Si las miradas
hablan, la de Arantxa es un monologo. Un discurso de cómo una mirada
extraviada, dentro de un grupo, revela la disensión de intereses con este. Y es
que hay ocasiones en que no miramos lo mismo que quienes nos acompañan. Y
muchas en que desviamos la mirada, porque lo que miran los demás, no nos
interesa tanto como lo que queremos ver.
Pero si la
mirada de Arantxa parece díscola a la visión general de sus compañeros, quizá
sea porque estos la tienen pérdida. El PP vasco ha sido, probablemente, el
grupo político con más héroes anónimos de este país. Su sangría y sufrimiento
en los años más duros de la violencia etarra no se puede contar con palabras.
Tanto dolor ha soportado esta gente, que del dolor han hecho bandera y destino,
hasta perder su identidad, fuera de la lucha por este. Es algo más que un
castigo por las políticas de recorte nacionales lo que sufren los populares
vascos. Es un problema de identidad.
Tras la
campaña de 2001, en la que Mayor Oreja estuvo a punto de alcanzar la
lehendakaritza, con su pacto tácito con Nicolás Redondo, el partido ha sufrido
una lánguida decadencia, obsesionado solo por la lucha contra los violentos, y
carentes de un discurso de futuro.
Tras la
marcha de Mayor, vino la deserción de San Gil, y luego el retiro de Basagoiti y
ahora la hemorragia hacia Vox. Y tras todos, la sombra de Arantxa.
Es cierto
que la alianza con los socialistas de López fortaleció la idea de un partido
más preocupado de atacar al nacionalismo que construir una sociedad nueva. Pero
también es cierto que la marcha de los pesos pesados del viejo partido de la
resistencia contra los asesinos ha abierto una lucha ciega por el poder,
incapaz de aunar voluntades. Una lucha por el poder no solo en Euskadi, si no
en el seno del PP nacional, donde diversos bandos luchan por el control del
partido, como se ha visto en Andalucía, y ahora en Euskadi, donde el congreso
regional ha sido una batalla sin aliento entre Dolores de Cospedal y Alfonso
Alonso. O lo que es lo mismo, entre Dolores y Soraya, con el Kurssal de fondo.
Esta
lectura no es nueva. Basagoiti y Oyarzabal habían pretendido, desde 2004, una
profunda renovación del PP vasco, que evitará la fuga de votos hacia su entorno
(PNV, UPyD y, ahora, Vox). Pero su falta de éxito ha sido clara y, en parte,
por el acoso interno que han sufrido.
Tras la
perdida progresiva de sus pequeñas cuotas de poder en Guipúzcoa y Álava, las
organizaciones de ambos territorios llevan años disputándose el control, sin
percatarse que su desgaste ha ido abriendo la puerta a un grupo de jóvenes
inexpertos, dóciles a Madrid y extremadamente conservadores. Un grupo de
seguidores del Opus Dei, dispuestos a barrer a los populares de siempre, de los de escolta y
sangre enterrada, o de los políticamente incorrectos, como un Iñaki Oyarzabal
al que algunos no han perdonado ni ser ni heterosexual ni anti nacionalista.,
Cuando en
2009 la alianza entre populares y socialistas desalojó del poder al PNV, los
populares alcanzaron cuota de poder, y en ella el parlamento. Era claro que la
persona que eligiera el partido para acceder a la presidencia del Parlamento
Vasco sería, junto a Basagoiti, quien controlara a la larga el partido. Lo más
recomendable parecía, llegado ese supuesto, proponer para ese cargo a alguien
con capacidad de dialogo y acuerdo, una imagen moderna para un partido capaz de
superar el pasado y ser un partido de gobierno capaz de agrupara amplios
sectores vascos. Con ese criterio, muchas miradas se posaron en Laura Garrido
Knorr. Educada en una ikastola, y vasco parlante, Garrido Knorr era una
destacada representante de la corriente alavesa del PP. Gente formada,
tolerante y experimentada, bien dotada para el dialogo y respetuosa con las
tradiciones y los valores de Euskadi. Abogada y licenciada en ciencias
políticas, con un master en administración pública, Laura Garrido maneja tres
idiomas, pertenecía al Euskal Talde Popularra desde 1990, y había desempeñado
todos los cargos posibles, desde concejal (en Burrundia y Lizartza) hasta
presidenta de comisión, pasando por la vicesecretaria del partido de
organización y asuntos sociales y parlamentarios, cargo que ocupaba desde 2006.
Pero no. El entonces presidente del PP vasco, Antonio Basagoiti decidió
repartir entre los fieles, promocionar a nuevos valores apegados a la
confrontación y el neoliberalismo y buscar el apoyo de los guipuzcoanos no
adscritos a San Gil.
No era una
respuesta política a Euskadi, era una jugada de tablero interno, justo cuando
la situación vasca era más compleja y delicada. Gobernar en una comunidad
hostil, por primera vez, requiere demostrar muchas cosas. Y Arantxa no parecía
capaz de demostrar ninguna.
Dicen que
en aquella decisión tuvo mucho que ver Madrid, que ya entonces barruntaba la
posibilidad de llegar al poder, de tener que manejar el espinoso tema de la
disolución de ETA y de tener de negociar, sin desatender a las exigencias de
las asociaciones de víctimas y de los sectores más conservadores del PP,
opuestos frontalmente a toda negociación. Un juego ambiguo que ha sido
denunciado por el PSOE, IU y UPyD muchas veces. Negar en público, lo que se
desea en privado: negociar. Hasta el punto que el estado no ha tardado más que
horas en aplicar una sentencia europea contra la doctrina Parot y dejar en la
calle a muchos asesinos. Una actitud solícita que nunca se ha visto con
sentencia alguna de los tribunales europeas, y que no veremos, desde luego, con
el céntimo sanitario.
Para ese
juego, el peón era Arantza Quiroga Cia. De padre castellano y madre euskalduna,
Arantxa entro en política a los 21 años, en el difícil ayuntamiento de Irún.
Merece todo mi respeto quien, siendo mujer, algo nada fácil en esta sociedad,
ha decidido jugarse el pellejo en la arena política, en torno, además, a unas
ideas que son una invitación constante a la balas de las hienas batasunas. Es
de respetar el trabajo de quien tiene que oír cada día, como única valoración
política que es guapa y tiene una sonrisa natural, que ya hay que ser mala
persona para decir eso, pero solo eso. Y merece todo apoyo y respeto, quien se
ha pasado campañas enteras recorriendo Euskadi, dando mítines e intentando
explicar sus ideas, junto a un coche de la erzaintza y dos escoltas, todo un
signo de normalidad y democracia (nótese la ironia).
Pero eso,
con ser muy emotivo, no era suficiente para entregar el parlamento a alguien
políticamente inexperta, que no sabe euskera, que mantiene posiciones morales y
sociales ante diluvianas y clasistas, que pertenece a una secta repudiada por
la mayoría de los católicos vascos y cuya formación se reduce a la licenciatura
en derecho.
Han pasado
cuatro años, y su ascenso sigue imparable, hasta ser presidenta del PP vasco,
primero por decisión a dedo tras la marcha de Basagoití (una marcha con muchas
lecturas) y ahora elegida por un congreso en el que tras “pactarse” una lista
única, y con el apoyo de todos los dirigentes, uno de cuatro compromisarios la
han rechazado. Porque es preciso recordar que Arantxa se ha presentado sola a
la reelección. Sola quiere decir sin opositores, aunque también significa que
sin integrar a las demás corrientes del partido.
Es cierto
que es una mujer de semblante amable y risueño. Es cierto que el merito de
hacer política españolista en el Goierri es inmenso. Es cierto que ha soportado
muchas zancadillas en su propio partido. Pero eso no es bastante. Mª Jose
Usandizaga, la venerable diputada popular, contaba en una entrevista, hace
pocos años, que del hambre viene los atracones. Y de la inocencia la ceguera.
Euskadi es
un territorio clave para la política y la economía española. Un territorio con
una herida abierta que afecta a todo el país. Una tierra donde hay mucha
justicia que impartir, y eso requerirá mucha inteligencia y mucho dialogo.
Mucho, con el fin de poder gobernar, y resolver muchos problemas corrientes de
la gente, dejando de un lado ya, y para siempre, los viejos discursos de
españolismo y nacionalismo, muertos y asesinos, odio y revancha. Un trabajo que
exige por los partidos un gran esfuerzo y lealtad para Euskadi, y no convertir,
el principal partido nacional, esta tierra en campo de batalla interno,
eligiendo para dirigirle a quien mira a donde no mira nadie.
Imagen
Lavanguardi.com
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