Cuando en enero
de 2010 Aldo Sessa le retrató, tal cual veis, sentado, relajado, distante, indefenso
e implorante, el fin de la vida ya le rondaba, y eso que en su barrio
bonaerense de Rojas, nació aquello de “99 años no es nada”, pero la centuria si,
y se resistió a padecerla.
Implorante,
parece postularse en la foto, ante un mundo en que siempre lucho con fiereza
para dotar de contenido intelectual y contundencia moral la difícil separación
entre las nociones del bien y del mal, y todo ello con un estilo brillante e
inquietante.
Nacido en
una familia de inmigrantes italianos, Sábato estudió física y matemáticas en la Universidad de La Plata , donde se doctoraría
en 1938, tras lo que viajo a París a fin de desarrollar su trabajo investigador
en los laboratorios Joliot-Curie. Fueron años en los que su vocación científica,
firmemente alimentada en su hogar comenzó a resquebrajarse, tras entrar en
contacto con el movimiento surrealista de la ciudad. Serian esos años de pre
guerra en los que Sábato decidió cambiar la evidencia de la materia, por la
senda oscura y trascendente del espíritu, en un viaje, que duraría hasta su
muerte, hasta los territorios más oscuros del arte apoyándose en el lenguaje
del inconsciente y en los métodos del psicoanálisis. En medio de crecientes
dudas sobre el comunismo y el estalinismo, su ideología de juventud, un trabajo
en el Instituto Tecnológico de Massachusetts le apartaría de Europa, de sus
ideas, y de sus guerras, regresando a casa un año después, en 1940, donde
ejercería de profesor ingeniería, en la Universidad local, dedicando su tiempo a un
posgrado en mecánica cuántica.
En esos
años difíciles de la guerra, Sábato entra en contacto con Victoria Ocampo, entrando
en la nomina de los colaboradores de la revista “Sur”, en la que se encargaría
de la crítica de libros, del calendario, y de algunos números especiales, como
el dedicado al desagravio a Borges. Su compromiso político crecería en esos
años, paralelo a su querencia creciente a la cultura, y su desapego a una
ciencia que ya no satisfacía sus preguntas internas. Así, cuando en 1945, tras
la publicación de una serie de artículos en el periódico La Nación atacando el régimen
de Perón, se vio obligado a abandonar la enseñanza, no le hizo tanta mella, como
la satisfacción que su compromiso le había reportado.
Retirado
durante un año, Sábato se entrego a la creación, de la que nacería el libro
“Uno y el universo”, una colección de artículos políticos, filosóficos en los
que censuraba la moral neutral que la ciencia había heredado. La desconfianza
hacia la utilidad humanística de la ciencia le llevaría, y ya sin retorno a la
literatura, como medio para analizar los problemas existenciales. El resultado
sería, posiblemente, su obra cumbre, “El túnel” (1948), una novela
desasosegante en la que el narrador describe una historia de amor y muerte que
muestra la soledad del individuo contemporáneo. Es una muestra del interés de
Sábato por reflexionar sobre la locura, comprender el motivo por el cual el
protagonista mata a la mujer que ama y que es su única vía de salvación. Aquí
nacería el mito de Sábato, como un autor inquietante y original.
Tras ella
llegaría “Sobre héroes y tumbas (1961), considerada la mejor novela argentina
del siglo XX, obra que le consagraría como escritor universal. Una obra dura, en
la que el autor intento indagar sobre "las verdades últimas y atroces que
hay en el subsuelo del hombre". La obra refleja, nuevamente, las
obsesiones personales del autor en una clara introspección autobiográfica
inscrita en reflexiones sobre la historia argentina, y en medio de un tono
crecientemente negativo, pesimista, sin salida, como la época que vivía
Argentina, y que la conduciría al abismo de la dictadura. El tema es el retrato
de los últimos representantes de una familia oligárquica venida a menos, intercalándose
la historia de los seguidores del general Lavalle que una vez derrotados
llevaron el cuerpo muerto de su jefe al exilio. De fondo, en plano argumental
secundario, pero esencial para vertebrar la obra aparece el 'Informe para
ciegos' que a veces se ha publicado como pieza autónoma, una pesadilla que
sufre Fernando, el protagonista, culpabilizándose por un incesto cometido y que
lleva al autor a introducirse en los abismos infernales más perturbadores, combinando
elementos tomados del surrealismo, Nietzsche, Jung y Freud.
Pero su
camino de reflexiones no acabaría ahí, continuando en la novela Abaddón, el
exterminador (1974), un relato autobiográfico, con una estructura narrativa
aparentemente fragmentario, y de argumento apocalíptico en el cual las
potencias maléficas rigen el universo y es inútil la resistencia.
Pero su
obra no se agota en la reflexión, ni en la argumentación moral de la conducta
humana. Su compromiso en defensa de la democracia y del respeto a los derechos
humanos, es visible en ensayos como “El otro rostro del peronismo”, “El caso
Sábato”, “Torturas y libertad de prensa”, “Carta abierta al general Aramburu” o
“La cultura en la encrucijada nacional”.
En 1985, Sábato
presidiría, dada su autoridad moral la Comisión Nacional
que publicó el informe “Nunca más”, sobre la represión llevada a cabo en
Argentina por los gobiernos militares desde 1976 a 1983, un documento
fundamental para el desarrollo de la defensa de los derechos humanos, en
cualquier parte del mundo.
Toda su reflexión
sobre la literatura y especialmente sobre la novela la ha plasmado en ensayos
tan significativos como “El escritor y sus fantasmas” (1963) y “Aproximación a
la literatura de nuestro tiempo: Robbe-Grillet, Borges, Sartre” (1968). Sábato
ha recibido el nombramiento de Caballero de la Legión de Honor de Francia
en 1979, y el Premio Miguel de Cervantes en 1984, entre otros galardones, a su
muerte, sin embargo, su labor cultural se encontraba ya muy limitada, tras
sufrir una pérdida progresiva de la vista, que le había llevado desde la
literatura hasta la pintura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario