahora
las mujeres españolas salen en mayor medida a la calle a buscar el trabajo que
se esfuma en sus familias. No hay para todas y, ante la duda, el mercado
aprecia más la piel blanca. Nelson, el padre, llegó a España con un contrato de
esos que los alegres gobiernos de principios de siglo pusieron de moda tiempo
atrás. Pero la construcción, en la que se ha dejado explotar estos años,
renquea, y el patrón ya le ha avisado que este será el último mes. Ahora un
billete les espera, para que quien primero le trajo, le devuelva, como una
blusa que ya no nos gusta, y sobre la que el mercader admite el cambio.
Va a ser
duro decirle a Nery que, más que un viaje, va a emprender una derrota. Que ya
no será de la roja, que ya no volverá a su tierra de vacaciones con sus padres
mirando al aire y entregando a sus parientes amor en formato billete. Ahora
volverán con la cabeza gacha y el orgullo sanguinolento, como quien tras la
batalla debe admitir que erró al desafiar al destino. Será duro arrancarle de
lo que él considera la vida, y depositarle en unos días, sin terciar más
explicación, a lo que pronto considerara un infierno. Al menos, contribuirá a
que algunos crean que ahora, con un inmigrante menos, estarán un poco más
seguros, un poco más aseadas sus calles, y un poco menos fracasados sus
colegios, que tenemos compatriotas así de miserables. Y fuera de este país,
hasta peores
Nery sin
embargo solo es un rostro de esta pequeña tragedia que, presente cada día en
los periódicos, carece de nombres y ya de ilusiones, siempre envuelta en
números y porcentajes.
Pero es el
rostro que más nos conmueve, porque es el de quien solo, lejos de su hogar,
aparece más débil, más frágil, aquel que ha huido de la miseria y de la muerte,
para llegar a nuestra dulce vida de ricos europeos. Es una historia parecida a
la de Javier. Esta semana le han despedido en su empresa de repartos. Ya no
queda mucho que repartir, y menos aun dinero. Pero en la euforia de los datos
macro económicos, en esos en los que todo va bien, sus historias no son una
tragedia, solo un contratiempo.
Y así
vivimos, entre los sueños de quienes han llegado a nuestra llamada, y huyendo
de su miseria, y las pesadillas de quienes sin moverse de aquí ven derrumbarse
los suyos. Tener una casa, formar una familia, criar a unos hijos, jugar con
ellos en un parque… Todas son historias, que no debemos olvidar. Que el paro y
la derrota, al final, poco conoce de pieles y credos.
Y ahora
viene lo más difícil. ¿Qué hacer con quienes nos han metido en esto, los que un
día los trajeron y dieron hipotecas imposibles para ordeñarles hasta el último
céntimo?. ¿Que hacer con quienes, en cada periodo electoral, despilfarran aquí,
en lugar de sembrar allá, para dar pan sin desarraigo?. ¿Qué hacer con quien ha
seguido medrando, de espaldas al sufrimiento de tanto ciudadano?. ¿Qué hacer
con quien no ha impedido el robo, el dispendio, las casas de precios altos, las
alegres tarjetas de crédito y un país sordo y mudo que se lo cree todo, como
buen hijo de la Logse ?.
¿Qué hacemos
ahora con Nery?. ¿Qué hará ahora Javier?.
Imagen
Kulturartekoa.wordpress.com
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