No hay duda
de que la actualidad está siendo generosa con los medios de comunicación. Las
noticias se agolpan en las redacciones, de manera cuantiosa e intensa. Las
noticias salen de las rotativas y pueblan las calles, desatando emociones y
pasiones intensas. Las redes sociales alteran sus trendingTopic a la velocidad
del vuelo y las mensajerías arden trasladando enlaces.
Estos días,
junto a corruptelas varias, juicios gigantes y presidentes de moral tachable la
gente se revuelve ante la amenaza de los “lobos solitarios”, esos suicidas de
sesgo yihadista que nos amenazan como un virus, sin verlo venir. Este mes,
incluso, miles de personas han salido a las calles de algunas ciudades occidentales
para recordar los atentados de este año. No ha sido por Alepo, ni por los niños
centroafricanos, pero algo es algo. Tampoco ha sido para recordarnos que en
parte estos dramas los hemos alimentado entre todos. A esos asesinos y a sus
compañeros de camada, que por ahí andan.
Ha sido una
manifestación paralela a las que se han producido en las calles de Atenas y
Salónica, donde los griegos lamentan los nuevos sacrificios que les depara el
futuro, máxime después de que los tiburones de las agencias de riesgo hayan
sacado los dientes, al ver que Europa no despega y que los “populismos” acechan.
Es una amenaza que se cierne sobre los demás europeos del sur, cada día más
agotados y que cada perciben que la sociedad que emerge de la crisis (aunque el
paro baje), no va a ser tan protectora y solidaria como lo era antes.
Unos
cuantos ciudadanos menos, pero bastantes, han llorado hace unos días de emoción en Oviedo, ante los mensajes
inteligentes y sensibles de varios de los premios Príncipe de Asturias, y
también del Rey. Mensajes que han intentado llamar nuestra atención sobre
muchas víctimas y dramas olvidados. El de las mujeres apaleadas, el de los
científicos marginados, el de los que defienden la palabra como único argumento
y las armas rompen su diálogo.
Hoy mucha
gente llora en las redes y en cientos de actos, a cual más original, sobre los
derechos de la infancia.
Todos
lloran por lo suyo, desatando sentimientos honorables, es cierto. Pero no he
oído ningún llanto, y aun menos, el caer al suelo de ninguna lagrima por los
otros muertos. Alguien podría haber llorado, aunque fuera de vergüenza, ante la
visión diaria de seres humanos durmiendo bajo cajas de cartón en las ciudades
europeas. Pero nadie lo ha hecho, salvo algún voluntario de Cáritas o de otros
colectivos humanos. Y algunos espectadores de Salvados.
Menos aun
se ha llorado en Europa, la
Europa temerosa ante un par de casos de ébola por los 2.198
somalíes que habrán muerto hoy de hambre, según MSF. Nadie habrá llorado hoy
por los muertos por el brote de sarampión que ha afectado ya a más de cien mil
niños y que solo en Congo ha arrebatado la vida a un 10% de ellos.
Nadie ha
llorado por las organizaciones no gubernamentales se vean incapaces de recaudar
los 150.000 € necesarios para vacunar a tres millones de niños. Tan mal como la FAO que ha enviado a Somalia
comida por valor de 350 millones de euros, una mínima parte de lo necesario
para paliar mínimamente el hambre en el Cuerno de África. Menos del 10 % de lo
invertido en CajaEspaña para salvar una entidad saqueada por los
administradores públicos.
Pero por
eso no ha llorado nadie. Resulta triste saber que, al contrario que a los
asesinos yihadistas, a los que matan, por omisión u olvido a estos niños africanos,
o de cualquier otro lugar, o de cualquier otra edad, nadie les va a detener.
Imagen
ElPaís
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