Que retorcidos
somos con la miseria. Esta semana, la refriega política lo ha bordado. Hace
tiempo que los sistemas de protección social públicos ya no son capaces de
atender la demanda social ante la crisis. Su hueco ha sido cubierto por las
redes de autoayuda, la solidaridad familiar y vecinal, las ONG que trabajan en
este campo y Cáritas. Pero pese a su esfuerzo, la organización social de la
iglesia ha sido blanco de las iras del gobierno y sus palmeros, por decir la
verdad.
La polémica
la abrió Silverio Agea, presidente de la asociación española de fundaciones,
que explicaba esta semana como las ayudas personales realizadas por
organizaciones como Cáritas habían aumentado en los últimos doce meses en un
40%, con especial incidencia en las ayudas alimenticias a familias de recursos
limitados o sin ellos. Un hecho, el de gente acudiendo a los comedores sociales
o a las parroquias a por leche, arroz o patatas, inédito en la España de la democracia.
Solo en el primer semestre de este año, un total de 100.471 personas fueron
atendidas por Cáritas, un 70% de todas las ayudas prestadas por organizaciones
no gubernamentales en el mismo periodo, lo que coloca a la iglesia,
tristemente, como primera organización de ayuda social no pública.
La panoplia
de áreas donde se ha prestado apoyo es desgraciadamente muy amplia. Los
problemas familiares no solo afectan a la dificultad para comprar comida, que
debería ser el primer gasto en prioridad, con lo que cuando se pide es que ya
no hay ningún recurso. Ahora las familias se enfrentan a graves dificultades
para afrontar otro tipo de gastos muy perentorios a los que caritas ayuda a
hacer frente, como impago de hipotecas, desahucios, impago de recibos básicos
(agua, luz, alquiler, electricidad) e incapacidad de pagar los llamados gastos
diferidos.
Y es que
hay un problema social de gran envergadura, en parte de tipo cultural, y en
parte provocados por las instituciones, las mismas que ahora, al no poder
apechugar con sus secuelas, derivan el marrón a la iglesia y a las ONG. No, no
me he vuelto loco, lo cierto es que nuestro país, instituciones al frente,
consolidó y fomentó un modelo productivo basado en el consumo interno y la baja
inversión. Que tienes 25 años, sobresaliente cum laude, y quieres investigar,
pues que te dan un duro. Que tienes 25, un modulo medio, ganas de chapista 1000
euros y te quieres comprar un coche de 30.000, no hay problema, crédito al
canto, y otro para el piso, que esta por las nubes el precio de la vivienda y
hay que aprovechar, y otro al consumo, más la visa con 2500 de saldo. ¿Y eso
cuando se paga?. Pues ese es hoy parte de nuestro problema. Una parte, que hay
otras muchas repartidas entre banqueros, ejecutivos, administradores públicos y
demás despreciables.
Pero ahora
nadie quiere ser el padre de miseria. Y lo peor, los poderes públicos, esos que
nos han empujado a esta situación, y que poco hacen para edificar una sociedad
más justa y con un reparto de cargas más equitativo, tampoco quieren oír que la
recuperación es incierta, y que tras los grandes números y las auto alabanzas
pre electorales se esconde la realidad de que para miles de españoles, la vida
sigue detenida.
Concretamente
once millones de vidas, que están afectados en España por distintos procesos de
exclusión social, según revelaba Cáritas esta semana en su informe de
perspectivas y análisis social. 700.000 hogares sin ningún tipo de ingresos,
según la organización de ayuda a los menores Save de Children. Un sesenta por
ciento más de pobres que en 2007, según la Fundación Foessa.
Cinco millones de personas en situación de “exclusión severa“, casi el doble
que hace seis años, según los Bancos de alimentos.
Pero para
Montoro eso es una mentira que solo pretende desestabilizar a la sociedad y desacreditar
los logros del gobierno. Lejos de hacer frente común contra semejante desatino,
algunos medios de publicación ha realizado curiosos análisis, amparados en
sesudos economistas (como en la sexta noche), argumentando que la pobreza en un
término relativo, dependiente de la forma de medición y los parámetros
empleados para establecer los límites entre pobreza y normalidad. Y quizá ese
sea parte del problema, que, tras varios años de agonía, estamos empezando a
considerar normal y soportable, lo que a los ojos de cualquier ser humano sería
simplemente un delito de lesa humanidad.
Por ser retorcidos,
hemos llegado al desatino de discutir en tertulias y foros políticos sobre el
papel de la iglesia en Cáritas, sobre de donde sale su dinero y el porque los
curas no aportan más recursos a estas organizaciones ante la situación de
emergencia que vivimos.
Si que es
cierto que resulta anti evangélico dedicar más dinero a manifestaciones y
campañas para salvar la vida a los no nacidos, que a los que han tenido la
desgracia de hacerlo en esta sociedad. Pero eso no nos saca de nada. Denunciar
a unos partidos que gestionan las instituciones ciegos a estos dramas humanos,
si.
Ahora hay
que afrontar un mundo donde es preciso dar ayuda psicológica a muchas familias,
entregar comida, crear medios para preparar a decenas de personas sin
cualificación, por lo que nunca podrán salir de la miseria, y ayudar a decenas
de inmigrantes a volver a su país, con el rabo entre las patas, porque su sueño
de una vida mejor se esfumó por los soplidos de cuatro ladrones. No me quejo de
tantos voluntarios, grupos diocesanos, ong y gentes honradas que se dejan la
vida en ayudar a los demás. Me quejo de quienes desde el poder y enfundados en
sus inmaculados trajes exigen a los voluntarios serlo, solventar sus errores y
, además, hacerlo en silencio, solícitamente y sin dar mala imagen.
Los que
trabajamos como voluntarios en cualquier ONG no necesitamos riñas y
cuestionamientos. Ahora que las familias, las vidas y las casas se rompen, lo
que necesitamos es un liderazgo moral y efectivo para modificar las relaciones
sociales y económicas, para sanear una moralmente comprometida que solo sirve a
los intereses de cuatro traga panes. De lo contrario, y como vemos estos días
en la calles, la violencia de condenar a la pobreza a buena parte de la
sociedad puede que termine provocando otra violencia igual y de sentido
contrario, como descubrió Newton, y entonces a alguno se le va a caer encima,
más que una manzana, el peso del cielo.
Imagen
economistamarginal.blogspot.com
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