Nació hace
45 años en el Hospital Digfeer de Mogadiscio, un recinto con tan solo de
hospital el nombre, y con una condena a muerte anudada al cuello, la que tienen
al nacer las mujeres que tienen la osadía de asomar al mundo en el Islam. Desde
ese instante su madre supo que aquel bebé menudo, de tan solo kilo y medio de
peso no podría sobrevivir. Pero lo hizo. Burlo a la muerte en el parto. Y la
burlo cuando la tentó la malaria y la neumonía. Y cuando una mujer de su tribu,
en aras del honor y la tradición la extirpo los genitales y el dolor y la
infección tiraban de ella hacia el averno. Y sobrevivió cuando su profesor de
corán la abrió la cabeza, o cuando un ladrón la asaltó y a punto estuvo de
degollarla.
Pocas de
aquellas niñas que nacieron en Digfeer soñaron y consiguieron sobrevivir. Hirsi
ha ido superando eso que ella define como un estado latente de emergencia. Y lo
más inexplicable, lo ha hecho con la dignidad y en la libertad que los otros no
han podido arrebatarla. Ayaan Hirsi Alí es hija de Hirsi, hijo de Magan, hijo
de Isse, hijo de Guleid, hijo de Ali, miembro de la noble tribu de Magan, de la
rama llamada de los Espalda Más Alta, una extensa familia que salió de Arabia
hacia Somalia hace 800 años, cuando comenzó el gran clan de los Darod. Por que
Hirsi Alí es una Darod, una Harti, una Macherten, una Osman Mahamud. Pero al
fin una mujer, un pecado aun hoy en medio planeta. Su abuela y su madre se
esforzaron en inculcarla la sumisión y la fidelidad al clan, para bien del
honor familiar y por su supervivencia. Pero no escuchó. Con trece años rompió
con todo, y ante la irremisión de un matrimonio forzado que solo acrecentaría
sus penurias, huyó de Somalia. En Holanda encontró su casa, y su compromiso con
aquellas a quienes el destino solo ha deparado sufrimiento, y su lucha por la
libertad y la dignidad de la mujer, la llevaría pronto a representar a sus
iguales en el parlamento holandés.
Pero el
infierno volvió. Su afán de defensa de los derechos de las mujeres y de la
libertad de expresión la unió al director Teo Van Gogh en la realización de un
film de denuncia contra la situación de las mujeres en el Islam, Submisión:
Part I. Los radicales islamistas condenaron a ambos a muerte. Poco después Teo
van Gogh era acribillado a balazos, degollado y en su pecho clavado una fetua
para Hirsi, que la avisaba de como seria su final.
No huyó,
pero la vida se tornó tan imposible que poco más de un año después hubo de
trasladarse a Estados Unidos, para vergüenza del pueblo y el gobierno Holandés.
Y eso por que perdió su acta de diputada, el gobierno la retiró el pasaporte,
acusándola de irregularidades en la concesión de la nacionalidad, perdió su casa
ante el acoso de sus propios vecinos, que la acusaban de poner en riesgo sus
vidas, y sin vida, condenada a esconderla de la ira de los radicales. Aun así,
se despidió de su “país” entre agradecimientos. Hoy vive entregada a su causa
en un ambiente, en sus palabras, de mayor libertad intelectual. No se la puede
acusar de revanchista ni de conservadora. Ya es el colmo. Pero si de
incorrecta. Ha osado violar dos de los principios elementales de la política
europea.
De un lado
la multiculturalidad, y de otro el “nunca pasa nada” de la política europea.
Todo se dialoga, todo se perdona, todo se olvida. Pero Hirsi no olvida. No
olvida que tras el fariseo espíritu europeo de tolerancia se esconde, muchas
veces, la permisividad a prácticas sobre las mujeres Inmigrantes en Europa (la
ablación, las bodas pactadas o la sumisión familiar, por ejemplo), que salen
del campo de la cultura de minorías para entrar en el colaboracionismo con la
barbarie sobre la mujer, como esta semana ha denunciado una organización de voluntarios
madrileños, que acusa a las autoridades de falta de decisión para erradicar los
abusos sobre mujeres en el seno de los colectivos inmigrantes, especialmente
magrebies y subsaharianos.
Hemos hecho
del multiculturalismo una religión y de las minorías un becerro de oro,
nosotros que somos tan laicos y que destruimos hasta nuestros belenes por “no
ofender”. Nos hemos subyugado, y a eso ataca Hirsi, a un respeto sensiblero e
irresponsable, entregándonos al relativismo moral, con los islámicos, los chinos
o los etarras. No somos muchas naciones, somos una, la humana, tan única como
el mal, se vista con el ropaje que se quiera. Bajo la protección de Christopher
Demuth, presidente del American Enterprise Institute (AEI), un instituto de
estudios de Washington, esta mujer, que habla seis idiomas, que fue propuesta
al Nóbel en 2006, que recibió el Premio Simone de Beauvoir en 2008 y que
escribe con la clarividencia, la soltura y la limpieza que les falta a muchos
hombres, se ha convertido en una analista critica voraz, incorrecta e insolente
con la mentalidad política admitida, criticando el relativismo cultural y las
corrientes, naciones e idearios que sojuzgan a la mujer, “Eso si es racismo en
su acepción más pura”, defendió recientemente.
Tras años
de lucha contra el hecho de que la discriminación y la opresión a la mujer se
escuden en torticeros argumentos culturales no sabemos para que ha servido su
esfuerzo lucha y la de otros muchos.
Cuando hace
unos días veía a un grupo de mujeres valientes enfrentarse a los etarras que
comparecían en la Casa
de Cultura de Alsasua para defender “el dialogo, la liberación de presos y la
identidad vasca” me he preguntado para que ha servido su esfuerzo, y el de
tantas mujeres defendiendo en estos años los derechos de las personas, sea cual
sea su sexo, su idioma o su piel. De que sirve predicar con tanto sordo. Pero
es así, hay dos mundos. El de los despachos, donde el dinero se gasta a
espuertas en propaganda, discursos y actos simbólicos, y el de las Hirsi que
malviven entre rencores, escapando o cayendo ante la muerte y la opresión, pero
eso si, en países muy tolerantes.
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