Seguro que
alguna sonrisa se escapa a quien vea la foto. Seguro que un gesto de
admiración, por tan sagaz y libidinosa inspiración, se le escapa a más de uno.
Seguro que pocos o nadie se percatan de la crueldad que esconde esta
extravagancia.
La foto se
corresponde con una ocurrencia de Brett Taylor, Mark Perriam y Cam Marsh, tres
diseñadores cool de la muerte que pensaron que esta era la manera más fashion
de “decorar” los baños del mega lujoso restaurante del hotel Sofitel de
Queenstown en Nueva Zelanda. Un discreto y elegante hotel de nueva onda, de los
de desde 1000 $ la noche.
Lo bueno es
que el concepto (un grupo de mujeres admirando el miembro urinario de los
gentiles huéspedes) ha causado tal furor que a este trío se le rifan en Estados
Unidos, Hong Kong, Dubai y demás sitios pensados para desperdiciar la riqueza
que a otros les falta. Un pequeño viajecito de vacaciones o una ronda por
internet son suficientes para comprobar como el ingenio ha llegado a los baños
públicos, en los que últimamente se derrocha fantasía. Un ejemplo es visible en
el bar gay Brighton, en Gran Bretaña, donde los usuarios se topan al llegar a
tan aliviado lugar con recipientes que toman la forma de los morritos de Mike
Jagger. Es discutible, aunque hacer las necesidades en la boca de los Rolling
debe ser lo más. Lastima que a estos graciosos neozelandeses no se les haya
ocurrido volcar su pericia en el baño de señoras. Pero claro, eso seria
lacerante para el viril espíritu masculino.
Ya se que
las mujeres, sobre todo algunas, hemos tomado merecida fama de susceptibles,
pero iniciativas como la de la foto contribuyen, aunque sea de forma
inconsciente, a la cosificación de la mujer, y la sexualización de la vida
social. Nada malo eso del sexo, sino fuera porque se ha convertido en un juego
entre poseedor y poseída, más allá de los tradicionales prostíbulos que saltan
de vez en cuando a las portadas de los telediarios.
Me
sorprendió en su día, cuando leí la noticia la actitud de las modelos de la
agencia Ican que prestaron su cuerpo a tamaña tropelía, estaban divertidas y
entusiasmadas con la iniciativa. Tanto como las participantes en la veintidós
edición de Striscia La Notizia ,
un veterano programa de canal 5 Italia, especializado en mostrar a mujeres, sin
necesidad aparente, decoradas y ornamentadas a mayor gusto del hombre que las
admire, como se envuelve un pastel antes de ser comido. Tampoco hace falta irse
tan lejos. Ciertas cadenas de moda y perfumería, incluidas las franquicias de
grandes marcas, sofistican a sus empleadas hasta extremos de maquillaje y
vestimenta que te hacen dudar si son empleadas o meretrices, si vas a comprar
un bolso, o adentrarte en un lupanar. Y es que el deseo cautiva, incita, altera
el raciocinio y favorece que te endosen cualquier artículo. Pero a la vez cala
en la mentalidad colectiva creando pautas de conducta ante la mujer, siendo
difícil luego tomar conciencia que al traspasar el quicio de la tienda, la
mujer vuelve a ser real, un humano como tu, un ser independiente, no un mero
objeto de deseo o el hoyo de un campo de golf.
El tema no
es baladí en un país en el que mueren cada año decenas de mujeres a manos de
sus compañeros o (creen ellos) poseedores. En un país con miles de denuncias
anuales por acoso, maltrato o abuso. En un país donde muchas mujeres sufren una
posición desigual en el seno de sus familias, dado que sus maridos no se han
leído el código civil y eso de la igualdad, racionándolas el dinero y el tiempo
de asueto, no así las tortas y las humillaciones. En un país donde jóvenes como
Marta o Laura mueren en una cuneta a manos de quien cree que son suyas.
No es
desatinado recordad aquí el amplio trabajo de Irene García Reyes, “La mujer,
sujeto y objeto de la publicidad en televisión”, en el que demostraba que la
mujer se ha convertido (como en los baños del sofitel) en una fuente de
cualidades publicitarias (belleza, elegancia, exotismo, sensualidad,
maternidad, sensibilidad, etc.), vitales para convencer al hombre, y establecer
metas en la mujer consumidora. El problema, como señalaba en 2007 la American Paychological
Association (APA) en su “APA Task Force on the Sexualization of Girls”, es que
la aparición constante en los medios de masas de imágenes de mujeres jóvenes
tratadas como objetos sexuales (lo que llamamos sexualización), es la fuente
innegable y directa de graves perturbaciones personales, como la bulimia o la
drunkorexia y sociales, como la llamada violencia de género.
Los es
porque reducimos los valores de la mujer a su atractivo o a su conducta sexual,
excluyendo otros elementos de su personalidad que si se tienen en cuenta en lo
masculino. Estamos contribuyendo a presentar a la mujer como un objeto sexual,
como una “cosa” lista para su uso sexual, en la que no cabe la posibilidad de
contemplar a un igual capaz de tomar decisiones y llevar a cabo una vida
independiente.
Tomamos a
broma actitudes que favorecen la aparición en nuestras sociedades de estándares
que uniforman a las mujeres en un cierto modelo físico, atrayente, sugestivo y
sexy, creando, incluso, exigencias subliminales a las jóvenes, en el terreno de
la cirugía estética o la cosmética, para así adaptar sus cuerpos a las
exigencias que las harán triunfar, entendiendo como triunfo no la obtención de
la felicidad al alcanzar una unión entre iguales, sino por ser sumisa, aceptada
por un hombre al que complacer, para lo que tu cuerpo debe adaptarse. O te
tuneas, o no sirves.
De igual
forma que tomamos a broma o como anécdota que una televisión pública (la
danesa) ponga en antena la ocurrencia de un pretendido genio que no satisfecho
con las penalidades de millones de mujeres en el mundo, expone los cuerpos de
muchas de ellas para verter sobre ellas ácidas críticas sobre su piel y
osamenta, cual ganadero valorando una res.
Y estas
actitudes sociales no son generales, hemos de entenderlo. La imposición de la
sexualidad como elemento supremo de la personalidad o el valor de una persona
afecta predominantemente a las mujeres, por mucho que pensemos que la sociedad
actual sexualiza todo.
En palabras
de Eileen L. Zurbriggen, profesora de Psicología de la Universidad de
California, este reduccionismo sexual que se esta ejerciendo, con la
inestimable ayuda de los medios de comunicación, sobre la mujer, provoca en
adolescentes y jóvenes graves deterioros en la capacidad de concentración, en
la confianza, en la autoestima, en la aceptación del propio cuerpo,
desarrollando conductas de riesgo sobre la salud, en el desarrollo de roles
sexuales saludables y en la capacidad de interacción social. Toda una carga de
profundidad contra los cimientos de una sociedad igualitaria.
Y es que no
son solo talibanes los que llevan turbante, ni burkas los que se fabrican en
tela.
Imagen blog.pancarta
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